Capítulo II.- La Sangre en mis manos

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Hallándome postrado en una cornisa, hurgando mis pensamientos, descubro uno de los obsequios de Flora: la manera de fabricar las armas de los viejos cazadores.

― ¿Por qué viejos?

― ¿Qué tanto te molesta, Rossteo? ―detrás de mí, la Cazadora Carmín, apodo dado por la constante salpicadura de sangre que tiene ella en sus vestimentas. Me imagino la cantidad de infecciones que Inadie carga consigo...

―Tal parece que Flora ―me levanto de mi posición―, como regalo por el pacto, me dio la forma de crear las armas de los viejos cazadores.

―Vaya ―ella saca su Rakuyo ensamblada y la observa con detenimiento―. Felicidades ―la desarma, colocando sus partes en vainas en sus costados. Para el sable en su lado derecho y la daga en el izquierdo―. Bien, es hora de cazar cazadores perdidos por la Sangre.

Asiento a sus palabras y, un poco indispuesto, nos lanzamos de la cornisa del segundo piso. Al caer por sobre las puntas de nuestros pies, rodamos para sacar la fuerza del impacto a las piernas por la gran altura.

Corrimos por escalinatas, recorriendo cada calle de Yharnam. Pude divisar, en los tejados, la figura de Olivie, avanzando a nuestra velocidad.

En un punto de nuestro recorrido, avistamos aldeanos consumidos por la sed de sangre. Bestificados, portando rastrillos, sables, hachas, balaustres, antorchas y fusiles. Al momento de vernos, gritaron "Escorias malditas" o "Bastardos sedientos". Esto último me sacó de mis casillas.

Los fusileros cargaron sus armas y antes de disparar fueron atravesados por flechas arcanas, tiros crédito del Cazador de las Tejas.

―Uf, va a ser una larga noche ―comenta Inadie, desenvainando su arma y blandiéndola de un lado a otro, espantando a los aldeanos. Con su sable detenía sus armas y con su daga les daba el golpe de gracia. Yo, por mi parte, desenfunde mi Hacha del Espacio Arcano, otorgado por Flora, y la desplegué, haciendo que pasará a ser una alabarda.

Apoye espalda con espalda a mi compañera y cargamos a nuestros respectivos lados. Mis tajos, poderosos por mi arma, cercenaban cabezas, tajaba sus hombros hasta sus pechos con mucha facilidad. Ambos nos teñimos de carmín.

Luego de un rato, contemplamos la llegada de más oponentes. Rodeados de perros, ansiados por la sangre en mi indumentaria. Extasiados por el olor de mi carne.

Su número era desenfrenado. Pero la llegada de más cazadores hizo que sonriera.

―Ah. Llegamos tarde ―su voz era femenina, casi angelical.

―No te preocupes, Misha, aún quedan perros.

―Cállate, Skirnim ―hace una breve pausa―. No son lo mismo.

Ambas figuras discutían y mi sonrisa desapareció. Qué va. Debo concentrarme en mi trabajo. Cazar bestias enloquecidas, y ellos aún no lo están.

Mi mirada se enfocó en los perros. Destazaba sus piernas y cortaba sus cabezas. En un momento dado, mi compañera se detuvo y me observó con nauseas.

―Al parecer te estas enloqueciendo ―dice Inadie.

Por su parte, yo me concentraba en aniquilarlos, hasta que sus brazos, los de la Cazadora Carmín me sostuvieron, deteniendo mis acciones.

― ¿Qué haces? ―pregunto con rabia en mi voz, junto con una mala mirada.

―No ves que es suficiente. Acabaste con todos ellos ―suelta su agarre y me posiciono cara a cara―. Estas enfermo por hacer... eso a cadáveres. Tal parece que eres susceptible a la locura.

En las Lúgubres Tierras de Yharnam - Saga HuntDonde viven las historias. Descúbrelo ahora