8 | El escritor marginado.

1.1K 216 106
                                    

Aún es de noche cuando decide partir, pero ese hecho no lo detiene. No regresa a casa, duda que sea algo relevante para sus padres. Quizás se molesten por haber fallado en cumplir el castigo impuesto, pero ellos tienen más confianza en él de lo que se piensa. Lleno de ira y rencor, toma a su caballo —con el que había viajado hasta allí— y se aleja. Una profunda herida de traición arde constantemente, pero se niega a mirar atrás. Está bien, se dice, realmente nunca ha necesitado a nadie. Puede hacerlo por sí mismo. Cuando parte, sus manos aún duelen por el arrastre de las piedras con las que ha sido construido el palacio, en ese momento en que se deslizó de manera descuidada y errática, incapaz de ver su rostro por otro segundo.

La penumbra no lo detendrá, piensa, debería aprovechar todo el tiempo que pueda. Cabalga en la noche, montado sobre Rompe tormentas mientras gruñe constantemente, furioso. Es un poco difícil de manejar, sus ojos se vuelven vidriosos de repente y su mirada borrosa, tiembla mientras jala del cabello del animal. Sin embargo, no tiene la voluntad de detenerse para calmarse, solo continúa hacia delante. Irracional e inconsciente, sin saber hacia dónde se estaba dirigiendo exactamente, recuerda el rostro del niño luego de ser espantado. Tenía los ojos abiertos y una mueca tensa, con sus manos tartamudeando a centímetros de su piel. Se pregunta si alguna vez lo ha visto de esa forma antes.

Sus pensamientos se obstruyen, desbordando y desbordando. Se siente abrumado y, antes de saberlo, el caballo se escandaliza e inicia un movimiento brusco. Quizás había sido simplemente un venado deambulando, es la teoría más acertada que puede formar, pero Katsuki no había estado lo suficientemente alerta. Acaba en el suelo y comienza a percibir sensaciones desconocidas. Al principio, un pitido llena sus oídos, como si fuese lo único que puede escuchar. Luego, es cálido, tanto que apenas puede soportarlo. Algo humedece su nuca, pero cuando dirige sus manos hacia allí, encuentra sangre y se alarma. Poco después cae rendido, sus extremidades no responden y, muy pronto, su mente tampoco lo hace.

Eijirou no estará feliz, puede asegurarlo.

«¿Aizawa?», dice su madre, bebiendo otro poco del té que su padre había preparado. Habían acordado pasar la tarde juntos, luego del terrible fracaso anterior. No podía creer que a ella realmente le gustara esa basura de agua con poco sabor, resulta ser terrible, e incluso decide tomar al menos tres tazas más. Es ridículo. «¿Por qué quieres saber acerca de él? Escucha, mocoso, si te estás involucrando en algún asunto peligroso, espero que sepas ocultarlo lo suficientemente bien. Tengo un nuevo bastón allá y no temo en usarlo contigo primero», afirma ella, observándolo con sospecha.

Katsuki rueda los ojos, detesta que la mujer se comporte de manera exagerada, pero por lo menos no lo ha castigado inmediatamente.

«Necesito información, toda la que tengas, vieja», dice e intenta lucir firme, aunque su madre no parece del todo convencida.

«¿Por qué acudes a mí? La última vez que me pediste una dirección, te envié a la casa de unos enanos gruñones. ¿Sabes? Fue extremadamente divertido y durante estas semanas he estado un poco abrumada, me vendrían bien algunas risas». Sinceramente, él puede recordarlo. Años atrás, había estado ansioso por saquear la casa de unos ancianos para obtener cierto amuleto —solo porque solía ser un poco ingenuo al respecto y había creído aquella historia sobre hombría que sus superiores relataron—, pero cuando solicitó ayuda de la mujer, no había resultado como esperaba. Hoy era una anécdota divertida para ella.

Katsuki gruñe, afilando su mirada. «¿Quién más podría saber sobre este tipo de cosas? Solo dime lo que tienes o te irá mal».

«Oh, una amenaza, estoy tan asustada», suelta una carcajada, aunque no dura mucho. Observa los ojos de su hijo —serios e imponentes, o al menos eso parece intentar— y entonces se detiene. «Bien, veamos... Aizawa trabajaba como maestro joven, muchos decían que su intelecto era impresionante, a pesar de que trabajaba con niños pequeños. Mi maldito padre aún reinaba en ese tiempo, así que el hombre fue expulsado cuando...», ella parece vacilar, con la mirada perdida en alguna parte de la habitación. «Fue tonto, un robo menor, pero el rey en ese entonces no perdonaba ni siquiera las pequeñas acciones».

Ciel | Bakushima.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora