Antología de cuentos cortos para personas noctámbulas.
Diversos géneros como terror sobrenatural, suspenso, romance, drama, fantasía y ciencia ficción.
Publicado el 3 de febrero de 2020.
★Autor: Dody Alexander Álvarez ™
Instagram: @Alex_Alvarez_E
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La pequeña Carmen caminó de prisa por la senda de vuelta a casa. Había estado toda la tarde acompañando a su padre en el trabajo, pues todos los días era ella quien debía llevarle las viandas de almuerzo que su madre preparaba. Debido a que el trecho desde el trabajo de su padre hasta la hacienda era de tres kilómetros, Carmen no podía quedarse muy tarde lejos de casa. Su padre tenía turnos nocturnos la mayoría del tiempo, pero ella era muy joven para trasnocharse de esa manera. Es por esto que siempre tenía que volver temprano y rápido, pues los perros errantes, la oscuridad y el despoblado sendero eran un riesgo para una niña de apenas ocho años.
La oficina de su padre quedaba al borde de la vía hacia Palmira, y desde ese lugar hasta la hacienda había solo algunas viviendas rurales demasiado separadas entre sí. El único camino de ida y vuelta era peligroso porque eran conocidos unos casos, en los cuales misteriosos perros salvajes atacaban a personas solitarias durante la noche. Adicionalmente, la nula iluminación del sendero convertía a las personas desprevenidas en el blanco invisible de coches y tractores. Ni se diga del aislamiento de toda el área; los escasos obreros, que a veces pasaban, podrían aprovechar el extenso cañaduzal para dar rienda suelta a su más retorcidos y perversos deseos con cualquier niña indefensa que se toparan.
Carmen comenzó a caminar más rápido, pues ya desde su corta edad tenía conocimiento de los peligros de la noche. Por su mente infantil solo rondaba la advertencia de su madre y el recuerdo nebuloso de su hermana mayor, desaparecida en extrañas condiciones hacía mucho tiempo. Sin darse cuenta, Carmen ya estaba como galopando velozmente, a medida que el crepúsculo vespertino empezaba a saludarla. Si ella llegaba después del atardecer, no querría imaginar el castigo que su madre le impondría.
La única senda de vuelta a casa estaba al lado izquierdo del camino. El camino y la senda eran separadas por una zanja, y en el lado izquierdo de la estrecha senda estaba el enorme campo de caña de azúcar, cuya magnitud era comparable a la de un océano, o eso era lo que pensaba Carmen. Ella podría asegurar que si daba unos pasos a la izquierda se perdería en aquel océano verde y sería el manjar de los perros o las culebras.
Irónicamente lo que llamó la atención de Carmen fue algo piando desde muy lejos entre la maleza y los tallos de las cañas de azúcar. Ella se detuvo un tiempo porque reconoció el sonido; debido a que la pequeña Carmen siempre estuvo rodeada de caballos, cerdos, conejos y gallinas en la hacienda. Puesto que ya era oscuro y la mala hierba estaba al tope, ella no podía detenerse por mucho tiempo ni adentrarse en ese matorral. "¿Dónde estás, pollito?", dijo Carmen de manera ingenua. Para su fortuna el animal se abrió paso en medio de los tallos y atravesó la hierba. La niña lo recogió sin mediar palabra, saltó temerariamente la zanja y cruzó hacia el camino a toda velocidad para llegar más rápido a su casa, sin olvidarse de que en cualquier momento podría ser arrollada.
En la hacienda la esperaban sus fieles perros y su impaciente madre con la cena lista. "Acaso la señorita no pensaba llegar nunca a la casa", dijo su madre con severidad, mientras cruzaba los brazos y se paraba en el marco de la puerta delantera. Su hija estaba empapaba en sudor.