Capítulo I.- Compañeros en cacería

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La iluminación, a pesar de ser tenue, me molesto tanto que cerré los parpados por instinto. Un momento. Antes de cerrarlos, había contemplado las figuras de dos personas con indumentarias familiares. Volví a abrir los ojos y allí se hallaban dos figuras, una con curvas pronunciadas en sus caderas y el otro con un arco en mano.

―Vaya, por fin despiertas ―comenta la de las curvas.

― ¿Quiénes son?

―Somos Cazadores. Yo soy el Cazador de las Tejas y ella es la Cazadora Carmín. Mucho gusto...

―Rossteo es mi nombre.

―Aquí no manejamos esos nombres. Debes de pensar en uno que te haga parecer genia ―su compañera le da un golpe con la mano abierta en la nuca―... Auch, eso duele, Inadie.

―Deja de decir disparates. Disculpa la actitud de mi compañero presente, pero es muy tonto.

―Pero audaz ―replica él.

―Bueno, Rossteo, Él es Olivie y yo Inadie ―carraspea un poco en son de llamar mi atención―. Supondré que no eres de por aquí y tengas preguntas, ¿no es así?

―En realidad ―me recompongo, levantándome del sillón en el que estaba―, sé lo suficiente. Es la noche de la cacería. Inclusive tengo mi arma aquí.

―Buah, ¿dónde la tenías? ―pregunta Olivie. ¿Por qué sus nombres me son familiares?

Inadie me hizo una pregunta, pero no le alcance a prestar atención. Estaba en su totalidad absorto por el sitio donde me hallaba― No puedo creer que este sea el sueño del cazador.

Mis palabras hicieron que ellos tuvieran interrogantes en mente, sobre cómo sabía más de lo usual. Salí de la edificación por la portada que tenía enfrente de mí. Un vasto jardín de flores desconocidas se posaba en mi vista, seguida de tumbas y seres esqueléticos pálidos que resguardaban cada una. Las escaleras disimuladas, cubiertas por el fango seco y losas de piedra desgastadas, guiaban a una fuente. Acercarme ahí era una opción que tome. Al estar cerca, las mismas criaturas de las tumbas aparecieron, esta vez teniendo sombreros de copa en sus cabezas.

― ¿A qué son lindos? ―la voz femenina de atrás llama mi atención― Les decimos Canijos. No preguntes por qué. Gajes del oficio, supongo.

Mi mirada se turna a ver a la dirección contraria de la fuente, donde aprecio la figura de una dama sosteniendo una especie de calamar con tentáculos pequeños en proporción a su cabeza. Viendo detenidamente sus dedos, estos están trazados. No es humana.

―Ah. La muñeca no se ha movido desde que llegamos a este páramo, ¿sabías? ―dice el Cazador― Antaño proporcionaba fuerza a los Cazadores que llegaban, pero dejó de hacerlo cuando tuvo a esa criatura en sus manos ―cruza sus brazos y se recarga en una de las lápidas. La muñeca estuvo todo el tiempo expectante a nuestra conversación, sin siquiera de defender al extraño calamar. Solo nos miraba con desdén.

―Bueno ―aplaude una vez la Cazadora―, ya que sabes algo de esto, hay que hacer el pacto.

― ¿Pacto? ―nunca oí de él.

―No te molestes en preguntar de qué trata. Cuando nosotros llegamos al Sueño del Cazador, uno de los Grandes se presentó a nosotros ―se paró en frente mío, hizo una reverencia y se arrodilló, acto que fue imitado por el otro. En cambio, la muñeca cubrió al calamar, aferrándose a él como si su vida dependiera de ello―, nos otorgó ojos y lucidez ante este lugar corrupto y cobijo bajo su yugo. Ofrécete a Flora en sangre y mente, recibe su don con inmensa gratitud y forma parte de los Cazadores en su manto. Oh, concédele ojos, su eminencia, concédele ojos...

Algo me inquietaba de todo esto. Por instinto y miedo, volteé sobre mis talones. Detrás, bajo la cúpula oscura decorada con estrellas y una luna carmesí, como la sangre que burbujea en mí ser, contemplo una imagen hermosa, indescriptible y, por supuesto, cargada de imponencia.

―Qué belleza ―extiendo mis brazos y con una sonrisa de oreja a oreja, de seguro de un lunático, soy cargado por aquella figura que me daba alegría y miedo a la vez.

Esa figura, me abraza y me da consuelo. Lágrimas a borbotones salen de mis ojos y soy bombardeado por pensamientos, profundos como el vasto y oscuro océano o del universo mismo.

Oh... No más... Por favor... Para. Tengo miedo.

― ¡Para! ―grite, sin respuesta. Agh, mi cabeza...

Los minutos transcurrieron. Los Cazadores esperaban ansiosos a que terminara mi iluminación. La muñeca me miraba con pena en demasía, y ni que decir de los Canijos, ignorantes de la situación y felices con sus sombreros de copa.

Ah... Para de una maldita vez...

Caí rendido, observando los secretos que me otorgaba aquella magnificente criatura. Los minutos seguían corriendo y no había signos de detenerse. Los Cazadores estaban excitados y jadeando. La muñeca lloraba. ¿Así que la muñeca puede llorar? Pobre...

Cuando menos creí que esto acabaría, Flora, la Presencia Lunar que me cargó, soltó su agarre y depositó las plantas de mis pies en el suelo fangoso y lleno de flores desconocidas. No, flores de sangre fría y una que otra plántula de dicha flor. En el cielo se asomaban, de entre las extrañas nubes que aparecieron de la nada, decoradas de rojo por la luna, tentáculos que se movían de un lado a otro, retorciéndose.

―Supongo que ya eres capaz de ver ―afirma Inadie.

―Sí, veo una completa pesadilla.

―No te preocupes, te acostumbrarás ―dice ella―. A las visiones, las voces, las criaturas, a Yharnam. Je je je.

―Pero antes de entrar a combate, debes... ¿Qué era?

―Hablar con el Cazador del Sueño ―replica la Cazadora.

Sin más opciones, les seguí, subiendo por las escaleras por donde baje a la fuente. Allí se asomaba la presencia de Amygdala, colgando cerca de la puerta. Un escalofrío recorrió mi ser.

A mano izquierda de la puerta, se hallaba, en silla de ruedas, donde antes no había una sola alma, Regmund, el Cazador del Sueño.

―Vaya, vaya... Un nuevo cazador ―hace una exhalación―. No, tú eres uno de los Invictos. Ja ja. Y pensar que no regresarías.

― ¿Eres un Invicto? ―ladeó con ligereza Olivie― Qué sorpresa. Encontrar a uno de los nuestros.

En ese momento, al mencionar por segunda vez la palabra Invicto, mi mente recibió una fuerte jaqueca, que intente contrarrestar llevando mis manos a mi cabeza, en un inútil intento.

―Debe ser mucha información para ti. Eso es seguro. Para mi infortunio, los únicos que recibieron el pacto de la Presencia Lunar fueron solo ustedes tres. Qué envidia... Obtuvieron un maravilloso regalo mientras yo estoy prostrado en esta silla. Ja ―ahora es cuando me siento mejor. ¿Solo nosotros tres? ―No te preocupes, no guardo rencor. Al contrario, me siento orgulloso que ustedes hayan sido capaces de entablar conexión con uno de los Grandes. Antaño, se pasaba por un duro y largo proceso para siquiera ver a Amydala. Supongo que es la fuerza de los Invictos. Je je je.

En las Lúgubres Tierras de Yharnam - Saga HuntDonde viven las historias. Descúbrelo ahora