Despierto.

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Abrió los ojos al límite, sobresaltando en la cama. Frente a él se encontraba Sebastian, su mayordomo, sus ojos carmesí estaban encendidos y llenos de incertidumbre. El joven peliazul sintió que todo el lado derecho de su cuerpo, en especial, su rostro, ardía como si el mismo infierno estuviese dentro suyo. El sello brillaba notoriamemte.
—Joven amo. ¿Se encuenta bien? Tiene un aspecto lamentable—. Espetó el meyordomo que con total franqueza y tranquilidad seguia de pie frente a la cama.

—Tu... ¡Maldito!. ¿Donde has estado?.— presionó su ojo derecho, donde se encontraba el sello, y se alivió que aún seguía conectado a su pieza ganadora. El demonio. Se extrañó de lo que vivió o al menos eso creyó. —Te he llamado incontables veces y no has acudido a mi, Sebastian —. Continuó y clavo disgustado sus ojos a los del mayordomo.

—Joven amo. Es porque usted me ha estado llamando que estoy aquí —. El demonio elevó una ceja, viendolo intrigado. —Acaso. ¿Ha tenido una pesadilla?—.
Esto hizo estremecer al niño, que recordó el horror que vivió durante su enfrentamiento con Claude. Recordó los ultimos segundos de Alois, siendo devorado por el demonio y luego que este lo arrojase al suelo como si no valiera nada y los ojos sin vida del rubio observando directamente a los suyos. Su estómago se retorció, lo presionó con ambas manos, y se estremeció por lo que estaba pensando. Se dio cuenta que la partida de Alois era una terrible pesadilla pero no comprendía porqué.

—¿Que sabes de ese demonio arácnido?—. Irrumpió el niño, levantándose de la cama. El sol se escabullía entre las delgadas cortinas rojas con detalles dorados.

—Ha estado acechando desde las sombras, pero no se ha acercado a usted en ningún momento—. En el mayordomo ya había cesado sus brillos en los ojos. Se acercó a su amo con intenciones de devestirlo como comunmente lo hacía pero el niño le dio la espalda. Comprendió que su amo no estaba de buen humor.
—¿Que hay de ese fastidioso?—. Se despojo de su camisola de algodón, encajes y bordados blanco. El sello aún brillaba en su ojo.

—El amo Trancy a estado en su habitación toda la mañana, aún no ha salido para encontrarse con la señorita Lizzy.—. El mayor se fue alejando hacia el centro de la habitación, en busca de la prenda que hoy vestiría el niño.

Ciel quedó pensativo, esa pesadilla lo vivió tan real, que tener frente a Alois sería un alivio. Suspiró. ¿Alivio? Sacudió la cabeza alejando ese pensamiento mediocre. Alois era un enemigo que debía mantener vigilado todo el tiempo o al menos hasta saber quién realmente asesinó a sus padres. Se dirigió a Sebastian, ahora si dejó que lo ayude a vestir.

En silencio, sin decir nada mas, el niño se perdía en pensamientos que él consideraba innecesarios, los alejaba pero en cuestión de segundos, estos volvían. Y todo era sobre Alois Trancy. Por la otra parte, Sebastian se embriagaba con el aroma brusco y cambiante del alma de Ciel. Si no fuera por el contrato, ya lo habría devorado. Se limitó a pensar en casarlo. Se centró en la escencia cambiante del alma. ¿Que habría sucedido con el niño para que este comenzara a emanar tan olor provocativo?. Su existencia era tentadora.

Amo y mayordomo salieron de la habitación, debían encontrarse con la joven Lizzy, que habia invitado al niño, mediante sebastian, a que salieran a recorrer los alrededores del hotel. Detestaba la idea de salir en su dia de descanso, ya que para eso habría aceptado la invitación de Elizabeth sobre vacacionar en una isla lejos de Inglaterra. Pero hoy se realizaba la inauguración del hotel. Como era capricho de Lizzy salir y comprar vestidos para estrenar en maa fiestas elegantes, Ciel vacilaba si acompañarla o no. Ya se había negado una vez, otra segunda podria disgustarle a su Tio, el Marqués Middflord.
Iba caminando por el pasillo, desviando todo pensamiento de disgusto y se forzaba a permanecer serio ante su prometida, ya que sabia que se encontraría con el conde Trancy.

Elizabeth se encontraba gritando y llorando acompañada de su dama, Paula. Ciel y Sebastian se aproximaron, era normal los berrinches de la niña, pero no de esa manera. La de rizos volteó y notó a Ciel, corrió y se lanzó sobre el niño, que fue sostenido por Sebastian para que no se desplomara en el suelo con lizzy encima.
—¿Que sucede Lizzy?—.
—¡Shieeruuuu!—. Entre sollozos. —Alois se fue...—. Esto definitivamente asombro al niño. No era coincidencia su pesadilla y el repentino retiro del rubio.
—¿Estas segura? Probablemente solo salio a dar una vuelta.—. Alejó a Lizzy debía mantener su preocupación oculta.
—No lo sé, cuando Paula fue a buscarlo, notó que no había nadie en su habitación, ni siquiera Hannah—.

El pequeño peliazul quedó ensimismado, preguntandose si de verdad lo que vivió, realmente solo habría sido un sueño. Sebastian movió levemente la nariz, percibiendo de nuevo el aroma cambiante del contratista. Esa esencia frágil, inocente rebosante de odio y dolor. Era una exisites, aunque percibia un leve aroma que lo hacia arquear la ceja observando intrigado al niño.
—Joven Amo...—Irrumpió los pensamientos del niño. —Desea que lo busqué... Después de todo es nuestro "protegido"—. Dicho con sarcasmo, ya que el pequeño se negaba a cuidar siquiera de un perro.
—Deja de perder el tiempo. Hoy prometí a Lizzy que la acompañaría a donde ella quisiera. Es mi deber como su prometido— Aunque se vio sorprendido por un inquietante sentimiento dentro suyo, se mantuvo firme ante sus palabras.

—¡Buscaremos hasta dar con Alois!—. Era de esperarse la petición de la niña. Pero de todas formas, el conde la vio perplejo. —Pero Lizzy... Deberias disfrutar este viaje, para eso estas aquí, no para buscar alguien que no es de importancia —. Intervino con la voz dura casi demandante.

—Lo sé, Ciel, pero... Siento que podría haberle pasado algo malo—. La de rizos comenzó a llorar.

El Joven peliazul suspiró rendido. No podía permitir que sus tios vieran como Lizzy lloraba a causa suya. —Esta Bien Lizzy, no llores, lo buscaremos. Sebastian y Paula nos ayudarán, asi que, lo encontraremos pronto—.

A pesar de intentar negarse no le quedó mas opción que ceder ante el capricho de su prometida, aunque, Ciel no lo comprendía aún, estaba claro lo angustiado que estaba. Dentro suyo temía que su sueño se volviese una real pesadilla estando despierto.
Sebastian notaba cambios bruscos en el niño, pero solo se limitaba a observar, aún era muy pronto para devorar esa frágil y desesperada alma inocente.

Continuará.

Entre Condes. Una Historia De Amor InocenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora