Día 2

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Lo único que recuerdo es estar tumbado en un hermoso campo de un verde que mis ojos disfrutaban plácidamente.

Yo no me encontraba en mi edad actual, si no de cuando era un niño.

El cielo estaba limpio y podía observar a la perfección las estrellas que se dejaban ver en el cielo anochecido mientras soplaba un aire caliente agradable que sentía que envolvía mi corazón.

Era como si todo estuviese bien.

Era como si pudiese quedarme mirando hacia arriba reposando mi cuerpo en un hermoso paisaje toda mi vida.

Alguien se acercaba hacia mi dirección, oía como las pisadas retumbaban en el césped pero estaba demasiado ensimismado en el cielo que cautivaba mi mirada como para hacer caso a algo así.

—Vámonos. Mamá nos está esperando. —Reconocí la tierna voz de mi hermano mayor.

—No quiero.

—¿Entonces qué quieres, hermanito?

Me quedé callado, hasta que, sin desviar mis ojos del maravilloso paisaje encima mío, respondí:

—Quiero quedarme aquí para siempre.

Mi vista hacia arriba fue interrumpida por su rostro.

—Porco...

—¿Pasa algo? —Pregunté. Acercó su mano a mi rostro, tocando mi mejilla.

—¿Por qué lloras? —Su pregunta me sorprendió.

Y era verdad, mi mejilla estaba húmeda por una variedad considerable de lágrimas y no podía pararlas.

—Lo siento, hermano.

—¿Por qué dices eso?

—Porque te he dejado solo.

Cuando terminó de pronunciar aquellas palabras sentí que de repente me faltaba el aire y empecé a tener una muy agitada respiración y una sensación de un frío infernal en mi cuello.

—¿Cómo? —Dije inconscientemente por mi confusión, intentando buscar sentido a lo que había dicho.

Marcel empezaba a desvanecerse como si fuese polvo, intentaba tocarle y salvarle pero sólo conseguía esparcir el polvo cada vez más. Me sentía con muchísima impotencia mientras veía que cada parte de su cuerpo estaba desapareciendo, desintegrándose en el aire completamente y yo no conseguía cambiar nada.

Empecé a escuchar sonidos de tormenta y vi cómo mi hogar empezaba a desaparecer de la misma manera que había pasado con mi hermano.

Intentaba correr de ahí pero el caos me perseguía y sólo quedaba yo gritando por ayuda desesperadamente.

—¡Mamá! ¡Marcel! ¡Ayuda! ¿Dónde estáis?

Repetía sin cesar, pero no había nadie. Estaba solo. Completamente solo. 

En cuestión de segundos una sombra me envolvió y apretó mi cuello, intentando estrangularme.

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Desperté, finalmente.

Estaba cubierto de lágrimas, sudor, y por último pero no por eso menos importante, un malestar que me asolaba.

Como si los roles se hubiesen cambiado por arte de magia, Reiner estaba ahí, sentado, pero no decía nada.

—¿Se puede saber qué estás mirando? —Sí, estaba ligeramente avergonzado, pero su tranquilidad me ponía nervioso.

𝓛𝓸 𝓘𝓷𝓮𝓼𝓹𝓮𝓻𝓪𝓭𝓸 𝓓𝓮𝓵 𝓜𝓪𝓷𝓪𝓷𝓪 {ᵍᵃˡˡⁱʳᵉⁱ} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora