Está lloviendo.

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—Dejá que llueva cariño. —Me reprimió con sus ojos llorosos.

—Hace tiempo está lloviendo, hace tiempo está nublado —Le admití, cansada, de este amor, de quererla, de extrañarla.

—Son cosas que pasan, no podemos atarnos, no podemos hacer lentas las cosas —Me reprimió otra vez, aunque creo que era para ella, ella estaba enojada, consigo misma, por haber roto este amor.

—No tendrías que haberte ido, no tan lejos, somos libres mi amor, pero quiero mi libertad junto a vos —A este punto, ya estaba llorando, desconsoladamente, estaba llorando por aquella vez que no me permití hacerlo, que me prometí no sacar.

—Deberías haber llorado, ahora está lloviendo, y nadie lo puede parar —Sonrío débil, como si realmente le doliera, de verdad.

—Es que nadie puede parar la lluvia, y tampoco nadie puede parar nuestro amor, ni vos. —Sollozé, débil, con el corazón entre mis manos.

—Ya no quiero pararlo mi amor, quiero secar tus lágrimas, quiero quedarme acá —Y ella también se rompió, entendiendo que la distancia también es capaz de matar almas.

—Solo no me lastimes, así la lluvia nos vuelve a abrazar —Me acerqué y la besé, la besé tanto, tan fuerte, como no pude estos años, como no pude aquel último día, como tanto deseaba en mis sueños.

—No nos voy a lastimar, nunca más, mi amor —Y nos fundimos en un abrazo fuerte, sabiendo que ahora, ya nada nos iba a parar.

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