A la luz de tu mirada llena de vida
Visitaba la luna el alféizar de mi ventana.
Mostrándome aquella sonrisa:
Tímida, sincera y delicada;
Que al son de mi tenue melodía,
Efigie de la ternura, de la exequia,
Baila en mi pecho ineluctable danza,
La danza de tu ausencia,
La danza de tu figura revestida
Por el recuerdo de mi mente endemia,
Que no existe más allá
De mis sueños,
De mis pensamientos,
Y de mis anhelos.
Esa mirada, el filo hendido
De la irrevocable distancia,
Aquella que no pueden recortar
Mis pasos ni mis más tristes arias.
El puñal de la indiferencia, clavado
En la llaga que no conoce remedio,
En la herida de lo imposible,
En los desgarros del silencio.
En mis ojos, en mi pecho,
En el alma que lucha por amarte,
Por trascender esta prisión
Y llegar a deslizarse
Por el puente de tu nariz,
Por el fino contorno de tus labios suaves,
Arrojarse entre tus brazos,
Y con los míos rodearte
Hasta sentir el ritmo bajo tu piel;
En el alma conocedora de la realidad
De que nunca tañerás para ella tus briznas.
De que jamás tu abrazo
Se cernirá sobre mi cripta,
No sostendrás mi mano,
Y nunca sanarás la herida
Del filo que atravesando mi carne
Aquella dulce sonrisa,
Aquellas intangibles manos
Clavaron en la más profunda sima
De mi inocente corazón aciago.