La verdad es inevitable

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Los siguientes días pasaron sin problema, su padre parecía no darse cuenta que cada que su chófer lo dejaba en clase, él salía minutos después sin que nadie se diera cuenta. Después, caminaba una cuantas cuadras hasta su escuela para estar ahí minutos antes que la limusina llegara por él.

En parte agradecía la idea de Marinette de llamar fingiendo que era la secretaria de su padre para reportarse enfermo, y que en su maleta de deportes o en su mochila para chino ocultara las cosas para su ofrenda.

Se sentía tan lleno de paz que hasta las pesadillas lo habían dejado de atormentar de forma recurrente, el constante martirio nocturno empezaba a ser reemplazado con la aparición de su valiente catarina enfrentando a ese villano que lo atormentaba, incluso recordaba fragmentos en sueños vividos de momentos que pasó con su mamá.

De nuevo se sentía emocionado por la llegada de su cumpleaños, y no por una fiesta sino porque finalmente era el día en que su madre llegaría con él, al fin 2 de noviembre había llegado.

Se levantó e hizo su rutina como de costumbre, ni siquiera la soledad en el desayuno pudieron bajarle el ánimo, y aunque sabía que era el último día de la tradición que lo conectaba con esa peculiar catarina de la suerte que había encontrado; no le preocupaba, no sería la última vez que la vería, no se alejaría de ella, era su amiga y quería seguir viéndola.

Impaciente tomó su mochila y se dirigió a la salida de su casa en espera de que su chofer lo llevara a su clase de esgrima. Mientras aguardaba sus manos jugaron con el cierre de la bolsa, se encontraba nervioso por lo que guardaba en ella y que tantos días había trabajado.

Tan ensismado estaba en su acción repetitiva que no notó el caminar de unos pasos acercándose, ni tampoco cuando estos cesaron al posicionarse a su lado.

—Buenos días, hijo.

El sonido grave de ese saludó lo alteró haciendo que el agarre en sus dedos trastrabillara y casi se le deslizar a por completo la agarradera de las manos.

—B-buenos días, p-papá —recompuso mientras intentaba sostener firmemente la maleta en sus manos.

—¿Te encuentras bien? —preguntó al verlo tan nervioso y torpe.

—¡Si!, sólo que... me asustaste, nunca estas antes de irme a mis clases.

—Es tu cumpleaños —obvio como si con eso pudiera aclarar sus dudas —Este día siempre lo he pasado contigo.

—Y con mamá. —Se le escapó sin pensar y la cara de su padre se contrajo —Lo siento —recompuso de inmediato —Y-yo no...

—Es mejor irnos ya. —evadió abriendo la puerta trasera del auto —Sube o llegaras tarde a tu clase.

—¿T-tu vas a llevarme? —preguntó preocupado al verlo abrir la puerta del conductor.

Su padre no respondió, simplemente se limitó a subir sin agregar más explicaciones.

Al no obtener respuesta Adrien ingresó en la parte trasera del auto luego de dejar su mochila en el asiento. Atento a los movimientos de su padre se colocó el cinturón y acomodo la mochila sobre sus piernas, aferrandola contra sí con intranquilidad.

»Ok, tranquilo. El que papá me lleve a clase no tiene que afectar en mis planes, solo debo tener más cuidado al momento de escabullirme para que no se de cuenta«. Pensó sin notar los segundos transcurridos, hasta que la falta de movimiento lo hizo salir de su ensoñación y observar cómo el adulto miraba detenidamente el asiento vacío del pasajero.

El descubrir tanto abatimiento en la mirada que se mantenía congelada, no le sorprendió; después de todo, hace tiempo esos asientos de enfrente habían dejado de ser ocupados por sus padres. El del pasajero por alguien que jamás volvería, y el del conductor, por alguien que no sabía avanzar sin su compañera de viaje.

El camino hacia ti. (MINI HISTORIA - MLB)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora