Capítulo 3 - Rondando tu calle

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Candy

El tren se detiene al igual que los latidos de mi corazón. No debería haber venido, pero un impulso en mi corazón y un ataque de locura temporal me hicieron ir a la estación y comprar el boleto en el primer tren que salía hacia Nueva York.

Es una locura. Lo sé. Válgame Dios que lo sé mejor que nadie. Me lo he venido repitiendo durante todo el viaje.

Pero aun así, aquí estoy, bajando del tren tan despacio que puedo ver como la vida pasa en el andén.

Y como aquella vez, hace años atrás, mis ojos vuelan entre la gente para buscarlo, pero esta vez tengo la certeza que él no está aquí para sorprenderme. Suspiro dolida. Se supone que esto ya lo debería haber superado.

Inclino la cabeza para pisar el andén con el corazón latiéndome hasta en los oídos.

Es una locura.

Lo sé.

Ni siquiera sé si tengo la esperanza de volverlo a ver.

Solo estoy aquí por...no sé ni porqué estoy aquí.

Cuando piso el andén todo dentro de mí se acumula y me ahoga.

Tengo que tomar bocanadas frías de aire helado que sirven para cristalizar los demonios que llevo dentro. Pasan varios segundos antes de que pueda dar un paso. La gente me esquiva como si tuviera la peste. Pocos ojos me ven curiosos porque estoy avanzando relativamente en cámara lenta. Tal vez se preguntan porque no tengo equipaje, ignoran que salí de la guardia del hospital directo a la estación para terminar comprando un boleto a Nueva York.

Es una locura.

Debería regresar por donde vine.

Me encamino a la boletería decidida a enmendar mis errores de ipso facto; sin embargo, la fila que encuentro me obliga a recapitular y a pensar dos veces en lo que voy hacer, respiro hondo, y paso de largo la boletería.

Al fin y al cabo ya estoy aquí. Suspiro hondo. Solo quiero verlo a la distancia, pero me acabo de dar cuenta que ni siquiera sé dónde puedo encontrarlo. Genial.

Tomo el primer carruaje que se me cruza. No sé porque estoy haciendo las cosas sin pensarlas antes. Siempre he sido algo atolondrada, pero ahora estoy sobrepasando mis propios límites. ¡Que alguien me detenga!

El cochero me mira indeciso cuando solo le digo la calle a la que quiero ir, pero no hace más preguntas.

Cuando bajo del carruaje no puedo pensar con claridad porque el corazón me late hasta en el cerebro. Camino despacio a lo largo de la calle, algunos transeúntes apurados cargados de regalos se cruzan por mi camino. El ambiente navideño me corta las venas. Es una época para compartir en familia. Debería estar en cualquier otro lado, menos aquí. Y sin embargo, estoy aquí, tratando de...

Ni siquiera sé que estoy tratando de hacer. Estoy aquí, en medio de un espasmo de locura.

Me cuesta un poco reconocer la casa, después de todo, solo la vi una vez, pero cuando al fin lo hago me quedo paralizada unos instantes. Tomo otra bocanada de aíre gélido y antes de atreverme a tocar levanto la vista y escudriño su ventana.

El tiempo se detiene, la vida se detiene y regresa años atrás.

Me abrazo a mí misma mirando sin ver a la ventana, que no daría por volver a ver su mirada antes de que todo pasara.

La vida no es justa, nada justa...

Parece que me convierto en una estatua de hielo buscando algo que nunca voy a encontrar.

—¿Busca a alguien? —me pregunta una voz a mis espaldas.

Regreso a ver sorprendida, sin saber si estoy preparada para hablar.

—Eh... —tartamudeo un par de veces— ¿Terruce Grandchester? —suelto en otro ataque de locura.

La dueña de la voz me mira por unos minutos, evaluándome y escudriñándome de pies a cabeza. Seguramente es la casera de Terry

—Él no vive aquí desde hace tiempo.

El mundo se fisura a mi alrededor y me quedo sin latidos.

Es obvio que siendo un actor de renombre no iba a seguir viviendo en un lugar como este. Debe estar en algún lugar mejor.

Se me clavan mil dagas en el pecho. El peso de la realidad cae sobre mis hombros como concreto. Era lo que debería esperar, sin embargo me toma desprevenida.

En este momento me doy cuenta que daría lo que fuera por romper la distancia que hace tiempo nos separa, que pasara algún milagro navideño y lo trajera por un solo instante frente a mí.

—Gracias —alcanzo al balbucear mientras giro para regresar sobre mis pasos.

Bien sabía que venir hasta aquí era un error.

La nieve empieza a caer, helándome por dentro y por fuera.

—Tal vez debería buscarlo en el teatro —grita la mujer a mis espaldas, seguramente conmovida por la desolación de mis facciones—, hoy había una función.

Asiento con la cabeza antes de agradecerle y alejarme.

No sé qué hago aquí.

¿Por qué volví?

Muy dentro de mí tenía la esperanza que se me cumpliera un deseo. Un deseo navideño para ser exactos. Ni siquiera era un deseo tan descabellado, solo quería volverlo a ver. Solo eso.

Siempre fui de la idea que los sueños no se cumplen solo por desearlos, había que luchar por ellos. Por eso vine, para tratar de cumplir este sueño de verle por una única última vez.

Agito la cabeza sintiéndome tonta por haber emprendido tan largo viaje para nada, pero aquella anciana, parecía tan segura de lo que hablaba.

—El solsticio de invierno —había dicho—, es el tiempo propicio para que se cumplan los deseos imposibles.

Agito la cabeza decepcionada y con el corazón lleno de trocitos de hielo. Mi deseo imposible era volverlo a ver.

Mis pasos más que caminar me arrastran hasta la esquina en busca de un carruaje. La calle no está desierta, pero me siento como si estuviera en medio de la Antártida.

Ahora solo tengo la soledad de mi alma para replicar con claridad mis pensamientos y regodearme en mis malas decisiones, ésta sobre todo, venir aquí pensando que el solsticio de invierno marcaría una diferencia.

Continuará...

Solsticio de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora