Día 5. Escuela/Trabajo

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Cuando sonó el despertador, Bakugou lo arrojó al suelo con toda la fuerza que podía tener un ser humano medio a las siete de la mañana. Había sido una buena idea regalarle por su cumpleaños uno de esos despertadores que se apagaba con un golpe que se anunciaban en la teletienda de madrugada. Gruñó, no le apetecía levantarse de la cama, la semana había terminado con él, y solo estaban a martes. Sin embargo, era consciente de que si no se levantaba él, Todoroki permanecería todo el día abrazado a esa almohada que, en teoría, compartían. Su novio tenía el sueño profundo y no había forma de que se despertara por su propio pie, era todo un caso. Todavía con los ojos pesados, le quitó la almohada al chico y trató de despertarlo. Todoroki protestó, pero no abrió los ojos. Todas las putas mañanas lo mismo, Bakugou no sabía cómo no había aprendido la lección a estas alturas de la película. Dio un manotazo sobre el colchón y pegó un grito, obligando al otro a desperezarse de manera casi automática.

  -¿Tienes que hacer eso cada mañana? -preguntó cansado Shouto.

  -Si te despertaras cuando suena el despertador, no tendría por qué.

  -Gilipollas.

  -Sí, sí, ya me he enterado -bufó Katsuki-. Vamos, que no quiero llegar tarde a clase.

Sus clases comenzaban a las nueve la mayor parte de los días ese semestre, lo cual resultaba tortuoso para ambos. Los dos se encontraban en el último curso de sus respectivas carreras, y no sabían qué les aterraba más, la tesis o las prácticas externas. Bakugou estudiaba Bioquímica, y aunque no tenía ni idea de qué hacer con su vida en esos momentos, todo apuntaba a que acabaría haciendo un doctorado. Todoroki, por su parte, estudiaba Lenguas Modernas y sus Literaturas, y tenía bastante claro que quería terminar como traductor en alguna editorial. Se habían conocido en primero de carrera, cuando estaban en la biblioteca de la universidad y se chocaron porque Katsuki iba distraído y Shouto llevaba demasiados libros de poesía británica como para saber por dónde iba. El rubio había considerado pegarle cuatro gritos en primera instancia, no obstante, fue incapaz al ver que ese chico que recogía antologías poéticas del suelo era justo su tipo, así que le ayudó y cargó con la mitad de los libros hasta la mesa en la que estaba sentado estudiando. Sus amigos solían decir que había sido un primer encuentro muy romántico, digno de Hollywood en su buena época.

A partir de ese día, empezaron a saludarse cada vez que se veían en la biblioteca, hasta que Bakugou se armó de valor y se sentó en la misma mesa que él para ofrecerle ir a tomar un café juntos el sábado. Para su sorpresa, Todoroki aceptó, y aquella primera cita finalizó tan inesperadamente bien que dio lugar a una segunda la siguiente semana, cuando fueron a comer después de clases. Bakugou había terminado primero su jornada lectiva, por lo que había ido al edificio de la facultad de humanidades para esperarle, y pudo apreciar a la perfección cómo los amigos de Todoroki veían con incredulidad la escena del chico reuniéndose con el rubio. Shouto ya les había hablado de Katsuki, pero les costaba creer que de verdad estuviese teniendo citas con quien era el crush de media universidad. Lo que sucedió después de ese día no fue una tercera cita, sino más bien una feliz coincidencia. Los dos habían salido de fiesta con sus respectivas amistades de la carrera la semana siguiente, y habían coincidido en la misma discoteca. Una chica estaba intentando ligar con Bakugou con insistencia a pesar de que el chico la había rechazado en múltiples ocasiones y había sido un borde con ella, y Todoroki apareció, colgándose de su brazo y fingiendo ser su novio para espantarla. Y bueno, lo que comenzó como una estrategia para que nadie les metiese fichas y pudiesen estar tranquilos terminó como una realidad al final de la noche. Salieron fuera para, según ellos, tomar un poco el aire, y Katsuki no se demoró ni un minuto en apresar a Shouto contra el muro y besarle. Los dos eran muy conscientes de que apenas se conocían y que iniciar una relación romántica podía resultar arriesgado, pero decidieron hacer caso al cosquilleo que les recorría cuando se encontraban (que podría haber sido meras ganas de acostarse perfectamente) y darse una oportunidad. Tres años más tarde, podía decirse que había valido la pena.

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