Capítulo I

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[La ultima noche]

El bosque medio congelado daba una perfecta referencia de lo que sería el resto del invierno en aquel pueblo.

El frio de la noche lo atrapo al instante en que puso un pie fuera de la casa. Su nariz se tornó rojiza, las yemas de sus dedos perdieron la temperatura cálida rápidamente gracias sus guantes rotos. Estaba abrigado, pero no lo suficiente como para no sentir molestia. Este lugar era algo a lo que nunca se acostumbraría, y aún así, no le podía quitar su natural esplendor.

Veía con fascinación sus alrededores. Los pequeños arbustos con algo de nieve, el pasto húmedo y con una fina capa de hielo que era fácil de romper con pasos fuertes. Sentía que todos los cuentos que había escuchado de pequeño, se situaban en este lugar. Quizá si las circunstancias fueran otras, amaría aquel pueblucho a la mitad de la nada misma. Pero no, Maxxie no lograba sacarle algo bueno a su nuevo hogar desde hace doce meses, porque aquí había transcurrido los peores días de su vida; y al notar algo benefico del pueblo, su memoria lo llevaba a esa semana cercana a navidad donde tuvo que despedirse de su madre.

Como todas las noches desde que tenía memoria, había salido de la casa, busco un pequeño lugar donde poder acomodarse y alzó la mirada. Allí estaba ella, tan expectante como siempre, tan callada como de costumbre. La Luna era la única que conocía todos los sentimientos y secretos de Maxxie Jackson.

¿Por qué no hablaba con alguien de carne y hueso? La respuesta es simple: ¿Quién querría escuchar a un adolecente que no puede llevar cuenta de los problemas que tiene? Los demás tienen suficiente como para acumular problemas ajenos.

— Hace más frío esta noche—comenzó su monólogo el joven, mientras exhalaba por la boca para ver cómo se congelaba su aliento—. No es más fácil ¿sabes? Todos dicen que con el tiempo dolerá menos, pero creo que es una maldita mentira que debemos repetir para tranquilizar nuestros propios pensamientos.

Llevó una de sus manos hacia su cabeza para acomodar el cabello rebelde que se salía de su gorro de lana. Esta charla era parte de su rutina. Una terapia propia que se daba cada noche para poder expresar todo lo que sentía.

—Pretendo... en serio quiero superar esto, que termine el estúpido duelo de una vez— una lágrima fría recorrió su mejilla antes de caer al suelo y convertirse en parte de la escarcha—. Estoy cansado.

Y era verdad. Maxxie no solo estaba agotado por el dolor constante que sentía, sino también por la falta de sueño.

Aquella noche era el ultimo sábado del receso invernal. Todos sus compañeros de clase se encontraban de fiesta, como casi todos los días de estas pequeñas vacaciones; pero lo único que había logrado él era adelantar tareas, ahorrar un poco por los turnos completos que hacía en el trabajo y nada más.

Por un momento recordó cómo era su vida en Nueva York. La gran manzana. Time Square durante año nuevo, la primera vez que Margaret lo había llevado al zoológico de Central Park, incluso la primera vez que patinó en aquel lago congelado. Intentaba aferrarse a aquello, a esas ráfagas de felicidad, pero lo veía desde otros ojos, desde otro cuerpo e incluso desde otra vida.

Maxxie no se sentía propio ni siquiera en su mente, porque cada vez que alzaba la cabeza veía a esos ojos verdes llenos de alegría que lo habían apoyado y acompañado desde su primer respiro.

La voz a la distancia de Amelia lo despojó de sus pensamientos. La temperatura estaba bajando aún más y la joven se preocupó por su sobrino.

Amelia había perdido a Margaret al igual que el chico, pero era incapaz de mostrarse vulnerable ante él. Nunca había tenido que ver por otro ser vivo más que ella misma y ahora debía ser "madre" de un adolescente de diecisiete años.

Cartas de amor a la Luna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora