1: NADIE DESPIERTO

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La primera vez que Kaline había estado ahí —una especie de mercado negro—, estaba acompañada de sus tres tías.
Había olido por primera vez el incienso que salía de la urna de oro de una media bruja, una mujer con el cabello azul y la piel amarilla como la cera. Escuchó el sonido de las monedas de plata cayendo al bolso de una media sirena.
Había conocido por primera vez la ciudad de Espejo.
En esa ocasión le había rogado que la dejaran ir allá, aunque sea simplemente una vez; cedieron.
Pero con el tiempo, sus tías confiaron en ella para que ella fuera por encargos, y más aún… sola.
Sin ningún escolta.
Ahora, tenía en frente cientos de personas caminando, negociando y haciendo trueques, y aún más enfrente se alcanzaba a ver Espejo.
Una ciudad llena de grandes edificios de piedra y metal invadidos por el musgo verde, las flores que lanzaban las esporas y hacían crecer instantáneamente más musgo y flores que morían a las pocas horas.
Encima de ellas se alcanzaban a ver las lunas perfectamente alineadas: Una pequeña, una el doble del tamaño y finalmente la más grande de todas; una luna que abarcaba la mitad del cielo y que brillaba como toda una estrella. El cielo era una inmensa imagen de belleza: estrellas coloreadas por tonos de piedras preciosas y semipreciosas; había tonos rojos como los rubíes, un azul opaco como los diamantes azules, colores de las esmeraldas, y tonos rosas alrededor con estrellas aún más grandes y blancas, perfectamente ordenados.
Kaline comenzó a caminar cuidadosamente para no hacer contacto con nadie, mirar a los Inmortal era peligroso; ellos eran los seres que vivían ahí, eran híbridos, aunque generalmente los que más habitan ahí son los medio hada con humano, aunque no era la única, había medio-brujo, medio-sirena; dragón, duende.
Ella no sabía el porqué era peligrosos, pero, sus tías nunca mentían.
Se oía y a la vez no el silencio; era difícil sentirlo, pero el silencio provenía de ella, mientras los demás hablaban.
Veía todo tipo de objetos al pasar —relicarios, anaqueles, collares benditos, animales desconocidos, flores poderosas, incluso objetos para alejar hadas reales—, cosas que deseaba llevar como si ella fuera una niña pequeña y todo se veía divertido y entretenido.
El suelo estaba adoquinado con piedra negra, estaba lisa y pulida, y en ella se alcanzaba a ver su reflejo con la luz de las lunas.
Una mujer había pasado por enfrente de ella, su brazo estaba cubierto con una infinidad de líneas de runas de un color dorado, sus ojos se distorsionaron y se volvieron rojos —como los de un dragón—, su cabello caía en hileras doradas y estaba elaboradamente peinado, vestía un vestido del color de la luz del sol en un día nublado.
En su mano, tenía una daga.
—¿Sabes dónde puedo vender esto? —dijo la mujer mientras le tendía el arma, era una belleza, claro: una daga del tamaño del brazo de Kaline, plateada con el mango dorado con grabados del mismo tono.
Sabía que lo ella tenía era algo para simular una verdadera, y si alguien se diera cuenta de la estafa con esa daga…
Kaline negó con la cabeza y siguió caminando, ignorando como aquella mujer la veía con demasiada impaciencia.
Llegó donde tenía que estar: Durante el mercado, había un tiempo en el que la puerta solo se abría durante un tiempo, era un mercado aún más negro lleno de cosas para magia oscura, más oscura. Ahí casi nadie entraba, era un peligro entrar ahí.
Ella se alegró de que realmente supiera pelear, usar la espada, el látigo-cadena.
Pero no la magia, ella era incapaz de usarla porque carecía de ella.
Dentro del Agujero —otro nombre para ese mercado—, no había tantas personas como fuera de ahí, las sombras estaban plagando todo el lugar, había puestos llenos de objetos donde específicamente sus tías le prohibieron que vaya.
—¿Por qué no puedo ir? —había preguntado Kaline a su tía, las tres tenían el aspecto joven, ninguna de ellas se parecía a ninguna de la otra, pero Kalie era sin duda su favorita.
—Simplemente no debes ir, hay objetos malditos que tienen sus propios trucos, podrían robarte el alma siquiera. —respondió ella con satisfacción hacia sí misma.
Al caminar, vio seres con la piel gris, y con marcas de historia.
Algunos puestos, como el de Madame Archenea era los que más vendían, y ella era amiga de Kaline, una persona amable aunque siempre se había preguntado por qué ella estaba vendiendo objetos de una magia tan oscura en un lugar tan horripilante con un encanto tan amable; ella era una mujer con el cabello rubio-platino peinado con varias trenzas que estaban sujetas por cadenas de oro, plata con cuentas hechas de diamante. Su piel era pálida y sus brazos estaban cubiertos de historia,  tenía unos ojos de un color tan azul y tan celestiales, era un color tan…
—Kaline —dijo Archenea—. Es una agradable sorpresa verte aquí, sinceramente no esperaba verte… —su rostro era joven, tenía la apariencia de una mujer que vivió una vida, y aún así… le esperaba una aún más larga—. Tan pronto.
Kaline sonrió hacia ella, era una de las pocas personas con las que ella se atrevía hablar, con la que al menos sentía que tenía una amistad.
—Mis tías tuvieron un imprevisto con algunas cosas, además querían —contestó ella mientras de su cesta sacaba algo brillante: tres monedas, una más grande que otra, una con un símbolo diferente eran de un color cromado y platino mientras por los bordes había grabados de oro y se las tendía a Archenea— que viera cuánto me darían por esto.
Ella la miró asombrada.
—Son…
—Sí —dijo Kaline deprisa—. Monedas de la corte del rey de las hadas.
—Esas monedas son valiosas, pero… ¿ellas cómo consiguieron tres monedas así?
—Realmente no lo sé. —incluso al verlas ella misma se preguntaba lo mismo, ¿ellas cómo conseguirían tres monedas de las hadas?
Ella se quedó mirando los objetos que había en su local: había pilas de libros cubiertos de moho, una caja llena de fruta, y al fondo estaban todo tipo de armas: hechas de metales negros. Era como si alguien hubiera forjado la oscuridad misma para formar espadas, dagas, y cadenas.
Siempre que ella había pasado por ahí, Kaline siempre notaba las armas, por lo que ella había oído, esas armas eran costosas; también que también esas armas habían sido forjadas por su hija antes de que el rey hubiera ordenado que la mataran, pero todos sabían que su hija estaba viva, en su hogar.
—No importa de dónde hayan sacado esas monedas, sino su valor… ¿quieres vendérmelas a mí?
Kaline sonrió. Era una sonrisa bondadosa.
—¿Por qué toda cosa que yo quiera vender eres la primera en ofrecer algo?
—Posiblemente porque yo sé su verdadero valor, mi pequeña. —respondió Archenea alegremente mientras se agachaba y sacaba algo del suelo. Unos segundos después, había una caja enfrente de ella—. Treinta monedas de plata por una moneda de espinas, ¿qué opinas?
—Sabes que no te puedo negar nada.
Unos minutos después, tenía en su mano treinta monedas de plata cubiertas por un paño que enseguida guardó en su cesta.
Después de eso se despidió de Madame Archenea y se marchó como el viento siguiendo su camino.

Dios de Estrellas OscurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora