Capítulo 7: Siamesas.

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Lunes, 29 de Noviembre de 2010.


El tiempo había pasado, y las vacaciones habían terminado.

Finalmente el gran y esperado día había llegado para los habitantes de Suicylum, cuando en la televisión anunciaron la llegada del famoso circo Everglow, que abriría sus puertas esa misma noche para la ciudad.

El público se entusiasmó ante la llegada del famoso carnaval, y enseguida comenzaron a comprar entradas por Internet, y la otra parte de personas se preparó para hacer largas filas en la taquilla del circo.

Todos estaban emocionados, sin tener idea alguna de que esa noche el horror comenzaría también.

Entonces, cuando el sol de mediodía estuvo en su punto máximo, los enormes vagones del tren que trasladaban al circo: llegaron a su destino. Habían aparcado en una enorme y verde pradera; cerca del bosque, dónde fácilmente podrían poner las carpas y levantar el campamento, ya que los payasitos sirvientes no sufrirían por el asfixiante calor del sol gracias a que estaban rodeados por enormes árboles que abundaban en la zona.

Aunque, también el circo corría del riesgo de no recibir mucho público esa noche, ya que habían decidido quedarse en la pradera rodeada del laberinto de árboles. Ese gran y polémico bosque, que era juzgado y criticado por muchos en el país gracias a los suicidios que solían ocurrir allí, y la mala fama que tenía. Sin embargo, el nombre de la ciudad había nacido de ese lugar, ya que desde siempre las personas recurrían a ese sitio para acabar con su vida.

Por eso la ciudad fue nombrada como: Suicylum.

Al famoso circense no le importó ese detalle, y decidió que el circo abriría sus puertas allí sin importar qué. «Las personas vendrán a nuestro carnaval, ya verán.», afirmó con seguridad Patrick Saltsman, antes de que sus sirvientes comenzaran a desempacar las cosas y a levantar el carnaval de las risas.

Y aunque, los fenómenos se habían inquietado un poco por la espeluznante fama del bosque, fueron reconfortados por las suaves y seguras palabras de su jefe, y sin queja alguna se dirigieron a la cafetería freak para disfrutar del manjar que Patrick había preparado para ellos. Mientras, que él se encontraba sentado en el sofá de su tienda charlando con su monstruo favorito, bebiendo una limonada que su payasita Poppy le había servido.

Vestía un excéntrico traje negro con guantes, que era acompañado de su abrigo de oso polar y unas largas botas de cuero moradas. En su cabeza estaba su clásico sombrero de mago, y sus ojos estaban cubiertos por los extravagantes lentes de sol. Él sabía que no los necesitaba adentro de su tienda, pero solo pensó que se veía fabuloso con ellos.

Poppy, su payasita y sirvienta favorita, estaba de pie junto a él, echándole aire con un enorme abanico para que su maquillaje no se corriera, como él lo había ordenado y ella no había dado queja alguna.

Para sorpresa del circense, después de lo que pasó con el joven manos de tijeras hacía semanas atrás, su sirvienta había terminado más sumisa y servicial de lo que antes ya era. Y él solo pensó: «buena chica.»

Mientras que el famoso Patrick Saltsman yacía sentado en su trono como una intocable reina; bebiendo en una copa su refrescante limonada, charlaba con la mujer araña y observaba lo que ella le hacía a su bebé oruga.

- ¿Cómo crees que está, Wayna?- le preguntó él con tono de preocupación, mirando como la enfermera de los freaks chequeaba al desnudo bebé dentro de la cuna.

- Mmm por sus evidentes movimientos...- respondió, inspeccionando cada una de las partes del bebé con sus enormes y oscuros ojos, mientras que este se estremecía como un gusano y lloraba-. Está perfectamente bien, señor- afirmó, y sacó a la criatura de la cuna para hacerle una mueca y calmar su llanto.

El circo de horror de Patrick Saltsman ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora