The Atonement

CAPITULO I

Sintió que el aire le faltaba y fue esa asfixia la que provocó que despertara de golpe. El sudor cubría su frente y nuca como una especie de capa fría. Tomó una bocanada de aire y se llevó las manos a su pecho. El corazón le latía extremadamente rápido. Ben observó todo a su alrededor y se encontró en la oscuridad de una habitación desconocida. El lugar no era amplio, tampoco elegante. Era una habitación simple, con solo una cama y un tocador.

Se incorporó de la cama con cierta lentitud. La cabeza le dolía inmensamente; también se sentía mareado. En realidad, no se sentía bien. Estaba exhausto y débil. No sabía por cuanto tiempo había dormido, pero en definitivas no había sido el suficiente como para hacerlo recuperar sus fuerzas. Ben se puso de pie, observando con cierto recelo las ropas simples que cubrían su cuerpo. La tonalidad café no le gustó; nunca le había gustado ese color.

Ben se detuvo ante la puerta, cerrando sus ojos para concentrarse en la fuerza. Sintió la presencia de Rey, tan brillante como una estrella. El corazón le dio un vuelco. Lo último que recordaba era verla en el Halcón Milenario y haber tomado su mano para hacer una promesa. Salió rápido de la habitación, aunque se arrepintió de su brusquedad debido a un mareo.

Cruzó un corredizo pequeño con solo tres puertas más. Al final del pasillo había un pasadizo para la entrada de una cocina. Era una casa extraña y aparentaba estar debajo de la tierra. Observó todo con curiosidad pues jamás había estado en un lugar tan simple como aquel. Ni siquiera el campamento de jedi de su tío Luke era tan simple. Toda su vida había sido criado en relativos lujos y privilegios por ser el hijo de una princesa y general de la rebelión. Luego había sido tratado con los mismos privilegios al pertenecer al Primer Orden. Y ahora...

Ben se detuvo en seco en su camino por aquella pequeña vivienda. ¿Qué era ahora? Sabía que su presencia no iba a ser grata para muchas personas. Ciertamente no todos sabían que el hijo de los héroes Leia Organa y Han Solo era el mismísimo Kylo Ren, pero la verdad podía salir a relucir. Después de todo, su madre había visto su carrera ser empañada cuando salió a relucir que era hija de Darth Vader.

Unos silbidos mecánicos lo hicieron salir de sus pensamientos. Tras de él estaba el pequeño androide naranja de Rey. Era solo un droide, pero él podía sentir que le juzgaba con sus lentes negros. —¿Dónde está Rey?— preguntó. Su voz salió rasposa por la falta de líquido y por no haberla utilizado en mucho tiempo. El droide hizo un par de sonidos, siendo bastante descortés con él. No lo juzgaba. Él no había sido la mejor persona del universo y el pequeño droide lo sabía. —No la lastimaré,— aseguró con tranquilidad. El droide dudó unos instantes antes de guiarlo hacía lo que parecía ser la puerta de salida. —No estarás echándome de este lugar, ¿verdad?— El droide lo ignoró.

Al final la encontró. Rey levitaba en medio del patio trasero de aquella casa con estilo de iglú. Las dunas de arena los rodeaban y, al ver los dos soles en el firmamento, dedujo que estaban en Tatooine. Recostó su cabeza en el marco de la puerta, siendo este un apoyo para su cansancio físico. Estaba exhausto y deseaba escucharla, pero por unos minutos se mantuvo en silencio, solo observándola.

Ella flotaba en medio de las dunas de arena. Sus ojos verdes estaban cerrados, concentrada. Le sorprendió ver que su cabello castaño no estaba amarrado como siempre lo mantenía, sino que este flotaba libremente con el viento. La luz que irradiaba era tan cálida como los mismos soles del planeta. Era una imagen acogedora... una imagen que él podría admirar por toda su vida sin cansarse.

La vio fruncir su ceño levemente. —Deja de mirarme así,— comentó, con los ojos cerrados.

Sus labios se curvaron en una pequeña y frágil sonrisa. —¿Así cómo?—