1. El ático de la equidna

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Una serpiente larga, de escamas negras y ojos como sangre salió desde la oscuridad

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Una serpiente larga, de escamas negras y ojos como sangre salió desde la oscuridad. Se enrolló lentamente por las patas de la silla y subió por los pies de Valentino hasta llegar a su cabeza. Antes de que la serpiente lo mordiera en la cara, el muchacho, incapaz de moverse o gritar, despertó sobresaltado con el rostro húmedo y con una expresión de terror. Sus recurrentes pesadillas lo habían despertado los últimos cuatro meses. En aquellos sueños él se veía así mismo amarrado a una silla mecedora de madera, en medio de lo que podría ser el ático de aquella casona antigua. Un ático frío como el abandono, en penumbras infames.

Aquel sábado de noviembre, el joven se preparó para pasar unas esperadas vacaciones con su primo y su tío Cipriani en la finca. Habían pasado cuatro meses desde que los había visto por última vez en esa gran casa vieja de madera oscura. En su habitación, él se percató de que las hojas secan golpeaban su ventana y el viento rugía como bestia queriendo entrar. Valentino bajó la persiana, por cuyas lamas todavía no atravesaba el primer rayo de luz, pues no soportaba ver las hojas estrellarse con tal aspereza.

Se levantó mucho más temprano ese día, y notó que el reloj de cuerda, listo para retumbar a las seis de la mañana, todavía marcaba las cinco. Después despertó a su madre, moviéndola y llamándola estrepitosamente porque solamente era ella quién ahora podría llevarlo hasta la finca. El viaje tomó dos horas y el sol no apareció jamás. Al llegar a la finca del tío Cipriani, la madre de Valentino se marchó sin saludar a su cuñado, pues esa relación se había deteriorado desde que su adorada hermana, agobiada en su matrimonio con el señor Cipriani, decidió irse para nunca volver. Al señor Cipriani no se le vio afligido en esos tiempos; era el tipo de persona que no se conmovía por nada del mundo.

 Al señor Cipriani no se le vio afligido en esos tiempos; era el tipo de persona que no se conmovía por nada del mundo

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Valentino y su primo conversaron y exploraron fuera hasta el anochecer. El día transcurrió lento y opaco, pero el muchacho nunca dejo de sentir que el ático de esa casa lo miraba con su ventana diminuta, como si fuera un ojo oscurecido por la maldad de algo o alguien que él presentía que estaba ahí arriba. Al anochecer, Valentino tuvo que apresurar el paso para entrar a la casa, ya que ser el foco de atención de ese ojo negro durante la noche era una tortura muy cruel. Adentro, el silencio imperaba en cada esquina. El interior siempre se caracterizó por tener demasiados cuartos cerrados para cada parte de la casa, y casi todos estaban vacíos.

En la mañana siguiente, Valentino se despertó por la lluvia; el día era gris y desabrido. Al abrir los ojos aún pesados por el sopor, vio justo enfrente de su cama una serpiente negra y robusta, adherida a la pared y colgada con su cola desde el marco de una pintura, que mostraba a una equidna griega. Estaba como muerta o en estado de letargo, pegada como si poseyera ventosas en su vientre en vez de escamas. Entonces, a punto de regurgitar su propio corazón, el chico logró lanzar un grito que salió desde lo más profundo de su existencia. En seguida, su primo entró y se topó cara a cara con el reptil, que no se había inmutado por el estruendo. Su primo, sin alertarse, intentó tranquilizar a Valentino.

—Ya, cálmate, no pasa nada —dijo con tono burlesco—. Es solo una cazadora, no es venenosa.

—¡No me importa!, eso estuvo aquí por quien sabe cuánto tiempo —exclamó Valentino, todavía con el corazón en la boca—. ¿Sabes de dónde salió?

—Quizá vino desde el bosque o se bajó desde... —apartó la mirada.

—¿Se bajó desde qué?

—Nada.

—Ibas a decir que se bajó desde algo. ¡¿De dónde?!

—¡De un árbol!

Su primo salió de la habitación, segundos después regresó acompañado de su padre. Entraron con rostros inexpresivos y, sin mediar palabra, el tío Cipriani despegó el animal de la pared y se fueron deprisa.

Valentino los buscó por minutos interminables fuera de la casa, en los pasillos, en la cocina, en los dormitorios y hasta en los baños; no tuvo suerte alguna. Sin embargo, perdido en algún corredor del último piso, él pudo localizar la entrada del ático, desencadenada y con las escaleras desplegadas. Por desgracia, hacía mucho tiempo que la curiosidad ya había carcomido a Valentino por dentro. Por eso, a pesar de sus pesadillas y su inevitable temor, subió, provocando que su peor pesadilla se hiciese realidad, pero no materializada en él mismo, sino en su tía, quién aparentemente había desaparecido del mapa años atrás.

La ruta de los búhosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora