Epílogo - Nueva Vida

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Un año después.

Candy.

No vivimos en Chicago, tampoco en Nueva York, ni en la Colina de Pony, ni siquiera vivimos en América; vivimos en Escocia, en aquel viejo castillo que el abuelo de Terry le heredó.

Sonrío mientras pico las verduras, ahora sí puedo decir que adoro mi vida.

Y lo hago desde que él me dijo que si yo lo seguía amando lo dejaba todo.

Y lo dejó.

Terry dejó el teatro y yo dejé el hospital.

Terry dejó Nueva York y yo dejé Chicago.

Terry dejó a Susana y yo dejé que la dejara.

Siempre que pienso en ella siento una especie de cargo de conciencia, pero como dijo Eleonor antes de que nos embarcáramos rumbo a Londres:

No puedes obligar al corazón a amar a nadie, no es justo, ni éticamente correcto, el corazón debe ser libre para amar a quien quiera. No se atormenten por el amor que ella siente, ese es problema de ella, no de ustedes. Solo ella puede superarlo. No pueden vivir desdichados solo porque ella se aferra a un sentimiento que ni siquiera es recíproco.

—Pero ella me salvó —había murmurado Terry.

—¿Y cuantas veces deseaste que no lo hubiera hecho? —le preguntó Eleonor sin dejar de mirarlo.

—Perdí la cuenta —confesó.

—Que no te ate el agradecimiento —nos miró—. Empiecen una nueva vida, sean felices y sobre todo no se arrepientan de nada —nos abrazó y con este abrazo subimos al barco que nos trajo a esta nueva vida.

Suspiro hondo.

Miro a través del cristal y vuelvo a sonreír cuando lo veo.

Terry esta con una pala quitando la nieve de la entrada, y yo dejo en pausa todo lo que estoy haciendo para mirarlo un poco más.

Me encanta mirarlo cuando no se da cuenta. Recorrer lentamente su perfecto perfil y detenerme por una eternidad en sus labios.

Cierro los ojos y los vuelvo abrir solo para comprobar, aliviada, que sigue aquí, conmigo.

Dirijo mis ojos al cielo y vuelvo a agradecer otra vez, y mil veces más, por la dicha de tenerlo.

Aún recuerdo la cara de Albert cuando nos aparecimos en su oficina, al siguiente día de llegar a Chicago, para contarle que nos habíamos casado.

—¿Se casaron? —preguntó perplejo.

—Si —contestamos al unísono.

—En el tren —añadí.

Albert abría y cerraba la boca sin saber que decir por unos cuantos minutos. En realidad, la reacción de Albert, fue la reacción de todos: sorprendidos, espantados, incrédulos.

—Y yo que pensé que los titulares de los diarios eran solo una exageración —continuó luego de un momento.

—¿Titulares? —preguntó Terry.

Albert extendió el periódico y ahí en letras enormes decía: El famoso actor Terruce Grandchester se casa en un tren.

Ahora fuimos nosotros los que nos quedamos boquiabiertos leyendo la noticia.

Era obvio que la noticia se esparciría como dinamita, porque cuando el padre dijo su nombre para tomar sus votos se levantó un murmullo que obligó al padre a pedir que todos se callaran.

Solsticio de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora