Día 3

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~••~mañana~••~

—¿Has visto ya los recuerdos de esa chica, Porco? —Como siempre, Pieck aprovechaba el momento del día en el que nos encargabamos de realizar el desayuno para hablar.

—Sí, los ví. —Respondí friamente.

—Y... ¿Qué tal?

No sabía si realmente quería hablar de la vida de esa chica de la que heredé el mandíbula. De todas formas, sé que Pieck sólo se preocupa por mí. Supongo que si podría contarle lo que vi. Y de todas formas, ella es muy insistente.

—La usaron cuando era una niña. No nació en la isla de Paradis, y obviamente era una eldiana.

—¿Para qué la usaron? —Pieck desprendía curiosidad.

—Dijeron que tenía sangre real y la hicieron reina de un pequeño pueblo del que no tengo ni idea dónde podría estar. Por supuesto, todo era mentira, y castigaron a ella y a su gente transformándoles en titanes.

—Ya veo. —El suave sonido de nuestras voces mezclado con el que producía el cocinar el desayuno era ensordecedor.

Creo que lo último que dije dejó pensando a Pieck por unos momentos.

Lo sabía. Los dos estábamos pensando en Marcel, pero no nos atrevíamos a mencionarlo, y la verdad, no era necesario hablar de eso.

—Porco, por favor, pasame el tarrón que está al lado tuyo. —Rompió el silencio y señaló a lo que me pedía. Lo agarré y se lo tendí. Pieck lo recibió, pero no agarró realmente el objeto. El objeto se encontraba entre nuestras manos. Pieck me miraba desafiante— ¿No has visto los recuerdos de Marcel?

A veces mi compañera era tan impredecible... Me quedé totalmente paralizado. No podía mover mi cuerpo pues ni siquiera lo sentía.

Mis piernas, brazos, cabeza, boca... No me respondían.

Ella lo sabía. Los dos lo sabíamos. Sabíamos que a mi le dolía su simple mención.

No, no pude ver los recuerdos de él. Y no, tampoco supe cómo murió.

Ninguna otra persona me conocía más bien que Pieck, y lo demostraba con ese tipo de cosas.
Porque aunque me doliese, y no quisiese aceptarlo, sabía que tener mis pensamientos todos los días guardados para mí me acabaría haciendo más daño del que creía.

Ella me miraba fija y firmemente y estaba observando cómo mi cuerpo se había detenido después de esa pregunta. Y realmente yo sabía que contestar, pero mis palabras simplemente no salían y por alguna razón en mi cabeza todo era un revuelto de cosas que no me dejaba pensar con claridad. No tenía ni idea de qué hacer.

Lo que hace poco sosteníamos los dos cayó al suelo por resbalarse entre mis débiles manos.  Era de cristal y había trozos desparramados por todo el suelo. Intenté aprovecharme de la situación y huí.

No dije nada. Simplemente huí. Abrí la puerta después de correr desesperadamente hacia ella.

Había empezado a llorar.

Y no quería que nadie viese las recientes, aunque abundantes lágrimas que brotaban de mis ojos. 

Escuché los pasos de Pieck perfectamente detrás de mí, quién había empezado a perseguirme suplicándome que hablasemos y que no huyese. 

Me sentía mal por ella. Ella sólo se preocupaba por mí, quería entenderme y ayudarme, pero seguía encerrándome. Y lo sabía perfectamente, por supuesto.

𝓛𝓸 𝓘𝓷𝓮𝓼𝓹𝓮𝓻𝓪𝓭𝓸 𝓓𝓮𝓵 𝓜𝓪𝓷𝓪𝓷𝓪 {ᵍᵃˡˡⁱʳᵉⁱ} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora