PRÓLOGO

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Según el relato cristiano, el ave Fénix vivía en el Jardín del Paraíso y tenía su nido en un rosal

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Según el relato cristiano, el ave Fénix vivía en el Jardín del Paraíso y tenía su nido en un rosal. Cuando Adán y Eva fueron expulsados por el pecado de la manzana, de la espada de un ángel que los desterró, surgió una chispa que prendió el nido del Fénix y a su inquilino. También se dice que el Fénix había sido el único que no quiso probar la fruta prohibida, por eso, se le concedieron varios dones. Uno de ellos era el poder del fuego y la luz, pero por la cual se destacó más, fue por el de la inmortalidad de la cual, renacía de sus cenizas.

Cuando el Fénix le había llegado la hora de perecer, hacía su nido con especias y hierbas aromáticas, luego ponía un único huevo que lo empollaba durante tres días. Al tercer día, el ave ardía quemándose por completo, y al reducirse a cenizas, resurgía del huevo la misma ave Fénix, siempre única y eterna. Cada quinientos años, este proceso se repetía. En 1942 la segunda guerra mundial inició. Millones de inocentes murieron. Así, un Fénix fue convertido en una mujer, realmente nadie sabe quien fue, pero ella salvo la vida de muchos, con sus grandes alas negras y sus flamantes llamas. La mujer, paso muchísimos años luchando contra el mal y protegiendo a los inocentes, hasta que se enamoró de un mortal, incumpliendo la ley más importante. La ley era sencilla, si te enamorabas de un mortal, o tenias una relación más grande que una simple amistad, deberías morir. Y así como la ley regia, la mujer murió, pero no sin antes dar a luz a una pequeña niña, Venus William.

Así que sí, soy una fénix, o por lo menos la hija de una. Recuerdo que cuando tenia 4 años unas pequeñas alas negras comenzaron a crecer en mi espalda. Mi padre intentó tranquilizarme, pero no podía, y de repente mi pequeño cuerpo se había llenado de llamas, pero a mi no me dolía, ni si quiera las sentía. Así pasaron los años, hasta que aprendí a controlarlo. Había tenido que estar en un lugar donde me enseñaron como controlarlo, ni si quiera podía salir de allí. No podía ir al instituto como una chica normal, no podía ir de compras o ir al cine. A los 17 años me dieron la mejor noticia que me pudieron haber dado nunca, podría volver a casa, podía ser una chica normal, o eso creía.

FÉNIX © CREPÚSCULODonde viven las historias. Descúbrelo ahora