Día 2. Folklore/Mitos/Leyendas

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Hace mucho tiempo había un reino con tres brillantes sucesores. El mayor de ellos, Katsuki, era admirado por todos los habitantes de la nación. No solo destacaba en todas y cada una de las disciplinas académicas, sino que su hermosura era tal que los juglares afirmaban que se trataba de la mismísima reencarnación del dios Dabi, deidad de la belleza y las pasiones carnales (en especial si dichas pasiones estaban relacionadas con Hawks, deidad de la guerra). El dios, celoso porque los hombres estaban abandonando sus altares para rendir pleitesía a un simple mortal, decidió vengarse, el pasatiempo preferido de las divinidades. Así, mandó a su hermano menor, Shouto, a castigar a Katsuki, haciendo que se enamorase del hombre más horrible, vil y cruel que existiera. Shouto aceptó la misión, sin embargo, replicó que tendría que conformarse con el segundo, ya que el primero era su padre y ya se encontraba encerrado en el Tártaro desde hacía múltiples decenios. No obstante, pese a lo que Dabi pudiera pensar, Katsuki no era feliz con su vida. Era tan habilidoso e inteligente que era capaz de derrotar a cualquier oponente en cuestión de segundos y sin apenas esfuerzo, lo cual le aburría profundamente. Además, su mal carácter era tan conocido en todo el reino que casi nadie se atrevía a pedirle la mano, y aquellos pocos que se reunían el valor suficiente se arrepentían. Él quería un hombre, pero uno que tuviera dos dedos se frente, no era su culpa que solo apareciesen gilipollas.

Los otros dos sucesores al trono, Mina y Eijirou, estaban preocupados por su amigo, y le sugirieron acudir a Nighteye, el sabio oráculo, para que aclarase su destino. Ellos creían con toda seguridad que el oráculo les respondería que Katsuki heredaría el reino, se desposaría con algún príncipe, y juntos traerían paz y prosperidad. Es decir, era lo que cualquiera habría pensado. Sin embargo, Nighteye reveló que lo que le amparaba a Katsuki era mucho más oscuro de lo que nadie podría haber llegado a imaginar jamás. Según su profecía, se casaría en la cima de la montaña con un monstruo de otro mundo. Tanto Eijirou como Mina se opusieron, se negaban a permitir que tan terrible destino se cumpliese, y trataron de convencer a su amigo de que todavía estaban a tiempo de cambiarlo. No obstante, para su sorpresa, Katsuki aceptó las palabras del oráculo con resignación y los abandonó para subir a la cumbre de la montaña. Intentaron seguirle, pero pronto se rindieron. Si debían encontrarse de nuevo, lo harían por seguro. Ahora lo único que podían hacer era confiar en su amigo y seguir con sus vidas para que, si salía vivo de esta, pudieran verse las caras una vez más, sin arrepentimientos.

Cuando hubo escalado hasta el punto más alto de la montaña, una fuerza misteriosa proveniente de Uravity, diosa del viento, lo elevó sobre el suelo y lo llevó hasta un campo lleno de flores. Algo molesto por lo extraño de la situación, Katsuki se internó en el bosque que rodeaba el vistoso valle hasta llegar a un gigantesco palacio colmado de lujos tanto por fuera como por dentro. A su alrededor comenzó a escuchar voces que le decían que aquel lugar le pertenecía a partir de ahora, y que todos sus habitantes estaban allí para servirle y hacer su voluntad. Empezaba a sospechar que lo que había donde el oráculo no era incienso, sino marihuana de calidad, porque si no estaba flipándolo, tal vez fuera recomendable que se lo hiciese mirar. Sin embargo, aunque estuviera convencido de que todo era producto de una alucinación provocada por las drogas, se sentía demasiado real como para ser invención de su mente. Nunca antes había tenido ninguna clase de alucinación, pero suponía que no era tan realista como aquello. Aun así, tomó la decisión de pasar la noche en una de las habitaciones del palacio, pensando que, al despertar, se encontraría tumbado en el suelo y Eijirou y Mina estarían ahí, a su lado, burlándose de él.

Algo ocurrió durante la noche. Envuelto en la protectora oscuridad, apareció un hombre. Su voz era dulce y muy gentil. Le pidió a Katsuki que se desposara con él. Katsuki contestó que ni de puta coña, vamos, que ni pensarlo. Después de varios intentos seguidos, el joven empezó a cabrearse en serio, y le respondió que si tantas ganas tenía de hacerlo su esposo, tuviera los huevos de mostrarle su rostro bajo la luz del día. El desconocido se negó, alegando que sería demasiado arriesgado para ambos, y Katsuki comenzaba a intuir que, quizá, estuviese en la casa de un violador o un asesino en serie. Prefería la segunda opción, la verdad, se veía más capaz de lidiar con ese tipo de criminal, parecía más sencillo de tratar. No obstante, un crepúsculo más oscuro que de costumbre, el hombre se sentó junto a Katsuki en la cama. Era luna nueva, y no había estrellas, los rodeaba la oscuridad más completa y absoluta. Una mano cálida se posó en la mejilla de Katsuki, y otra mano fría tomó la suya. Se estremeció al contacto, era la primera vez que se tocaban. Entonces, el desconocido le besó. Tras el beso, repitió su pregunta habitual. ¿Me dejarías hacerte mi esposo? La contestación de Katsuki, sin embargo, fue distinta ahora. Sí.

Con el paso del tiempo, Katsuki comenzó a echar de menos a sus viejos amigos y a irritarse debido a que ellos probablemente pensaban que estaría muerto. En medio de una discusión unilateral, Katsuki pidió a su esposo que Eijirou y Mina pudieran acudir al palacio a visitarle. Su esposo se negó muchas veces, y le advirtió de que intentarían hacerle ceder ante la curiosidad, lo cual le arrebataría toda su actual felicidad, ya que nunca, bajo ningún concepto, tenía permitido conocer su rostro. Sin embargo, terminó por ceder y mandó a Uravity que trajera a Eijirou y Mina. Al ver semejante lujo, no pudieron sentirse más felices por su amigo, y en seguida corrieron a abrazarlo y hacerle cientos de preguntas. No obstante, cuando Katsuki confesó no haber visto jamás el rostro de su pareja, sus gestos de alegría cambiaron por unos de preocupación. Le contaron que hacía poco habían escuchado una historia similar a la que estaba viviendo él en boca de un juglar errante que pasó por la ciudad, y que su esposo no era sino una serpiente gigante que se estaba preparando para devorarlo. Según el cuento que habían oído de dicho juglar, para acabar con la serpiente malvada debía esperar a que se quedara dormido. Luego, tenía que acercarse a él con una lámpara de aceite y un puñal, y cortarle la cabeza antes de que tuviera la oportunidad de abrir los ojos. Aunque Katsuki no parecía creerse esa historia del todo, comenzó a dudar a causa de la seriedad con la que sus amigos hablaban. Tal vez fuera cierto y se encontrase en peligro de muerte.

Cegado por la palabrería de Eijirou y Mina, ese mismo crepúsculo llevó a cabo el plan. Una vez se hubo dormido su esposo, le iluminó el rostro con la lámpara, pero no vio a un monstruo, sino a Shouto, de quien se decía que era el más hermoso de todos los dioses. Sin embargo, una gota de aceite cayó sobre la cara de Shouto, hiriéndolo y despertándolo. Se sentía profundamente decepcionado y traicionado, y a pesar de que había desobedecido a su propio hermano por amor a Katsuki, ya no podían permanecer juntos. Se marchó de allí de inmediato, no importó nada de lo que Katsuki dijo. A partir de entonces, Katsuki decidió enmendar su error y emprendió una ardua búsqueda para encontrar a Shouto que finalizó en el templo de Dabi. Este, enfurecido al hallar al mortal frente a él, le ordenó tareas imposibles para tener derecho a ver a Shouto de nuevo. No obstante, como los demás dioses se compadecieron de Katsuki y habían hecho una apuesta para ver si él y Shouto terminaban juntos, las tareas fueron superadas una tras otra, lo cual solo acrecentó la ira de Dabi, a quien se le ocurrió una tarea que no sería capaz de realizar bajo ninguna circunstancia. Este novedoso desafío consistía en introducirse en el Inframundo (gobernado por Hitoshi, mala idea) para conseguir que Denki (esposo de Hitoshi, muy mala idea) le entregara un cofre con un poco de su belleza. Pese a las dificultades, Katsuki fue capaz de completar su misión, pero a la vuelta fue presa de la curiosidad por segunda vez y abrió el cofre, quedando sumido en un extraño sueño.

Mientras tanto, Shouto ya se había recuperado de su herida, aunque ahora una cicatriz rojiza afeaba su hermoso rostro. Al enterarse de lo que tramaba Dabi, empezó a buscar a Katsuki con el objetivo de despertarle del profundo letargo en el que había quedado atrapado. Después de recorrer un largo camino, logró encontrarlo y despertarlo. Se había dado cuenta de que le amaba demasiado como para dejarle marchar por algo tan nimio como haber visto su cara. No podía perderlo. Por ello, se dirigió a All Might, soberano de todos los dioses, y le suplicó que convirtiera a Katsuki en un ser inmortal para no tener que despedirse nunca de él y estar juntos hasta el fin de los tiempos. All Might se compadeció de él y, como había apostado que se reconciliarían e iba a tope con esa pareja, cumplió su deseo. Dabi no lo quería consentir, y por mucho que All Might trató de tranquilizarlo y convencerle de que sería un casamiento digno de su hermano, no logró nada, y tuvo que depender de Hawks, quien utilizó métodos menos ortodoxos para calmar al dios. Al final, y como suelen terminar los cuentos (aunque esto no es un cuento), Shouto y Katsuki contrajeron un matrimonio que duraría para siempre, y vivieron felices y comieron perdices por toda la eternidad.

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