Antología de cuentos cortos para personas noctámbulas.
Diversos géneros como terror sobrenatural, suspenso, romance, drama, fantasía y ciencia ficción.
Publicado el 3 de febrero de 2020.
★Autor: Dody Alexander Álvarez ™
Instagram: @Alex_Alvarez_E
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Alejandro Sanclemente finalmente se preparó para acostarse en la cama de su dormitorio. Había estado toda la tarde sentado pomposamente en aquel sofá cama de color vino tinto, el cual había pertenecido a su matrimonio por décadas. Se levantó lentamente y con dificultad. Era un milagro que solamente se hubiese roto el respaldo interno de madera del sofá cama dos veces desde que lo compraron.
El hombre cincuentón, de contextura endomorfa y barba incipiente abrió la puerta de su dormitorio, y con mucho sigilo dejó desparramar su inmenso tamaño sobre la cama matrimonial.
—Ya volví, bebé —dijo Alejandro, con gesto sonriente—. Espero que no te hayas dormido tan rápido.
—¿Por qué tardaste tanto, amor? —respondió ella—. Pensé que habías sido tu quien se había dormido. Estuve a punto de llamarte.
—¡Ni se te ocurra! Sabes muy bien que no debes llamarme cuando estoy en la casa. Ya te he dicho que... —Alejandro envió el mensaje a medias, y apagó de golpe la pantalla de su teléfono celular.
La esposa de Alejandro estaba observándolo como un felino que acecha su presa en la oscuridad. Ella había estado tan callada e inmóvil que podría compararse con un gato, cuyos ojos resplandecen por la luz, aunque esta luz era de la pantalla del celular de su esposo. Infortunadamente el ruido al tragar saliva de la mujer la había delatado por estar tan cerca de él.
Cuando Alejandro entró al dormitorio minutos atrás, juró que su esposa había caído dormida hacía mucho tiempo, pero olvidó que no debía subestimar los instintos detectivescos de las mujeres, mucho menos los de la mujer con quien dormía hacía treinta años. La señora María Arévalo era una mujer con una personalidad particular: se jactaba de ser benevolente e iluminada por las visitas casi diarias a la iglesia de Dios, pero en el fondo todavía conservaba ese carácter prepotente y prejuicioso que había heredado de sus padres.
Alejandro estaba seguro de que su esposa quizás había alcanzado a leer algo o, por lo menos, notar qué tipo de aplicación móvil estaba usando para comunicarse mediante chat. La persona que estaba en el otro lado del teléfono era Diana Sanclemente, la prima paterna de Alejandro. Esta mujer se caracterizaba por tener una distintiva apariencia: alta, corpulenta, tez trigueña, nariz aguileña y cabello negro intenso. Sin embargo, toda su belleza física no le había alcanzado para mantener relaciones más o menos duraderas. Fue tanta la soberbia que emanaba de su cuerpo que los hombres evadían su sola presencia. A Diana no le importó en lo absoluto meterse en una relación virtual con su primo hacía dos meses atrás. La lujuria la impulsó a acolitarse con Alejandro desde la ciudad en donde vivía ahora, a 299 km de distancia.
—¿Con quién hablas, mi amor? —preguntó María, en voz baja y de apariencia ingenua.
—Le estaba respondiendo a un vecino que necesitará un transporte mañana —mintió. Las primeras gotas de sudor helado ya comenzaban a brotar de su frente espaciosa. —Sabes bien que mis clientes detestan usar taxis.