Cena de Navidad

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Draco entró junto a su hijo Scorpius por la chimenea de La Madriguera acompañado de miradas de odio de parte de algunos que aun no habían podido olvidar el pasado, y saludos e intentos de abrazo de los que si habían podido dejar el pasado atrás, o al menos aquella noche mágica llamada Navidad. Algunos seguramente os estaréis preguntando donde estaba su mujer Astoria Greengrass, veréis, esa es una de las razones por las que ese hombre rubio y su hijo estaban allí: la relación ya había empezado a mejorar cuando Draco se quedó solo debido a que sus padres estaban en Azkaban con el resto de mortifagos que sobrevivieron a la guerra y que el resto de la familia que le quedaba estaban muertos. A el le costó bastante pero gracias a Hermione y su inteligencia y facilidad para hacer ceder a alguien consiguieron que al menos tuviera cierta relación con nosotros, debido a que mi abuela al ser hermana de su madre, era su tía y yo, al mismo tiempo, era su primo. La relación se fue haciendo cada vez mas buena, aún que manteniendo las distancias. Un día nos enteramos de que aquel matrimonio, que al parecer de algunos no iba a durar mucho, se había roto definitivamente por la repentina muerte de la mujer. Y así fue como los dos rubios oxigenados empezaron a pasar las Navidades con nosotros, no queríamos que al menos el pequeño las tuviera que pasar solo con su padre en aquella enorme mansión recordando cada dos por tres a su difunta madre, así que les invitamos a quedarse, a lo que a Draco le costó ceder por su orgullo pero al final accedió.

La cena transcurrió animadamente, entre risas y canciones navideñas que animaban el ambiente, realmente parecía que años atrás no había pasado prácticamente nada, algo que pudo tener algo que ver con la presencia del alcohol cuando nos acercábamos a las 12. Yo, por otro lado, no podía sacarme la imagen del cementerio de la cabeza, o una imagen que se había inventado mi propia mente al imaginar lo que había pasado. Tenía que contárselo a mi abuela, pero no encontraba el momento.
Ella se encontraba hablando animadamente con todos, a ninguno prestándole una atención especial. Primero unas palabras con Molly, luego unas risas con Ginny y seguidamente una charla y alguna que otra muestra de cariño con su sobrino Draco, el cual se esforzaba por hacer creer que todo aquello no le importaba y que solo estaba allí por su hijo, pero se le notaba que en el fondo le gustaba.
Al final encontré un pequeño momento en el que los mayores estaban recogiendo la mesa, con los niños impacientes por sus regalos. Me acerqué a ella y le dije:
-Abuela, ¿puedo hablar contigo un segundo? En privado. -Ella asintió, mostrando cierta preocupación por el final de mi petición. Me cogió la mano dejando pequeñas caricias en ella y fuimos juntos a una de las habitaciones de arriba, intentando encontrar alguna que no acogiera algún que otro pequeño con sus juegos.
-Los he oído, han estado conmigo. A papá y mamá, estaban en el cementerio -Le digo justo en el momento en el que entramos en la habitación ambientada con el olor de las galletas provenientes de la planta baja. Ella me miró con los ojos abiertos como platos, intentando asimilar lo que acababa de decirle. ¿Qué su nieto había estado con su difunta hija y yerno en el cementerio? No, aquello no era fácil de asimilar. Encendió la luz, para así poder ver mi cara de total seriedad, aunque ni yo mismo acababa de creerme lo que estaba contando.
-Pe-Pero ¿cómo que los has oído? Teddy, cariño -me miraba con unos ojos aún totalmente abiertos, en los que expresaba ternura y tristeza, a la par que asombro y preocupación. Me puso la mano en la mejilla, alargando el brazo por mi ya notable altura, y la acaricio suavemente- están muertos -dijo tajante aun que sin perder la dulzura- lo siento mucho, pero no volverán.
Me quedé callado unos instantes, intentando observar la posibilidad de que fuera mi imaginación, o que el simple deseo de tenerlos ahí conmigo hubiera jugado con mi mente, que me estuviera volviendo algo loco. Pero no, eso no tenía ningún sentido, Vic también estaba ahí y podía probarlo.
-Abuela, te prometo que los he oído como te estoy oyendo a ti ahora -Le digo cogiendo su mano de mi mejilla, y reteniéndola entre las mías- Te lo juro, Vic estaba ahí, ella también lo ha vivido.
La mayor estaba bastante insegura, y se quedo unos instantes pensativa, intentando asimilar lo que su nieto le estaba contando, y vi como una diminuta lágrima asomaba en su ojo, amenazando por salir, a causa de la fe ciega que tenía en mi.
-Te creo -me dijo volviendo a mirarme- Pero cariño, no debes vivir con los muertos. Los has oído y debe haber sido fantástico, pero debes recordar eso, que ya no están, y nada los podrá hacer volver.
Esas palabras me destrozaron un poco por dentro, haciéndome chocar un poco contra la realidad, quizás tenía esperanzas de que fuera el inicio de un cambio, que realmente pudieran volver. ¿Era tan difícil? ¿Porque me había tocado a mi sufrir de tal manera? Si los había oído una vez ¿porque no más?
Ella lo notó, noto como todas esas dudas y dolor crecían en mi interior, convirtiéndose en lagrimas que amenazaban por salir y que se instalaban en forma de nudo en mi garganta, junto con los recuerdos imaginados que nunca llegaría a tener con mis progenitores, y la tristeza que estos me provocaban. La anciana me abrazó fuerte, dejando un beso lento y rebosante de amor en mi mejilla. Sabía que yo lo había pasado mal, pero en realidad la persona que lo había pasado pero era ella. Repudiada por su familia por enamorarse de un "sangre sucia" como ellos lo llamaban. Y, cuando consigue una familia feliz y ser feliz junto a ella, al tiempo su marido muere a causa de la guerra, al igual que su hija y el hombre al que ella amaba, dejándola sola para cuidar a un pequeño niño peliazul de apenas unos meses de edad.
Nos quedamos unos minutos así, sintiendo los sentimientos de uno y el otro, intentando calmarlos con ese abrazo compartido. Al cabo de esos minutos ella se separó, como si estuviera pensando en algo, y me dio otro beso en la mejilla antes de decirme:
-Vete abajo cariño, juega con tus primos y pásatelo bien. Es Navidad. Yo tengo que ir a casa, vuelvo en unos minutos.
Yo me quedé algo extrañado por el hecho de que tuviera que irse. ¿Porque ahora? ¿Que le había provocado aquel abrazo que tuviera que ir a casa? No lo sabia, y las dudas venían a mi cabeza con rapidez. Pero no se las expresé, le devolví el beso en la mejilla y bajé para encontrarme con aquel alboroto al que tenía el orgullo de llamar familia, haciendo caso omiso a lo que me había dicho que hiciera.

Soy Edward Remus Lupin TonksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora