Hace muchos años, en un perdido pueblito del norte, una joven pareja decidió asentarse, y muy pronto ambos lograron encontrarlo que buscaban. Ella, quedó embarazada del bebe con el que tanto había soñado, y él, logró abrir su propio negocio como carpintero. Ambos estaban muy felices, y se decía en el pueblo que no había pareja más enamorada.
Pasaron los meses, y por fin llegó el tan esperado día en el que la mujer daría a luz. Sin embargo, el bebé tardaba mucho en salir, y eso no hacía más que incrementar los dolores de la madre. Pasó una, dos, tres, seis horas hasta que por fin la partera pudo anunciar la llegada de la nueva vida al mundo. Se trataba de una niña. Una de cabellos rojos como las rosas, y ojos tan verdes como las esmeraldas.
La dicha del hombre no tenía límites, pero pronto fue opacada por el dolor. Con sus últimas fuerzas, la mujer levantó la mano. Una caricia y un beso en la frente de su hija fueron su despedida antes de que la muerte sellara sus ojos.
La bebé, inocente de lo que había pasado, solo reía mientras asía firmemente el dedo que ya empezaba a enfriarse.
Durante años el hombre se sumió en el dolor, y el alcohol. Su hija, con sus cortos seis años ya empezó a cuidar de él, pero sin llegar nunca a ser suficiente, viéndose obligada, en un momento de necesitad, a vender los materiales con los que su padre tallaba.
Sucedió una noche que un lobo errante logró traspasar la seguridad del pueblo sin ser notado, y adentrándose por las oscuras calles, se encontró con una pequeña figura de cabellos rojos, a la cual atacó sin darle oportunidad de defenderse.
El padre, ebrio como estaba, no notó la ausencia de su hija sino hasta la mañana siguiente, cuando despertando, su hija no respondió.
Nuevamente el hombre se sumió en la desesperación, y hasta trató de quitarse la vida cayendo la noche. Sin embargo, se cuenta que mientras preparaba la cuerda con la que planeaba colgarse, alguien llamó a su puerta.
Malhumorado, e hombre fue a atender, pero contrario a lo que esperaba encontrar, al abrir la puerta se encontró con un niño desconocido que lo miraba sonriente, y quien pidió pasar un momento. Sin ganas de buscar una excusa, el hombre solo dio un paso atrás, permitiéndole pasar.
Se desconoce que hablaron, pero la puerta no volvió a abrirse sino hasta la mañana siguiente, cuando el hombre fue corriendo a comprar materiales nuevos de carpintería. El niño había desaparecido, y ahora el hombre trabajaba sin descanso en su taller.
Con el paso de las semanas, cada vez menos gente sabía del carpintero. Solo contaban que se la pasaba encerrado en su taller, tallando y tallando en la madera.
Al cabo de dos meses finalmente se volvió a saber del carpintero, esta vez más allá de un frio saludo, o un “creo que lo vi”. El carpintero estaba casi en los huesos, pero se le veía feliz, y casi tan radiante como cuando su esposa vivía.
Animados por esto, varios vecinos fueron a visitarlo a la carpintería, pero todos acabaron asustados al encontrar dos marionetas de tamaño humano, a las cuales habían moldeado con la forma de la esposa e hija del carpintero.
Especial miedo causaron los ojos de ambas, pues por cómo habían sido hechas las marionetas, parecían estar mirando hacia quien fuera que llegara.
El carpintero estaba radiante de felicidad, y aguardó un poco de tiempo, hasta que se hubo reunido una gran cantidad de personas recién entonces fue cuando les reveló lo que haría.
Colocó un poco de su propia sangre sobre el pecho de las marionetas, mientras recitaba algunas palabras en un idioma desconocido, y ante el asombro de todos, las dos muñecas empezaron a moverse y a hablar con las voces de las personas que representaban.
Entre risas demenciales, entonces el hombre les contó acerca del trato con ese niño, al cual se refería una y otra vez como “el de los ojos cenizos”. Al parecer el niño le habría dado la clave para traer de nuevo las almas de su esposa e hija, pero se requería de un contenedor que las preservara. Y, siendo él un carpintero, había hecho unos envases más que perfectos.
O casi perfectos, pues las dos muñecas se movieron durante el preciso tiempo de media hora antes de quedar otra vez quietas. Desesperando la vida del hombre, que con otra gota de su sangre, volvió a traer a su esposa e hija.
Sin temer nada, y solo limitándose a decirle al hombre que no se extralimitara, los vecinos dieron media vuelta apenas cayó la noche, y retornaron cada quien a su casa. Era, después de todo, solo una gota de sangre. No había porque preocuparse.
Eso creyeron. Nada más a la siguiente mañana, fue encontrado el cuerpo sin vida del pobre hombre, junto a aquel par de marionetas, manchadas con las cientos de gotas de sangre que el hombre entregó esperando que fuera la última. Tiesas como la madera muerta que eran. El precio, fue su vida. Una vida a cambio de unas pocas horas.
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Mis cortos
Historia CortaUna lista de cortos que vienen a mi mente. Algunos de inspiración ajena, otros propia.