13 | Muñecas de madera.

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Durante los siguientes días, trata de pensar en alguna razón coherente de porqué sus madres lo evitan incluso en las comidas. Aunque el resto del reino se había vuelto incluso más cálido, con las calles repletas a tope, dentro del palacio los pasillos se convierten en fríos senderos de hielo. Es un hecho que ellas suelen tener demasiadas ocupaciones para verlo seguido, sin embargo, debe admitir que intentan complacerlo tanto como pueden cuando se presenta la oportunidad. Nunca lo han esquivado de esa forma, hace que se preocupe considerablemente. Cuando desea hacer preguntas al respecto, no están disponibles para atenderlo, encerradas en su habitación cuando acaban sus deberes, cenando a solas sin dirigirle la palabra como si fuera un completo desconocido.

Se pregunta si quizás hay asuntos tan aterradores que no pueden compartir con él, que involucran al reino y las mantienen así de ansiosas. Cuando el estrés las presiona, se comportan de manera distinta, tratando de permanecer en soledad para reflexionar, comiendo poco e incluso enviándolo a su habitación en cada ocasión. Aunque suceda en raras veces, no está descartado y al menos la posibilidad hace que se sienta no tan inquieto.

Sin embargo —y a pesar de que el príncipe de Hajnal no ha venido a visitarlo últimamente—, trata de no sentirse abandonado en lo absoluto. Naturalmente, toma la iniciativa de acercarse al pueblo, en especial ahora que tenían invitados.

Debe admitir que las Daru trabajan de forma impecable y energética, se dividen en grupos simultáneamente, trabajan la tierra y pescan durante las tardes soleadas. Confeccionan pequeños amuletos con plumas llamativas que obsequian a los niños, ayudan en la cocina e incluso enriquecen la cultura de Viragok con sus tradiciones y cuentos. Nunca antes se había sentido tan encantado —y ciertamente intrigado— con los relatos frente a la fogata en las noches, sobre las aventuras rebanando cuerpos con un abanico como si fuera tofu, o la habilidad contundente de aquellas mujeres para hipnotizar con la flauta. Quizás resultaban ser un poco —demasiado— entusiastas, tratando de cambiar el color del cabello de la multitud la mayoría del tiempo, pero a fin de cuenta son buenas personas.

Durante una mañana tranquila, camina hacia el muelle junto a dos mujeres Daru que había conocido casualmente. Una de ellas tiene el cabello tintado de un rojo incluso más intenso que el suyo, los mechones trenzados cayendo sobre sus hombros hasta sus caderas anchas, parece que no le ha dado cuidados en algún tiempo. La otra estaba exenta de colores llamativos, sonriente y pequeña. Después de ser prácticamente asaltado en el mercado para pescar un rato, no podía saber los nombres de ninguna, ni siquiera tenía oportunidad para mencionar esa inquietud entre la conversación que mantienen de manera unilateral. A esto se refería con que las Daru resultan ser un grupo, «entusiasta», literalmente no podían permanecer quietas o en silencio, sus charlar escalaban ramas desconocidas y nunca podías saber que dirían a continuación. Aún así, no cree que sea una actitud negativa.

—Un día perfecto para pescar, es una suerte que Su Alteza acceda a acompañarnos hoy —tararea una de ellas, observándolo brevemente antes de retomar alguna conversación lejana. Antes no había protestado cuando es arrastrado a través de las calles, tampoco a preguntado por razones ahora. Simplemente cree que no las hay en concreto, ha aprendido a tratar con el grupo desde que llegaron hace semanas atrás.

Además, no había querido indagar en cómo su isla había sido asediada, teme que aún se considere un tema delicado. Sin embargo, suena extraño que ellas no mencionen a los responsables o reclamen justicia, siendo mujeres tan apasionadas.

Eijirou trata de seguir su ritmo, pero incluso para él sigue siendo difícil, se pierde en algún punto e incluso su voz se vuelve irrelevante. Entonces, ve a una niña jugando a las orillas del muelle, balanceando sus pies sobre el agua. Vestía con túnica rojas, parecía ser una Daru. A su lado, había una simple canoa de madera de la cual las Daru que lo acompañan le habían hablado anteriormente, atada por una cuerda gruesa. Sin embargo, lo que más asombra de la escena, son las dos pequeñas figuras talladas entre las manos de la infante que solo puede deslumbrar una vez lo suficientemente cerca. No tendría que sentirse impresionado por un detalle tan común, muchos de los niños de Viragok confeccionaban juguetes con un poco de madera y paja, demostrando su interminable creatividad.

Ciel | Bakushima.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora