Hambre.

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"Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida..."


Lave mi cara y mi cuerpo llenos de mugre, mis ropas las cuales constaban solamente de una camisa de un color café claro, con cortes en varias partes de ella, y unos pantalones oscuros, lo cuales llegaban hasta un poco más arriba de mis tobillos, atados a mi cintura por una soga cualquiera. Toda mi ropa mostraba señales de estar roída en varias partes como si hubiese librado una batalla con ella puesta.

Me dispuse a caminar siguiendo el flujo de aquel río, el cual mostraba una abundante vegetación en sus alrededores, con la esperanza de encontrar un sendero o camino que me guiase a algún lugar habitado, pero en medio del camino algo llamo mi atención. Podía sentir como se movía velozmente entre los arbustos, silencioso pero decidido, podía sentir como aquella presencia, pacifica, saltaba sobre la hierba para finalmente terminar frente a mí. Cuando por fin estuvo cerca se detuvo y pude verlo, era un conejo de bosque de no más de cuarenta centímetros de largo, con cuatro garras en cada pata las cuales supuse que era para poder escalar entre los árboles y escapar del peligro que lo acechara en tierra, su pelaje café del mismo color de los árboles que componían el bosque, era perfecto para pasar desapercibido entre las ramas. Durante unos segundos lo contemple, hasta que ocurrió. Como movido por una fuerza que se adueñó de mí, velozmente fui donde el animal sin darle tiempo de saltar a la rama más cercana, y entonces todo se volvió oscuridad.

Lo siguiente que recuerdo es la sangre, sangre esparcida por todo el césped, el cual ahora tomaba un color carmesí, sangre que bañaba mis manos y mi cara, no sé qué paso ni cómo, pero ahí estaba, el conejo ahora estaba tirado delante de mí, con todo su torso faltante, como si un depredador le hubiese arrancado todo el sector de su abdomen de un solo mordisco, el sabor de la sangre bañaba mi boca mientras mis mandíbulas masticaban sus huesos de manera que solo fuesen un trozo de pan crujiente que cede ante la impasible fuerza de mis dientes, y entonces comprendí lo que había pasado.

En el momento en que trague el ultimo bocado fue cuando la realidad me golpeo, había matado y comido un animal y no tenía ni el más mínimo recuerdo de cómo ni por qué. Sin poder soportar más, vomité sobre el césped cubierto de sangre. Un escalofrío recorrió mi cuerpo por completo, temblaba de pies a cabeza como si el peor de los inviernos me azotara, las imágenes de aquella matanza se repetían una y otra vez en mi mente como si solo buscaran darme a entender mi brutal crimen.

Al intentar recordar qué fue lo que ocurrió, solo una sensación azotaba mi mente, hambre. Un hambre incontrolable, un hambre capaz de provocar que hasta el más devoto de los monjes matase a sus hermanos con tal de saciarla. Podía sentir cómo el tiempo se detenía ante mí, cómo el miedo me dominaba ante aquella horripilante escena de la cual yo había sido protagonista.

Intenté, sin resultados, reponerme rápidamente pues me di cuenta de que no estaba solo en aquel lugar, podía sentir como unos ojos me miraban fijamente desde mi espalda, esperando al momento preciso para terminar con mi vida. Con el miedo adueñándose de mente y los instintos de mi cuerpo, decidí darme vuelta y encarar a aquel ser que deseaba darme muerte. Mi sorpresa fue mayor al darme cuenta de que un hombre me miraba, observaba cada uno de mis músculos esperando al más mínimo movimiento de estos para asestarme el golpe mortal. Con su arco tensado, apuntaba directamente a mi cabeza, podía notar que no tenía ni el más mínimo atisbo de duda en sus ojos, pues ante estos probablemente solo debía ver a una bestia que, y debía morir. Lentamente se acercó a mi sin bajar su arma y fue cuando pude verlo mejor. era un hombre de unos cuarenta años, sus ropas dejaban ver una especie de chaleco de cuero que cubría su abdomen, una capucha totalmente verde cubría su cabeza, pantalones café y unas negras botas de cuero lo acompañaban además de aquel arco.

Se detuvo a unos metros de mí y me habló con una voz profunda y calmada.

—¿Quién eres, chico?

El despertar de las estrellas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora