¿Por qué siempre nos preguntamos que hicimos o haremos mal?

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Kay

Las cosas entre mis padres empeoraban cada vez más, la situación se me escapaba de las manos y ya no tenía idea de que hacía, no soportaba verlos repudiarse entre si, echarse en cara equivocaciones del pasado; la equivocación del pasado. Quizás no era como mi mente adolescente lo veía en ese momento, pero, ¿Qué puede entender una chica de quince años que escucha a sus progenitores decir “Si tan sólo nada nos hubiese unido"? Ese nada de aquel entonces, era yo.

Así desarrollé mi aversión a las relaciones amorosas, especialmente a las parejas sentimentales. Me aterraba la idea de que en algún punto me viera envuelta en una situación igual o más violenta que las de mis padres, que esa persona a la que llegué a considerar mi complemento se transformara en la creadora de mis pesadillas constantes. No quería tener que llegar a casa y rogar que él o ella no lo haya hecho antes; quería tener la seguridad de que siempre seríamos mi vecina loca del 2do B y yo.

Pero si eso sucedía… mi historia no tendría sentido, ¿O si?

Todo el caos se remonta a una de las perfumerías más comunes en una de las más comunes galerías de negocios de la ciudad.

Mi paciencia se agotaba, y ningún empleado era capaz de decirme porqué el perfume que adquirí la semana anterior, decía, bajo la falsa etiqueta Chanel, “Para Delia, con amor, la abuela.” Mis reclamos llegaron a oídos de la supervisora, una mujer pelirroja y alta, vestida con uniforme azul, estaba parada frente a mi detrás del mostrador, mirándome con la cara más zozobra del mundo, predispuesta a mandarme a mi hogar de una vez.

- Disculpe señora, sentimos mucho el error, por favor, acepte el reembolso total del producto-. La mujer inmediatamente me tiende un sobre que contenía la cantidad exacta que costaba el perfume trucho, $2.100 .

- Muchas gracias, con permiso…

- ¡Espera Ana, no le des nada! - un chico alto, y moreno, vestido con el mismo uniforme que Ana, baja con velocidad las escaleras y toma el sobre de mis manos – Ella nunca pagó por el perfume, por más falso que sea.

¡Ya  nos exhibiste!

- ¿Disculpa? - improvisa, improvisa - ¿Me estás acusando de robar un minúsculo perfume, y encima falso, sin ninguna evidencia?-. Una sonrisa burlona se abrió paso en el rostro del muchacho, quién solamente me hace señas con el dedo para que lo siga.

Entramos en un pequeño cuarto sin ventanas, con paredes pintadas de un gris plomizo; delante de la única silla, se encontraban cuatro monitores apilados formando un cuadrado, en los cuales se reproducía simultáneamente el vídeo de la semana anterior, en el que yo aparecía metiendo el perfume entre los bolsillos de mi saco.

Ese compa ya está muerto…

El chico cruza los brazos frente a mí a la vez que levanta una ceja de forma bastante insoportable y dice:

- Sin pruebas ¿eh?

Cuestión que experimenté el “terror” de la cárcel del centro comercial, sospechosamente junto a él, ya que insistía en que podía escaparme.

La celda es bastante cómoda en comparación a las que vi en televisión, en dónde salían ratas por todas direcciones y el olor a pipí inundaba la estancia. Ésta tenía un sillón algo pequeño rodeado de sillas y una luz cuadrada en el techo.

El causante de mi arresto vuelve a ingresar a la celda, con su propia llave, trayendo consigo una bolsa de Swift y una gaseosa. Desvía la mirada hacia la policía dormida antes de sentarse y abrir la bolsa, dentro de ella hay dos lomitos envueltos y dos paquetitos de mayonesa.

- Escucha, no sé tu nombre ni porqué robaste el perfume, pero no hay mejor señal de paz que la comida, ¿verdad?

- Bien… lo acepto porque tengo hambre, pero ni creas que vamos a ser amigos -. Una sonrisa asomó lentamente en su cara.

Reto 2 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora