Los dos días pasaron sin darse cuenta entre correcciones de exámenes y trabajo. Aunque lo pensaba, no le había dado tiempo a hacerse a la idea de que en unas horas iba a tener a alguien metido en su territorio y, la verdad, se le hacía un mundo. Eran las cinco y media de la tarde cuando llamó Lucía: “Sofi, estoy con Tom. En media hora estamos ahí. un beso”. ¿Media hora? A Sofía no le daba tiempo de terminar lo que estaba haciendo ni de arreglar bien la casa, puesto que se suponía que llegaría dos horas más tarde. Hizo lo que pudo. Recogió el salón, la cocina y se puso los botines marrones que llevaba esa mañana. Estaba todo listo.
Estaba inmersa corrigiendo un “he play football” cuando de repente sonó el timbre. El pánico la invadió. En menos de un minuto iba a tener en casa a un chico inglés supuestamente atractivo. Adiós paz y tranquilidad. Abrió la puerta de abajo y entreabrió la del apartamento. Los 30 segundos que estuvo con la puerta abierta esperándolos se le hicieron eternos. De repente se abrió la puerta del ascensor y vio primero a Lucía seguida de un hombre alto -altísimo, de un 1,90 aproximadamente- con el pelo castaño claro y unos ojos tan azules que se podía uno ahogar en ellos como si de un océano se tratara. Y su sonrisa. Qué sonrisa. Los dientes blancos como perlas y bien alineados era lo que le hacía verdaderamente atractivo. “Hi there, Sofía. I’m Tom. Very pleased to meet you”. Sofía se quedó casi sin palabras. Aquel británico más parecido a un dios griego le había aturdido los sentidos. “Hi, hi-hi, T-t-tom. Nice to meet you, yes”. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué no le salían las palabras? ¿Era por el shock de ver lo atractivo que era o era por qué había estado esperando este momento desde hace días? De repente Lucía dijo: “Bueno, pues aquí está. Me tengo que ir chicos, nos vemos mañana! Tom, te veo mañana. Cuídamelo, Sofi!” a lo que Tom respondió en un perfecto castellano “Vale, guapa, nos vemos mañana”.
"¿Hablas español?” preguntó Sofía boquiabierta. “Sí, ¿no lo sabías? Creía que Lucía te lo habría dicho. Estudié Literatura Hispánica en la Universidad de Cambridge. Ahora estoy terminando mi tesis doctoral sobre poesía sudamericana”. Guau. Sofía se quedó alucinada con el dominio del español que tenía inglés y con que su tesis fuera de poesía. Pensó que tenía que ser una persona muy sensible y con un don para analizar sentimientos. “¡Qué interesante! Ven, te enseñaré tu habitación y me vas contando”. Tom la miraba con ojos de agradecimiento pero Sofía no podía aguantarle la mirada ni 3 segundos porque se moría de la vergüenza de que esos preciosos ojos azules se fijaran en ella.
-Qué grande es la cama. Me gusta mucho la habitación y las vistas- dijo Tom.
-Me alegro de que te guste. Creo que vas a estar bien.
Dejó las cosas sobre la cama y la maleta en el suelo. Miró a Sofía sonriendo mientras ella se ruborizaba como si fuera una niña de diez años.
-Bueno, Lucía me ha dicho que eres profesora de inglés en su instituto, ¿no?.-dijo Tom.
-Sí, así es. Soy profesora desde hace poco más de 5 años y me encanta.- apuntó Sofía.
-Entonces hablarás muy bien mi lengua. Cuando quieras podemos practicar.
Sofía no sabía donde meterse. Esos ojos. Los ojos. Cuando la miraba le entraba una sensación difícil de explicar, algo que nunca había sentido antes. Tom se acercó a Sofía para preguntarle dónde estaba el baño y no pudo evitar disfrutar de su olor. Un olor masculino y muy penetrante, entre perfume y suavizante de ropa. Sofía parecía haberse metido en un lío consigo misma difícil de controlar.
Sofía dejó que Tom se instalara y mientras, preparó algo de cenar. Hizo una tortilla de patatas y una ensalada con lechuga y tomate. Cuando la cena estaba casi terminada Tom se acercó a la cocina.
-Qué buen olor. ¿qué te has preparado?
-Tortilla de patata con ensalada. He preparado para ti también, por si tenías hambre.
-Vaya, no tenías qué hacerlo. Pero muchas gracias, sí que comeré algo que tengo un poco de hambre.
Llevaba unos pantalones vaqueros que parecían cómodos y una camisa azul de algodón que era un poco ceñida y marcaba un tanto sus abdominales. Abdominales sutiles, puesto que era un tipo tan espigado que su constitución delgada no le permitiría más.
Ayudó a preparar la mesa mientras contaba por qué había decidido pasar unos meses en España. “Estaba muy agobiado en Londres. Trabajaba en la tesis 12 horas al día sin descanso. Mis amigos, muchos están casados y están empezando a tener hijos y ya no los veo con tanta asiduidad. Mi novia americana no tiene intenciones de momento de venir a Europa porque le va muy bien en el trabajo así que decidí venir aquí que tengo a mi gran amiga Lucía porque sabía que ella me podía ayudar. Creo que me vendrá bien para desconectar”. Sofía estuvo muy atenta a lo que decía hasta que dijo la palabra “novia americana”. Tenía novia. Claro, cómo no va a tener novia si es casi el hombre perfecto, pensó. No podía decir que se le había caído el mundo a los pies porque no era así. Sentía una especie de alivio y decepción a la vez porque cada vez que lo miraba y le sonreía crecía en ella la esperanza de nuevo.
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