Capítulo 13

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Renato había pasado todo el día sintiéndose como un reverendo pelotudo.

Sí, tenía que atender reuniones. Sí, tenía cosas que hacer. Pero al final, no podía pasar por alto el hecho de que todo ello, cada pedazo de papel irritante que se le cruzó en su escritorio, cada llamada telefónica que le involucró con las que tampoco resolvió nada importante, todo se podría haber hecho sin él por unas pocas horas.

Repetía la pelea con Gabriel una y otra vez. Cada versión le apretaba el estómago un poco más fuerte. La peor parte era, ¿cuántas veces había tenido esa pelea con Agustina? La indecisión de qué hacer a continuación lo perseguía.

¿Llamo a Gabriel? ¿Le mando un mensaje? ¿Regreso más temprano y cuido de los niños? Pero ya sería demasiado tarde. Ya habría reorganizado su agenda.

Dios, era un pelotudo.

—Deja de pensar con tanta fuerza, que vas a hacerte daño.

Renato levantó la vista para encontrarse con Jerónimo en la puerta.

—Dale, no puede ser tan malo.

—Sí, de hecho, lo es.

****

Tomó dos bolsa de sandwiches de miga y dos gaseosas del quiosco de la esquina. Jerónimo se quitó la chaqueta y Renato cerró la puerta, porque durante cinco minutos iba a desahogarse y quizás averiguar qué carajos hacer a continuación.

—¿Así que te fuiste? —preguntó Jerónimo.

—Sí. Lo dejé para hacer frente al día y ni siquiera llamé para asegurarme de que estaba todo arreglado. —Renato sacudió uno de sus sándwiches—. Lo que me hace un gran pelotudo.

—O un tipo que está tratando de salir de una comisaria de mierda y demostrar que ser un Subcomisario gay no es una irresponsabilidad o un truco publicitario —respondió Jerónimo.

Renato alzó la vista, sorprendido.

—Pensé que de todas las personas vos estarías de acuerdo conmigo.

—¿Por qué? ¿Debido a que mi relación se terminó? — Jerónimo se echó hacia atrás en su silla, con una sonrisa en su cara cansada—. No fue nuestra carrera lo que nos separó, Renato. Ni siquiera que estábamos tomando el uno al otro por sentado. Se trataba de querer cosas diferentes. —Se encogió de hombros, casual y desdeñoso—. Un día te das cuenta de que todos esos planes que realizaste ya no eran factibles. O necesarios. Ahora mismo está en Chile, con un chico siete años más joven, fingiendo que le gusta el sushi. No quiere madurar.

Renato asintió, escogió otro sándwich.

—Pensé que ambos trabajaban demasiado —admitió.

—Lo hacíamos. Porque no queríamos ir a casa. —Jerónimo hizo un gesto hacia la oficina alrededor de ellos—. Horrible oficina, largas horas de trabajo, la mierda de ¿la política? Me dedicaba horas y horas solo para no tener que entrar por esa puerta y enfrentarme a otra noche de miradas despectivas. O peor, decepción.

Renato pensó en Agustina, al entrar por la puerta a las doce de la noche y sintiendo una punzada de irritación por una casa desordenada u otro plato de pasta en el microondas.

¿Cuántas veces se había precipitado por la puerta por la mañana sin pensar en su esposa manejando a cuatro hijos y la casa sin su ayuda?

—Caí en la misma rutina de mierda de mi primera... relación —dijo Renato en voz baja.—. Si quiero culpar a alguien por esta pelea, por este patrón, es todo culpa mía.

—Bueno. Se necesitan dos personas para arruinar una relación.

Un escalofrío recorrió la espalda de Renato.

—Tengo que ir a casa —murmuró, haciendo acopio del teléfono y las llaves—. Realmente tengo que llegar a casa.

****

Consumió todo el tiempo que le retrasó el tráfico de la hora punta, practicando lo que podía decir. Cómo disculparse por volver a sus viejas costumbres negativas. Cómo decir, lo siento lo hice otra vez y te juro que no va a suceder...

Sí, había hecho ya esa promesa antes.

La desesperación llenó sus venas mientras llegaba a la casa. La falta de un auto en la puerta le sorprendió mientras estacionado allí en su lugar. El reloj le dijo que eran las ocho. Todos deberían estar en casa ya.

Las luces estaban encendidas. Podía oír la televisión a través de las ventanas delanteras abiertas, mientras buscaba las llaves para abrir la puerta.

Marcos, Isabella y Bruno estaban sentados en el sillón, Guille en una silla al lado, con su teléfono.

—¡Hola, papá! —dijo ella, asintiendo mientras le daba una media sonrisa.

—Hola, amor. Ey, Marcos, ¿cómo estás?

—Hola Renato. Bien ¿y vos?— dijo tomando la mano extendida de Renato.

—Supongo que Camila...

—Sí, Camila al rescate.

Apareció su excuñada, con una copa de vino en la mano.

—La cena, en diez minutos. ¿Querés algo de beber?

—No, gracias. —Renato fue a través de su rutina, conectar su teléfono, quitarse la chaqueta. Los ocupantes de la habitación estaban fingiendo no verlo, Camila también se sentó en el sillón.

—¿Está, uh, está Gabriel en casa? —preguntó, tan casualmente como pudo.

—En realidad, ese es el mensaje que debia darte. Dijo que iba a quedarse con Juan y Julián esta noche —dijo Camila con suavidad.

El corazón de Renato dio un pequeño salto.

—Bien. ¿Mencionó cómo iban las cosas?

Camila apartó su atención de la televisión.

—No. Solo dijo que estaría en contacto.

****

La cena fue animada, sobre todo debido a que Camila tomó el control de la conversación. Mantuvo entretenidos y receptivos a los nenes, mientras que Renato cenó mecánicamente.

—Así que Tato, ya que Gabi no estará esta noche, ¿me necesitas para que me quede a cuidar a los chicos mañana? Pedí unos días en el trabajo.

—Podemos manejarlo —dijo Emilia antes de que pudiera hablar—. Por Dios, no somos niños.

Renato salió de sus negros pensamientos y la miró. Por un segundo Agus estaba sentada en esa silla, medio frunciendo el ceño.

—No pueden conducir —dijo Renato finalmente—. Pero no quiero molestarte, Camila.

—Como le dije a Gabriel, estaba acostumbrada a hacer este tipo de cosas para Agus.

La comida se hizo poco apetecible después de eso.

****

Puso a Camila en el cuarto de invitados esa noche.

Incapaz de irse a la cama sin hablar con Gabriel, tomó su teléfono y se encerró en la oficina de su novio, en la parte posterior de la casa.

Este era el centro de su negocio. Los archivos ordenados y pilas de planos, cámaras en cajas y un sinfín de imágenes de lugares donde habían trabajado. Renato sabía que había una muy similar en la casa de Juan.

Sabía que facturan más y más cada mes. Sabía que Gabriel trabajaba duramente en este negocio, ponía mucha energía en tener una carrera que le importaba, que se sentía muy orgulloso de ella.

Una carrera que él había despreciado esta mañana antes de marcharse por la puerta.

Renato marcó el número de Gabriel, sin estar seguro de lo que le iba a decir cuando contestara. Afortunadamente, desafortunadamente, nunca necesitó saberlo. Su novio no respondió.

#4 V&T Quallicchio [Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora