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El aire fresco golpeaba su rostro, haciendo que la joven respirara profundo, limpiando sus pulmones del aire contaminado de todos los días. Nadie pensaría que a ocho pisos de altura del suelo, el aire sería tan puro como ella lo sentía cada vez que ingresaba a su cuerpo.

—Hacía tanto que no sentía esta paz. -Habló, más para si misma que para alguien más. De dentro, se oían ruidos de ollas, platos y la cocina, con la ornalla encendiéndose.

—Bueno cariño, ya sabes que las puertas de esta casa están abiertas siempre para ti. -Habló una anciana y dulce voz, que provenía desde dentro. Jiwoo esbozó una sonrisa amable, mientras sentía como el viento, hacia ondear su vestido. Volvió a inspirar, cerrando los ojos, con las manos aferradas a la barandilla del balcón que la protegían.

Luego de aquel desmayo en el festival de lectura, le habían seguido cinco más en dos días. Heejin le había obligado que se hiciera estudios médicos, preocupada de que significara algo más, ya que su médico le había dicho que cada vez más jóvenes, podían tener una enfermedad crónica y era mejor ser precavidos. Entre estudios médicos, el café y el tormento de los recuerdos, todo estaba acabando con Jiwoo lentamente y aquello era desesperante para ella misma.

Ahora, parada en el balcón de los Son, respirando aquel aire fresco, todo parecía sentirse mucho mejor que unos días antes, donde todo se había visto más gris. Ya su hogar no se sentía como uno y el café parecía más una responsabilidad que un gusto dulce para hacer, Jiwoo se aferró a todo lo que tenía, intentando sobreponerlo por encima de su duelo que aún no podía acabar.

La vida continúa y ella lo sabía bien, pero cada vez que veía los ojos de esa joven, todo parecía rebobinarse y su mente vagaba entre camillas, entierros, seguros y flores marchitas en el cementerio. Era muy doloroso como para tolerarlo y vivir con ello, era demasiado para ser respirado y digerido todos los días de su vida, era una herida que supuraba, luego de una supuesta cicatrización. Ahora mismo, se preguntaba, si la muerte de Díngēn había cicatrizado para ella, porque todo solo se veía apagado y marchito.

Había tenido que comenzar a llenar sus horarios nuevamente con visitas a sus amigos, a personas cercanas, que le hicieran reír y ayudaran a llenar ese vacío que parecía crecer más y más. Luego de tantos años, Jiwoo tenía la misma preocupación de perderse a si misma y nunca volver en sí.

Allí, afuera, con el frío metal bajo sus manos y el aire primaveral susurrando en su rostro, todo parecía verse desde otra dimensión. Jiwoo quería senrir paz, luego de tanta tormenta.

De dentro del departamento venían los sonidos de cacharros, mientras Rose, la abuela de Hyejoo, preparaba el almuerzo para ese Domingo. Luego de tanto posponerlo, lo había aceptado, porque era necesario, porque despegada de su familia, necesitaba encontrarse en un lugar seguro para ella, allí con Rose y Hyejoo, se sentía en su hogar.

—¿Necesitas ayuda, Rose? -Habló con voz dulce, entrando al departamento y dejando atrás la brisa primaveral. La anciana mujer solo corría en la diminuta cocina preparando un plato que Jiwoo no conocía.

—¡Oh no! Pequeña, está todo bien, ponte cómoda, Hyejoo debería llegar en un momento. -Habló, mientras revolvía con una cucharona el contenido de la olla. Jiwoo se sentó en un pequeño sofá en la sala continua a la cocina, hasta que oyeron las llaves en la puerta del departamento. —¡Hablando de Roma! -La pelinegra entró, con dos enormes bolsas de papel madera en sus brazos y sus enormes audífonos alrededor de su cuello. —¿Por qué tardaste tanto, Hyejoo? -Habló la mujer, con tono de reproche, Jiwoo rió levemente.

—Perdón, mamá Rose. -Se disculpó la menor, dejando las bolsas sobre la mesa del comedor y quitándose sus audífonos. —El mercado estaba repleto de gente, no me dejaban salir. -Solo recibió un asentimiento se la mujer quien siguió cocinando. —¡Hola Jiwoo! ¿Cómo estás?

Lights up » chuulipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora