Capítulo IV: Aquello Que Desconocemos

44 7 0
                                    

Todos de rodillas, en la cubierta del buque de guerra, Toro Volador, pegados unos a otros, con manos atadas, asustados, alguno que otro ya se había cagado encima, aunque por segunda vez, otros dejaban caer algunas lágrimas perdidas sobre el regazo. Dóciles ante aquellos chacales de agua salada que comenzaron a vaciar la despensa de comida y ron. Era imposible moverse: mosquetes amenazan sus vidas desde todas las direcciones, una infranqueable avanzadilla. Los piratas se regocijan del botín que tan fácilmente habian saqueado de las almas pútridas e insólitas de los marineros, convertidos forzadamente en guerreros, y luego en rehenes. Égil valora sus vidas más que a todo, por mucho que arda en deseos de teñir su casaca en el rojo vivo de la sangre de estas garrapatas, estaría jugando con el ya fatídico destino que le aguarda a su tripulación.

-Maldición- dio un pequeño suspiro meditativo, mientras aprieta con fuerza los dientes, casi rechinando-, Marta.

-¿Marta?- preguntó Sven. Atado junto a él, lo había escuchado.

-Es mi hija... tiene doce años. Le prometí que si volvía la llevaría a navegar en mi velero. Su sonrisa despreocupada y sus risueños ojos, era difícil negárselo.

Sven descifró en sus pensamientos, un hombre tan rudo y experimentado de los mares tenía a un hogar donde volver, algo por lo que luchar.

-Pero qué, va; aunque esté con ella, igual sería en vano. Desde que Ragnar murió la Legión resucitó, ya no hay nada que podamos hacer.

Entonces ahora, al escuchar aquel párrafo desbordado en incertidumbre, odió a su propio padre otra vez, maldice el momento en el que murió, en el que decidió dejarlos a merced del destino. A diferencia de Ragnar, Leliana o Francis, Sven no creía en las esperanzas depositadas en su hermano, el cuál era el elegido para liderar a los densos ejércitos de la Cruzada, por el amor que le tenía ni quería que una carga tan pesada fuese depositada sobre sus brazos.

-Svendsen...-llamó entonces el pelirrojo, que está a su derecha-, ¿cuántos de ellos cuéntas?

Sven vislumbró a cada uno de los piratas abordo. Los que podía observar entrando y saliendo de la bodega, a veces se repetían, los que apuntan con sus mosquetes y alfanjes. Era una cantidad considerable de individuos a tener en cuenta si querían llevar una liberación a cabo.

-Hay al menos quince aquí, en la popa, doce entrando y saliendo, tres se acaban de quedar del otro lado, seis tienen mosquetes, los otros nueve estan armados con armas de filo- murmuró con exactitud-; pero no creo que podamos contra todos. Aún no cuento los que hay en la fragata, y la capitana no ha decidido aparecerse.

Liand sonríe grandemente.

-Me sé un par de trucos...- masculló orgulloso de si mismo.

-¿Trucos?- arqueó la ceja intrigado su interlocutor- ¿El clásico: "tengo que ir al baño"?

-¿Qué?- preguntó entre suaves carcajadas-. No, eso es de novatos.

-A todo esto, aún no tengo ni idea de quién eres. ¿Puedes al menos darme tu tipo sanguíneo?

-Soy Liand, mi apellido no es importante- le guiñó un ojo jovial.

-Liand, ¿cómo los landaneses?

-Sí, pero yo no tengo tantos pelos en la espalda. Mira, me sé un par de hechizos...

-¡Vaya!- farfulló Sven fingiendo su sorpresa-, ¿puedes conjurarme una cerveza?

-No es momento para una fiesta de cumpleaños. Dioses, ¿es que no puedes tomarte nada en serio?

-¡Es mi manera de concentrarme!

-No veo como alguien puede concentrarse bromeando, que tendencias más raras tienen los norteños.

El Orbe InmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora