Al leer la inscripción de la puerta del infierno, Dante se torna temeroso pero Virgilio le dice que debe dejar atrás sus cobardías y lo toma de la mano alegremente para reconfortarlo. Al entrar al lugar comenzaron a escuchar gritos, lamentos y blasfemias en diferentes acentos y lenguas. En este paso se encuentran las almas que vivieron sin gloria o infamia, los pusilánimes y los ignavos. Entre ellos están los ángeles que no tomaron partido en la revolución de Lucifer, no por estar en contra de él ni por lealtad con Dios, sino por cobardía.
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Las almas en este lugar no tienen esperanza de muerte, no tienen memoria de quienes fueron en vida , son condenados a correr desnudos y siendo atormentados por avispas y moscas que los pican y hacen sangrar sus rostros ya bañados en lágrimas que terminan mezclándose y cayendo a sus pies donde las recogen repugnantes gusanos.
Dante se fija ahora a una multitud de almas cerca del río Aqueronte, el cual es el primero y el más grande de los tres ríos del infierno. Llega en una barca un hombre viejo llamado Caronte, que transporta las almas que llegan de un lado del río al otro. Al ver a Dante, el viejo se molesta y le pide que se marche, pero Virgilio lo calma y le explica que es designio divino el que Dante cruce el Aqueronte en su barca. Caronte acepta de mala gana y sube a las demás almas para empezar el viaje. Virgilio le explica a Dante que ninguna alma justa cruza jamás este río, por lo que si Caronte se enojaba por Dante es un buen augurio.
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Cuando el guía termina de hablar tiene lugar un terremoto que sacude el lugar y hace que salgan vapores de la tierra, hasta que un rayo rojo atraviesa el aire y Dante, espantado, se desmaya.
