Capítulo 2: Rosas para un circo.

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Lunes, 09 de Agosto de 2010.


Había una fría noche en la ciudad de Freizgrom. El reloj marcaban las siete en punto, cuando la penumbra finalmente cubrió toda la ciudad y Poppy Sherwood se dio cuenta que todavía no había vendido ninguna de sus flores. Todas esas rosas que cargaba en su canasta terminarían como las demás, y la chica lo sabía.

Hacía cuatro meses atrás que había comenzado desesperadamente a vender flores en la calle, para ayudar a su madre y así poder sobrevivir junto a ella; quién era el único familiar que la adolescente de quince años tenía. En abril hubieron jazmines. En Mayo girasoles. Junio sauces. Julio tulipanes. Y absolutamente todas, habían muerto. Se habían marchitado al pasar de los días, y que nadie las comprara.

Nadie nunca compraba las flores de Poppy, y ella lloraba todos los días al llegar a su casa por ello.

Si no fuera porque a las personas de la ciudad les gustara la voz de la chica, ella y su madre hubieran muerto de hambre hace mucho tiempo; ya que, la rubia adolescente recurría siempre a su última opción: el canto callejero.

Poppy era muy buena cantando, y el público lo reconocía, ya que siempre que la escuchaban cantar en algún callejón de la ciudad se acercaban para tirarle alguna moneda o un billete en su canasta de flores.

Incluso la adolescente reconocía que tenía talento en el canto, pero ella sabía que eso no era suficiente. La propina que le daban las personas en las calles, no alcanzaba. Pero al menos ella y su madre sobrevivían con eso. Poppy siempre deseó trabajar, pero nunca la aceptaban en ningún lado porque era demasiado joven, y ella no quería recurrir a la prostitución. Eso jamás había sido una opción para la niña.

«Nadie comprará estás flores.», pensó con tristeza la chica para sí misma, cuando abrió su canasta y miró que aún llevaba todas las rosas con las que había salido de casa. No había vendido ninguna otra vez.

- No podré ayudar a mamá...- se lamentó, y sintió que estuvo a punto de romper a llorar y tirarse en todo el medio de la calle con sus flores-. Mamá... ella... si yo no vendo ninguna flor... ella- se cubrió la boca con las manos, al recordar lo que pasaría si ella no llevaba dinero a su casa.

Las lágrimas amenazaron con caer por sus mejillas, pero ella se rehusaba a llorar. No quería volver a sentirse débil. Tenía que ser fuerte por su madre, y llevar el dinero a casa. Poppy se había propuesto ayudar a su mamá a toda costa, y aunque ella siempre deseó entrar a una escuela y tener la vida normal de cualquier adolescente de quince años. Sabía que no podía darse el lujo de eso. No, con su madre en tan malas condiciones, y con tan poco dinero que tenían.

Si no fuera por una piadosa mujer, que les dio hospedaje en una de sus viejas casas del barrio. Estarían en problemas, y vivirían en la calle. La gentil mujer, incluso, era la que le daba las flores a Poppy cada mes para ayudarla.

Sin embargo, lamentablemente la adolescente no lograba vender ni una de las flores, y estaba desesperada. ¿Qué pasaría con ella y su madre cuando las personas se aburrieran de su canto, y ella no pudiera llevar dinero a su casa?

¿Morirían de hambre como animales?

Meneó la cabeza para no llenarse de pensamientos negativos, y contuvo con fuerzas las lágrimas que querían caer con violencia por sus mejillas. Tenía que ser fuerte y positiva. Alguien debía comprar sus flores está noche.

- ¡Lleven sus rosas! ¡Lleven sus rosas!- vociferaba Poppy mientras caminaba por las calles de la noche con su canasta en manos y su vestido, intentando vender alguna rosa entre la multitud de personas que caminaban de aquí para allá-. ¡Están fresca y dulces! ¡Llévenlas de regalo para su madre, padre, hermano, hija! ¡Incluso para su pareja! ¡Pero llévenlas! ¡Comprenme alguna! ¡Vamos!- lentamente su voz se iba desesperando y el pánico se hacía mostrar en su tono, al ver como las personas la ignoraban y nadie quería comprarle nada-. ¡Lleven sus rosas!- gritó tan fuerte, que su pálido rostro enrojeció y lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas cuando notó que a nadie le importaban sus flores.

El circo de horror de Patrick Saltsman ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora