Manipulación y Convencimiento

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Después de alejarse varias calles, se dejó caer sobre un muro, jadeando a causa del esfuerzo. A pesar de que la explosión mágica había curado gran parte de sus heridas, eso no significaba que el cuerpo aun no estuviera adolorido. Se quedó sentado, inmóvil. Unos minutos después cuando sintió que su cuerpo relajado decidió que era hora de ir al caldero chorreante, sin embargo, no sabía cómo llegar hasta allí, lo pensó durante unos minutos ¿Qué pasaba si la policía Muggle encontraba a un niño de trece años caminando hacia Londres pasada las once de la noche? Exacto, se vería sospechoso, y además no era nada fácil ir caminando con un baúl, sobre decir que si el policía lo atrapaba iba a creer que escapo de casa, y se lo llevarían al orfanato una vez más, Harry suspiro ¿Qué haría ahora?

Fue entonces cuando recordó, cuando era pequeño Nagini le conto sobre un transporte que llevaba a los niños mágicos residentes en el mundo Muggle, a cualquier parte que ellos quisieran, solamente tenías que utilizar la barita y lanzar chispas al cielo, asique utilizaría eso

Harry saco la varita que se hallaba guardada en su baúl y lanzo chispas rojas al cielo. Sonó un estruendo y Harry se tapó los ojos con las manos, para protegerlos de una repentina luz cegadora

Un segundo más tarde, un vehículo de ruedas enormes y grandes faros delanteros frenó con un chirrido exactamente en el lugar en que había caído Harry. Era un autobús de dos plantas, pintado de rojo vivo, que había salido de la nada. En el parabrisas llevaba la siguiente inscripción con letras doradas: AUTOBÚS NOCTÁMBULO Durante una fracción de segundo, Harry pensó si no lo habría aturdido la caída. El cobrador, de uniforme rojo salto del autobús y dijo en voz alta sin mirar a nadie:

—Bienvenido al autobús noctámbulo, transporte de emergencia para el brujo abandonado a su suerte. Alargue la varita, suba a bordo y lo llevaremos a donde quiera. Me llamo Stan Shunpike. Estaré a su disposición esta noche

Harry se dio cuenta de que Stan Shunpike era tan sólo unos años mayor que él: no tendría más de dieciocho o diecinueve. Tenía las orejas grandes y salidas, y un montón de granos.

—¿Cómo te llamas? —pregunto Stan

—Matt Anderson—respondió Harry, dando el primer nombre que le vino a la cabeza—. ¿Has dicho que va a donde yo quiera?

—Sí —dijo Stan con orgullo—. A donde quieras, siempre y cuando haya un camino por tierra. No podemos ir por debajo del agua. Nos has dado el alto, ¿verdad? —dijo, volviendo a ponerse suspicaz—. Sacaste la varita y... ¿verdad?

—Sí —respondió Harry con hastía —. Escucha, ¿cuánto costaría ir a Londres?

—Once sickles —dijo Stan—. Pero por trece te damos además una taza de chocolate y por quince una bolsa de agua caliente y un cepillo de dientes del color que elijas

Harry rebuscó otra vez en el baúl, sacó el monedero y entregó a Stan unas monedas de plata. Entre los dos cogieron el baúl y lo subieron al autobús.

No había asientos; en su lugar; al lado de las ventanas con cortinas, había media docena de camas de hierro. A los lados de cada una había velas encendidas que iluminaban las paredes revestidas de madera.

Un brujo pequeño con gorro de dormir murmuró en la parte trasera:

—Ahora no, gracias: estoy escabechando babosas. —Y se dio la vuelta, sin dejar de dormir.

—La tuya es ésta —susurró Stan, metiendo el baúl de Harry bajo la cama que había detrás del conductor; que estaba sentado ante el volante—. Éste es nuestro conductor; Ernie Prang. Éste es Matt Anderson, Ernie.

Ernie Prang, un brujo anciano que llevaba unas gafas muy gruesas, le hizo un ademán con la cabeza. Harry suspiro con cansancio y se sentó en la cama

Distintas Caras de la Misma MonedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora