4: LLEGÓ Y SE FUE, Y LLEGÓ... Y NO TRAJO EL DÍA

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La luna Nagae —la más pequeña— estaba en su punto más alto, mientras que el aire que rozaba las extremidades de los brazos de Kaline recorría toda su piel y la hacía estremecer.
Kaline se hallaba amarrada con unas cadenas, mientras ignoraba el hecho de que estaba en una de los edificios más altos y abandonados: una peste que había pasado hace mucho tiempo donde la causa era esa, el tiempo.
Hace mucho tiempo, existía una peste que producía la vejez rápida y los dejaba polvo, era un tiempo en el que Kaline aún no había nacido según sus tías era algo de lo que nadie comentaba, muchas personas murieron en ese entonces, donde las únicas secuelas que quedaron era la vejez lenta, y era bueno, pero era como pagar un precio por la juventud, entregar a muchos seres queridos a cambio de algo con lo que no podías compartir, aquel edificio era uno de los pocos que fue abandonado donde ahí lo único que quedaban eran recuerdos, y lo que se decía era que aquellos que entraban terminaban muertos, convertidos en cuerpos en putrefacción.
A Kaline no le agradaba esa idea.
Mucho menos la idea de que ella fuera convertida en un pedazo de jamón, su cuerpo estaba cubierto de pequeños cortes —largos pero poco profundos—. La mujer tenía en sus manos un cuchillo y con ese mismo lo había utilizado para hacerle un corte tras otro, diciéndole frases que Kaline no comprendía, como si ella fuera culpable de algo.
Kaline pensó que la única culpa que tenía sobre algo era su existencia, pero sobre aquella mujer no.
—Entonces, ¿no recuerdas aquellos cortes? —graznó la mujer —Araziel, ante aquella pregunta, Kaline  negaba con la cabeza sin entender, solo sintió confusión y ganas de huir, pero no podía: las cadenas no se lo permitían, era como portar serpientes que estrujaban más fuerte al moverse; quería llorar, quería escapar, quería estar con sus tías.
En su mente solo escuchaba las voces de sus tías: No hables con extraños, no hables con extraños, no hables con extraños.
Pensaba que ellas ya no tardarían en llegar, posiblemente ya era hora de que lleguen y la estén buscando.
¿Y si no llegaban?
¿Dónde estaría su espada?
¿Alguien se daría cuenta de que ella desapareció?
Entendía una cosa, lo que sus tías siempre trataron de hacer era que ella solo pasara desapercibida.
Por eso le dieron esas reglas, y si nos las cumplía era claro que iba a fracasar en eso, pero para los demás lo hizo correctamente, de modo que para todos —Aiden, Archenea, Rawn y los demás— ella era solo un fantasma andante.

Gwen tuvo suerte en encontrar algo: un canasto lleno de cosas inútiles, sangre, dientes; polvos inservibles.
Aquellas cosas no resultaban útiles si se trataba de usar magia, a lo mucho llegaría a ser cosas para dar la apariencia de que se haría algo grande, como los polvos negros por ejemplo.
Pero entre todo ello solo existía algo que quedaba fuera de lo común: era una vela, tenía el color del ónix —eso solo se conseguía por dentro del sub-mercado negro—, ahí existían varios poemas y dichos, y uno de ellos era:

«Y velas para un encuentro.»

La vela tenía una utilidad muy importante, para que exista una reunión a un tiempo definido. Funcionan de tres maneras diferentes: Llamar, invocar y transportar, elementos funcionales para que exista un encuentro.
Pero aún así era raro que existiera una vela de esa tipo expuesto de tal manera, posiblemente así fue como el demonio pudo entrar sin ser detectado aunque unos momentos después Gwen descartó la idea.
Tuvo que activar una alarma.
Al menos que tenga una apariencia no demoniaca.
Significa que…
Gwen corrió deprisa hacia Khaseen, y sabía exactamente por dónde buscar.

—Oh, Espina, Espina. —dijo Araziel mientras hacía otro corto sin dudarlo, esta vez el corto iba un poco más profundo: Kaline sentía la hoja del cuchillo entrando y cortando cada tejido de su piel mientras daba paso a una abertura para que la sangre comenzara a escapar más y más rápido—. ¿Sabes lo que haré contigo, verdad? Comenzaré corte con corte, y cada uno será más profundo que el otro, me iré capa tras capa de piel —dijo en tono burlón—. Y lo haré hasta que lo único que quede sea tu pobre corazón.
Araziel levantó firmemente su malévola sonrisa.
—¿Comenzamos? —dijo ella mientras levantaba nuevamente su cuchillo y continuamente lo enterraba en la piel de Kaline que esta vez iba directamente sobre su rostro.
Kaline gritaba del dolor, y era lo peor que pudiera sentir: era como si la sal y el fuego le tocaran la piel mientras continuamente la acuchillara; lo único que podía hacer era gritar, y si no quedaba opción… morir.
Ella misma escuchaba sus propios jadeos y llantos, era inevitable que ella dejara de hacerle daño eso claramente lo había entendido.
Y ahora seguía otro corte, y antes de que el cuchillo rozara la piel de su cuello, hubo una explosión.
Era como si un gran rayo hubiera caído directamente hacía el suelo, tenía cierta duda en que nadie hubiera visto eso, era obvio que fue visto.
Las luces eran fuertes y con ella se escaba un gran resplandor frío alejando todo el calor, todo el dolor que ella sentía. Cuando paró, enfrente de ella se encontraba Araziel clavando su visto a lo que parecía un muchacho montado sobre un caballo blanco: un caballo que nunca había nunca, la crin y su cola brillantes como si fueran polvo estelar y estrellas blancas, y encima, se encontraba el muchacho, con el caballo castaño que estaba iluminado por la crin del caballo mientras dejaba a relucir su rostro; la mandíbula cuadrada y marcas en su rostro de un color plateado —nunca había visto una historia de ese color—, mientras sus ojos que eran de un color naranjas como si el oro y el fuego estuvieran juntos a la intemperie.
Su atuendo lo hacía parecer un árbol, ropas de cuero que estaban amarradas gracias a pequeñas lianas verdes, aparte mantenía un listón cruzado, algo así como si representara ser un delegado ya que lo que mantenía ese listón eran botones de plata con una marca rara que gracias a la luz no podía reconocer.
—Espera, —dijo Araziel mientras arqueaba una ceja—. A ti te conozco.
El chico solo se atrevió a sonreír.
—Yo a también te conozco a ti —respondió él. ¿Acaso se trataba de un amigo de ella? ¿Acaso…?
¿Entre los dos la iban a matar?
—Hace muchísimo tiempo que no te veo, aunque noto que por fin has escapado de Dhuriel —comentó él mientras se bajaba del caballo. Mientras lo hacía, Araziel solo limpiaba la hoja del cuchillo con su mano y dejaba caer la poca sangre fresca que estaba pegada en ella—. Pensé que eso habría sido suficiente para ti pero al parecer no.
Araziel solo gruñó y no era uno normal sino más bien un gruñido de un animal enfurecido.
—Bueno, tuve un poco de ayuda —dijo ella con orgullo, y caminaba lentamente hacia Kaline—, y bueno, no solo me sacó de ahí sino también me atrajo hacia aquí, con ella —aclaró.
—¿Una chica? —preguntó él confundido.
—La encontré, Segundo. Ahora solo me encargaré de matarla y saldaré mi deuda con el Eterno.
Ante esas palabras el chico —Segundo— quedó paralizado, algo había dicho, como veneno y una amenaza que sonaba a que debíamos tener miedo.
—Él no puede.
Ella sonrió.
—Lo hizo. Si pudo sacarme de aquel lugar significa que… —antes que Araziel continuara hablando y llegara a Kaline el chico saltó hacia ella con un puñetazo. El golpe fue leve, seco e instantáneo.
Los ojos de Araziel se intensificaron y Kaline juraría que tornaron de un color morado a unos rojos como la sangre.
Con el impacto del golpe, Araziel cayó rodando a unos pocos metros, mientras su fino vestido de color negro se rasgaba. 
Araziel jadeaba y se tambaleaba al levantarse.
—Gwen, querido, creo que tú me puedes dar esa pelea que ella no me pudo dar —dijo mientras señalaba hacia Kaline.

Dios de Estrellas OscurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora