Capítulo 4 - Obra de caridad

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Terry

—¿Irás a la cena navideña? —me pregunta Karen en cuanto salimos del escenario con los aplausos a nuestras espaldas.

—Eh, no —contesto sin mirarla y con mi mente llenándose de pretextos para darle.

—Nunca vas —apunta con una leve sonrisa.

Levanto los hombros sin darle mayor importancia.

—Todos los días ceno —le aclaro con un toque de ironía.

Pone los ojos en blanco.

—¿Algún día dejarás de ser un antisocial?

—Nunca —sonrío de lado.

—¿Por qué es un antisocial? —nos pregunta Robert Hataway cortándonos el paso.

—No irá a la cena navideña —me acusa Karen mientras cruza los brazos. Seguro, está buscando apoyo en Robert para convencerme de ir a la cena.

—No debes juzgarlo tan duramente —me defiende Robert— Terry tiene por costumbre ir hacer obras de caridad en esta época, ¿verdad?

No contesto, solo asiento con la cabeza, algo incómodo.

—Wow, eso no lo esperaba —Karen me ve de pies a cabeza evaluando si soy de los que hacen obras caritativas—, pensé que con cuidar de Susana era suficiente.

Robert y yo enmudecemos.

—Lo siento, lo siento —se apura corrigiéndose Karen— no quise decir eso —agita la cabeza mortificada— por favor olvida mis palabras.

—No te preocupes —hago una inclinación con la cabeza y voy directo a mi camerino.

Al menos las palabras de Karen no me molestan como los otros comentarios que he escuchado a lo largo de este tiempo.

Vienen a mí, recuerdos de la primera y única cena navideña que asistí con el resto de actores. Fue tan incómodo asistir con Susana como los comentarios que escuché durante toda la cena.

Comentarios tan inapropiados como:

—Que linda pareja hacen.

—Terry realmente parece estar locamente enamorado de Susana.

—Dentro de poco habrá boda.

Cuando al fin terminó la tortura juré y me re-juré que nunca más asistiría a un suplicio como ese.

La siguiente navidad, cuando llegó la invitación para la cena navideña, lo primero que se me ocurrió decir fue que ya me había comprometido antes, pero la esposa de Robert no se dio por enterada y ella vino a mi camerino a pedirme, en persona, que fuera a la cena, fue ahí, que sintiéndome acorralado inventé que iba hacer una obra de caridad en un lugar de desamparados.

Eso pareció convencerla y dijo que si ella también podía colaborar con gusto lo haría.

Más tarde, cuando Susana me preguntó directamente si iríamos a la cena navideña, volví a repetir esa misma excusa.

—Ya había escuchado algo de eso —murmuró dolida.

—Pero ve tú a la cena, así no te la perderás.

—Podría acompañarte —sugirió con una sonrisa.

Imposible, si lo que quería era estar lejos ella.

Reconocí, dolorosamente aliviado, haber encontrado un buen pretexto para alejarme de mi carcelera.  La culpa me carcomió las entrañas, pero la expectativa de no verla unos cuantos días superó cualquier cosa.

Solsticio de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora