Luego de quitarse las sucias ropas y dejarlas a un lado, se tumbó cuan larga era en las frescas sabanas de su cama, y mientras conversaba y reía tranquilamente con alguna de sus amigas, poco a poco fue acomodando su cuerpo.
Ahora se encontraba de boca arriba, cubierta con miles de pequeñas gotas de sudor que poco a poco se multiplicaban, cubriendo a su presa a merced del verano.
Cada gota parecía brillar con la luz de las tenues iluminaciones, otorgándole un sublime aire pasional a su cuerpo descubierto que, a cada minuto era atacado por las crueles embestidas del calor.
Finalmente ya no lo soportó más y se decidió quitar las dos últimas prendas, con lo que, dejó libre a su cuerpo a ser acariciado por la suave brisa nocturna, y libre para ser contemplado por un observador, que extasiado permanecía en la puerta.
Ya sin barrera alguna, las pequeñas gotas empezaron a circular por cada curva que formaba su edad, y amontonándose en cada hendidura que encontraban. Sus clavículas, su ombligo, y como cierre, sus caderas.
La entrada de su amante fue silenciosa, apenas un susurro silenciado por el viento, tanto, tan silenciosa, que ni la misma joven lo notó sino hasta que él posó un beso sobre su espalda descubierta.
Sorprendida, la joven solo atinó a soltar un suave grito ahogado, antes de cubrirse bajo las delgadas sabanas que hasta hacía unos segundos, se calentaban bajo su cuerpo
Las palabras de un “¿por qué?” o un “¿qué haces aquí?” murieron tan pronto como quisieron nacer. Las palabras sobraban, y era obvio todo lo que se diría o podía decirse.
No fue necesario decir nada, y con la misma lentitud con la que el amante entró a la habitación, volvió a acercarse, y posó muy suavemente, un beso sobre los labios de su amada.
A su parte, ella no pudo hacer más que suspirar contra aquellos labios cuyo sabor tanto la enloquecía, y siguiendo ese mismo sabor, dejó que su más oscuro Yo tomara el control, dejando caer a un lado las sabanas, y enroscando los brazos alrededor del cuello del otro.
Muy pronto el silencio del viento fue marcado bajo las voces de los dos amantes. Suaves gemidos que creaban una melodía, roncos quejidos que resonaban contra los muros, nacientes exhalaciones que daban pasó a exclamaciones.
Únicamente los muros y la luna fueron testigos de aquel momento de sueño idílico entre ellos, y al despertar, al rayar el alba, el sol fue su cómplice. Solo ante ellos los dos comprendieron lo sucedido, y con una sonrisa sellaron su mutuo acuerdo
Se adoraban, se deseaban… se amaban.

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Mis cortos
Historia CortaUna lista de cortos que vienen a mi mente. Algunos de inspiración ajena, otros propia.