2: EN UN SUEÑO PROFUNDO

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Después de un largo rato, un profundo silencio sin las voces de sus tías, lo más seguro era que estaban discutiendo algún castigo para ella.
¿Y si le prohibían ir al mercado? Perdería lo único que la mantenía conectada al mundo.
Apartó la idea de su mente y se concentró en lo que tenía ahora.
Su habitación era grande, estaba pintada con colores claros, mientras las luces estaban brillando de un color blanco que simulaba una estrella pero sin ser necesariamente intensa.
Alrededor de su habitación estaban dibujos que ella misma había hecho: Imágenes de sueños que ella había tenido antes, soñaba con sangre, fuego y diamantes esparcidos en toda la imagen, pero uno siempre hallaba la alegría dentro de ese dolor, como si esa herida por más dolorosa que fuera era inspiración a levantarse.
Al lado de su cama había un vaso con té frío encima de una pequeña mesa tallada de madera, un remedio para aliviar las jaquecas que ella siempre había sufrido, era comenzó cuando ella había cumplido los diez años, donde ella escuchaba voces. Unos susurros que se apegaban a su mente y no dejaban de atormentarla con el sufrimiento.
Kaline no tenía ningún amigo que la pudiera visitar, y aunque lo tuviera tendría que haber cruzado el bosque de espinos sin perderse con el laberinto, y eso era algo realmente difícil.
Ella caminó rápidamente hacia su cama, tomando el té tranquilamente y comenzó a beberlo sin prisa; tenía un sabor parecido al de la menta que estaba mezclado con otro de uno más amargo para no poder empalagarse demasiado.
Sentía cómo su cabeza se relajaba más y más hasta dejar que esos susurros se alejaran.  
Ahora todo se sentía mucho mejor, con un solo suspiro daba por hecho eso. Al recostarse boca arriba dio una media vuelta para quedar al revés, en eso se arrastró por su cama para poder alargar su brazo para sacar algo debajo de esta.
Con un mínimo esfuerzo sacó una caja de madera en la que no tenía una tapadera o algo y con ello se apreciaba a ver los objetos que ella tenía; lo que era un libro de cuentos que ella había tenido desde pequeña y era algo que ella amaba y apreciaba tener, también se hallaba un trozo de guante quemado, y con ella un vestido negro que siempre había estado ahí tenía algunas insignificantes marcas de quemaduras pero no se notaban mucho, era de su tía Kalie o al menos eso creía pues lo había encontrado en la basura cuando era una niña y ella lo conservó, se le hizo lindo tenerlo.
La luz de las lunas plateadas brillaban sobre ella, enfrente de ella se encontraba la vista a la ciudad, tenía una gran vista gracias a la ventana que tenía, donde lo mostraba como si fuera un espejo, se veían dos torres al fondo por las montañas y la ciudad como si fuera una ciudad de esmeralda y cristal blanco con los grandes edificios de piedra blanca y metal que estaban cubiertos por el musgo y las plantas con la naturaleza que estaba invadiendo todo.
Como si estuviera reclamando su lugar.
Kaline dejó caer varios mechones de su cabello mientras levantaba la caja y la llevaba encima de su cama, mientras los miraba uno por uno ella trataba de recordar el momento exacto en el que los conseguía o un recuerdo que le traía tal objeto.
¿Qué se podría contar de su vida? No tenía mucho que se podría decir de ella, sus tías siempre decían que su padre era un maldito bastardo y escapó en cuanto se enteró de su existencia mientras que su madre murió cuando ella le dio a luz —esa era la razón por la que ellas nunca tenían hijos (eso lo dedujo Kaline) —. Sus abuelos fueron cazadores por hadas, y la familia de su padre era tan desconocida como su paradero actual.
Ella al menos tenía suerte de que sus tías la querían a ella y no la dejaran sola. ¿Eso era amor, no?
Entonces, comparando su vida con la de otros no era realmente mala, como por ejemplo la de Archenea: su esposo fue atrapado por vender sangre de niños humanos, donde fue ordenado a que lo ejecutaran; Aiden —el chico con el que más sentía que tenía algo cercano a una amistad—tenía a sus dos padres, pero ellos dirigían la ciudad y nunca le prestaban atención y eso era aún peor.
Kaline tenía ciertas conexiones, a nadie lo contaba como un amigo, pero al menos hablaba con ellos, siempre se necesitaba salir de esos círculos viciosos.
Lo que a Kaline siempre le había dado curiosidad era el porqué sus tías no tenían ningún recuerdo de su madre o su padre.
El problema era que al momento de preguntar por eso era que…
Toc, toc.
—Kaline —se escuchó una voz detrás de su puerta, al instante ella con demasiada cautela guardó la caja de madera de su cama—. ¿Podemos hablar?
Era su tía Kalie.
Después de unos pocos segundos, la puerta se abrió lo cual no era realmente no era una sorpresa: «Si escondes algo se nota con el tiempo.»
Ella lo sabía perfectamente.
Al abrirse la puerta, se miraba una imagen más joven de su tía gracias a la luz plateada de las lunas que le iluminaban el rostro. Su cabello era casi de un tono blanco, mientras sus ojos eran de un color esmeralda, mientras ella caminaba, Kaline ponía una postura de enojo y se mantenía firme con ello.
—Necesito hablar contigo. —dijo su tía con una voz dulce.
—Adelante.
—Mira, podemos hablar acerca de la espada —repuso Kalie—. Sé que podemos llevar a un trato…
En  ese instante, algo había pasado a través de la piel de Kaline, ¿No le iban a quitar la espada? ¿No la iban a castigar?
Eso era algo nuevo.
Una fugaz sonrisa pasó por el rostro de ella.
—Te escucho —dijo ella sin evitar quitar la sonrisa.
Después de un gran suspiro por parte de su tía, ella sonrió también, y era esa mirada que traía alegría y te decía que tranquilizaras, que todo iba a estar bien.
—Podrás conservarla, pero no podrás usarla aquí —dijo ella firmemente recobrando su postura seria que tenía hace un rato cuando la estaban regañando—. Tu tía Zae se negó, pero Agatha y yo hemos hablado y hemos quedado de acuerdo en que no deberías ir al mercado desprotegida —dio otro profundo suspiro—. Total, ya tienes la edad para poder disfrutar tu vida, ¿no?
Después de eso, Kalie le dio un gran y fuerte abrazo.
—De hecho, por favor ven con nosotras abajo, te tenemos que entregar algo.

Al bajar de las escaleras, las luces fueron apagadas.
Kaline caminaba lentamente para no tropezar con nada aún cuando ella conocía perfectamente su casa, su tía la sujetaba del brazo y la guiaba por un pequeño camino, de hecho eso era nuevo: la llevaba al sótano al que nunca le permitían entrar.
—Más lento, hay más escaleras.
Pero… ¿Para qué?
Después de terminar de bajar más escaleras, Kalie llevaba un poco más a lo que parecía una habitación muy grande llena de libros.
—¡Feliz cumpleaños! —gritaron las tres voces de tías al unísono, mientras que chispas de colores brillaban intensamente: chispas azules y blancas que simulaban un anochecer.
Enfrente de ella se encontraba una mesa que tenía un pastel pequeño que estaba cubierto de flores de azúcar y espolvoreado  de chispas.
Las luces por fin se encendieron y mostró lo que aparentemente se notaba: repisas y libreros llenos de libros, también junto a su pastel estaba la espada.
Se veía aún más hermosa cuando no trataba de imaginarlo y lo tenía en frente de ella.
Era irónico que la hubiesen regañado tanto para que al final ella hubiera conservado la espada como regalo de cumpleaños, pero lo tenía, con eso era más que suficiente para ella.
Su celebración no había durado mucho, habían comido una rebanada de pastel cada una de ellas y el sabor estaba excelente sin ser demasiado empalagoso ya que a Kaline no le gustaba mucho el dulce.
Al finalizar, sus tías le permitieron llevarse la espada, claro, con reglas…
¡Pero la tenía! ¡Era suya!
Cuando finalmente llegó a su cama, sentía los ojos y el cuerpo pesado, lentamente iba a su cama mientras caía en las profundidades del mundo de los sueños.

Las estrellas eran puntos negros, como miles de piedras de obsidiana rodeando el cielo que estaba teñido de sangre, las nubes tenían formas enormes y clandestinas como si fueran de fuego donde el amarillo, el naranja y el rojo avivasen el mundo.
Enfrente de ella, había un hombre, sus ojos tenían el color del oro iluminado por el fuego, unos ojos naranjas. Una mujer al lado suyo estaba posando con impaciencia, y enfrente de ella se encontraba un verdugo, era una horrorosa mancha negra que no tenía pies, y en sus manos huesudas tenía una enorme hoz: hecha de un metal negro y extremadamente filosa.
—Sé que hay peores cosas que la muerte —dijo el hombre con una voz intranquila, como si se hubiera esperado todo eso—. Hazlo.
—¿Sabes que hay una mejor manera, verdad? —preguntó la voz de Kaline, pero ella no había dado cuenta de que ella lo dijo, de hecho, no se había dado cuenta de que al otro lado de ella se encontraba Agatha junto a ella; no se había dado cuenta de que no estaba en Espejo, no se había dado cuenta de que ella…
Él hombre sonrió.
—Eso es lo que deseas, ¿no?
—No tienes que hacerlo si no quieres —dijo alguien. Al voltear, Kaline se había dado cuenta de que era la mujer del otro lado, pero era como ver una forma borrosa, sabía que por el fondo ella era hermosa, pero no veía su rostro, sabía que ella era de confianza, ¿cómo saberlo?
Claro, era un sueño.
«Por el fondo sabes que esto es un deseo de tu corazón.» Dijo alguien, era una voz que carecía de un género, demasiado tranquila y serena como un eco.
Antes de que el verdugo dejara caer la hoz, el sueño terminó.

Dios de Estrellas OscurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora