3: HUSO CORTANTE

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Por el fondo de unos nubarrones, Gwen se encontraba contemplando el cielo con su caballo Khaseen.
Este caballo era un Khaeros, un ser que antes era una antigua estrella tan pequeña, pero tan pequeña que otras que tuvo que caer del cielo por que sentía el desprecio de las otras, no todos eran caballos, a veces llegaban a ser otras especies, a veces llegaban a ser personas pero este no era el caso.
Pero ahora, el cielo era brillante, mientras que todas las estrellas comenzaban a danzar en sus propias órbitas y la Rhaede —la luna roja oscura— estaba acumulando su mayor esplendor, era una noche en la que gracias a esta luna las estrellas podían ser quienes iluminaran la noche con sus encantadoras luces, no había señales de una caza salvaje, tampoco de Anyas, solamente de los suaves cantos de las musas que hacían un ambiente claro, sereno y precioso.
Gwen mostraba cierta impaciencia gracias a que tenía el presentimiento de que algo iba a pasar.
Era un don suyo, algo que le avisaba de alguna amenaza como a cualquier animal usando sus instintos de supervivencia. Pero todo estaba tranquilo sin ninguna señal.
Recordaba la vez en que la hija del rey de las hadas había sido asesinada, ese día la atmósfera de ese reino se transformó en humo y frío como si todo se esa felicidad se desvaneciera lentamente mientras que nada ni nadie podía remediarlo o hacer algo contra ello, la frialdad del mundo se expandió empezando, el rey se había vuelto muerto muchos sabía que se trataba del comportamiento del rey cuando todo el bosque se había podrido, toda las plantas verdes y hermosas se volvieron grises, muertas y venenosas, todo el amor se había desvanecido y con eso su hija también; nadie entendía cómo es que ella pudo morir, era fuerte, valiente, era feroz y muy buena en combate. Pero era algo entendible cuando se trataba de armas secretas e inesperadas.
Él lo sabía muy bien.
Todo aquel se pisaba los suelos de aquella corte sentía el dolor.
Sentía el pesar, veías las estrellas oscuras que flotaban como pequeñas orbitas que vagaban eternamente por el espacio eterno y vacío.
Pero ahora no estaba en aquella corte, estaba sentado sobre Khaseen, estaba en el cielo mientras vigilaba.
Hoy era el día.
Hoy eso iba a pasar.

Decidido, Gwen ordenó a Khaseen a descender.
Se suponía que él no tenía que hacer eso, tenía que vigilar desde arriba, pero de todas maneras decidió correr ese riesgo.
Rezó a las estrellas que ese riesgo no costara mucho, ya que lo que estaba en juego era más de lo que él podía imaginar.
Al llegar al suelo, Gwen bajó de su caballo y fueron vagando lentamente con unas pisadas sigilosas para no hacer demasiado ruido.
Deseaba tener a Gloria en sus manos, pero era algo que solo en sueños podría conseguir, y eso era un tema del que él no querría hablar.
Ellos dos estaban justo entre dos edificios, los dos más altos de toda la ciudad. Notaba la vislumbrante luz que emitía una de las torres de espacio-tiempo que estaba muy al fondo de las montañas. Gwen siempre se había preguntado cómo estos —Inmortals—  mestizos podían usar y hacer semejante clase de magia, cómo lograron conseguir tales materiales y cómo hacer que funcionara, para Gwen era algo que era totalmente sorprendente, aunque no del todo, odiaba la idea de que unos simples mestizos podían crear dotes asombrosos.
En fin, la vida es irónica.

Por el centro de la ciudad se encontraba una plaza en forma circular, justamente en el punto central se encontraba una fuente, no reconocía el nombre, pero tenía la forma de sirenas que estaban unidos por cadenas. Todas cantando suavemente, haciendo notas bajas que lentamente ascendían e iban más rápido yéndose con corcheas y notas irregulares. 
Las notas eran finas y afinadas, todas formaban una voz, ninguna opacaba a la otra, todas eran un centro de atención, era simplemente precioso.
Así debía de ser su vida, sin opacar, pero fue justamente lo contrario.

Kaline había llegado a la entrada de Espejo, había dos guardianes, ninguno de ellos ponía cuidado realmente al menos que realmente llamaras la atención y comenzaban a hacer preguntas.
Sobre su espalda, su espada estaba envainada con un protector que su tía Kalie le había dado, no supo de dónde lo consiguió.
Entonces, el camino al mercado era simplemente fácil de recordar: una línea recta, y después encontrar la abertura entre los dos edificios y nuevamente  a tocar la puerta.
—Tú. —dijo una voz masculina por muy a lo fondo de un eco de voces que estaban charlando.
Al voltear, Kaline se dio cuenta de que no era nada más y nada menos que Aiden, el chico que extrañamente siempre le hablaba, tenía el cabello de un tono rubio con las raíces negras como si el oro y el ónix se hubiesen fusionado, los ojos eran de un color dorado mientras que su piel era pálida a la luz de la luna.
Vestía unos pantaloncillos de lana de color verde musgo y una camisa del mismo material pero de un color rojo ladrillo, podría decirse que es guapo, lo es, ella no lo negaba. Pero había cierto aire que hacía que ella querría irse lejos de él, bueno es el hijo del que se podría el alcalde de la ciudad, es uno de las cinco familias más ricas.
—Oh… eres tú. —dijo ella con pesadez.
Aiden siempre había sido una persona alegre, era el tipo de persona de que si le decías que se alejara este siempre tendía a responder algo como «Tú también me agradas.»
—Hola, Kaline.
—Hola, Aiden.
—¿Vas a ir al… Mercado? —preguntó este con mucho cuidado, había una parte que se olvidó mencionar: entrar al mercado era ilegal, toda magia era totalmente prohibida pero era mucho peor entrar en la zona en donde se encontraba Archenea. Aiden siempre supo que ella entraba al mercado, pero esa era una razón por la que ella lo aguantaba: sabía guardar secretos.
—Sí, lo sabes perfectamente. ¿No se supone que debes estar con tu familia comiendo o algo así?
—Si lo dices por lo del día de Rhaede estás equivocada, falta mucho para eso.
—Rhaede, siempre que pienso en ese nombre siempre lo olvido. —comentó ella, pero no era para él sino más para ella. 
—Bueno, deberías venir conmigo, la comida y celebración es totalmente buena, es algo de lo que no te arrepentirás.
Ella no creía mucho en lo de las lunas, en dioses, no sentía que debía nada a nadie, mucho menos entregar agradecimientos a tales seres, ella creía en la existencia: lo que es, es, y fuera de ahí no hay nada.
—Realmente no estoy interesada, pero gracias de todos modos. —dijo ella sin mucho interés en su voz. Deseaba solo alejarse, pero sentía cierta curiosidad en ver eso, sus tías nunca le permitieron ver cómo celebraban la luna, desde lejos alcanzaba a ver como lanzaban luces hacia el cielo.
Pero no había mucho que pudiera hacer realmente.
Aiden asintió de un modo derrotado.
—Hasta luego —dijo él y se fue.
Ella casi sintió el haber escuchado un «Lo siento.»
Como una voz fantasma.

Dios de Estrellas OscurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora