Sinopsis

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[Sinopsis]

Entramos completamente empapados al edificio gracias a la tormenta que se desató apenas bajamos del coche; mientras la trataba de cubrirla como podía con mi chaqueta y ella se apartaba lo más lejos posible de mi. 

Qué buen comienzo.

Sé que está enojada por los planes de estos días, o por lo menos es lo que pienso; ya que también es probable que su madre le haya hablado mal de mí por no haberla visto hace un mes. La idea de pasar la semana de navidad con su padre no le hacía mucha ilusión.

Subimos en silencio hasta el apartamento. Apenas abro la entrada principal, sale disparada hacia su habitación. Escucho el portazo que le da a la pobre puerta mientras voy hasta la cocina a preparar algo caliente. Sé que al entrar a ese cuarto tendremos una discusión y prefiero hacerlo con una taza de café en la mano.

Camino hasta su puerta con pasos dudosos, ¿quién diría que sería tan complicado entender a un adolescente a pesar de que en algún momento lo fui? Ahora entiendo a Amelia y creo que debo llamarla para darle las gracias y pedir disculpas por algunas cosas.

No es fácil ser padre, para nada. Cuando tenía su edad no era así, ella no tuvo que pasar por todo lo que yo, y agradezco todos los días por ello. No soy el techo de mi hija, soy su piso, y quiero que pueda lograr todo lo que yo no pude.

Medité lo que diría minutos antes y fue algo complicado al no saber con exactitud el por qué de su estado. Me encontraba frente a la puerta, con las dos manos ocupadas por las tazas, haciendo equilibrio para no derramar nada en cuanto abriera la perilla.

—¿Puedo pasar?— pregunté con tono alto para que me pueda escuchar.

Escuché sus pisadas sobre la madera del suelo aproximándose, y segundos después el rostro de mi hija todo hinchado y rojo por el llanto. Esa imagen no duró mucho, puesto que ella se alejó de la puerta en cuanto me vio y se abalanzó a su cama para caer boca abajo, enterrando su rostro en una almohada.

Dejé su taza en la mesita junto a la cama y me senté del otro lado, sin saber bien qué hacer. Por suerte, ella dejó de sollozar y se acomodó en posición fetal, mientras tomaba la taza entre sus manos.

—¿Alguna vez te haz enamorado?

Es extraño que tu hija te pregunte eso, más aún al ver su estado. Había pensado que ocurrió una pelea con su madre o sus amigas, pero luego de esa pregunta caí: estaba mal por... alguien. Acaso estaba... ¿enamorada?

Ni siquiera sé la orientación sexual de mi hija, menudo padre.

—¿Qué?—pregunté incrédulo.

—Que si alguna vez te haz enamorado, papá—respondió obvia.

Y la respuesta era un rotundo sí, porque a mi cerebro le tomó menos de un segundo formular un nombre.

—Emm... bueno, yo...

—No digas que te enamoraste de mamá porque sé perfectamente que no es así. No soy idiota.

Mi hija sabía la peculiar, por no decir extraña, relación que compartía con su madre. Esta niña, de ya dieciséis años, fue un rayo de luz en la tormenta que era mi vida para entonces. Su madre y yo pasamos por mucho juntos, pero decidimos que la criariamos ambos a pesar de estar separados. Yo conocía lo que era crecer en una familia disfuncional y era lo último que quería para mi propia hija.

—Sí, he estado enamorado— las palabras tuvieron un peso más grande del que había imaginado.

Como por arte de magia, algo se movió en mí al pronunciar esa frase. Porque me había prohibido pensar en ella hacia un tiempo a pesar de que estas fechas reavivaban su recuerdo cada año, porque tenía que parar de doler algún día y porque necesitaba soltarlo.

Luego de terminar las tazas de café, agarró una manta y la trajo hasta la cama. Se acurrucó en el hueco entre mi brazo; como cuando era pequeña y tenía miedo a las tormentas. Acaricié su cabeza acomodando un par de mechones rojizos rebeldes al tiempo que alzó su mirada y antes de que hablara ya sabía exactamente lo que me iba a decir.

—Cuentame sobre ella— pidió, haciéndome ver que era momento de decirlo en voz alta.

Cartas de amor a la Luna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora