XX Lo que más extraña

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La princesa vagaba por el oscuro palacio convertida en un fantasma.  Sus pisadas eran lo único que delataba su presencia, tan etérea como el aire. Ya nada quedaba del brillo que antes inundaba sus ojos.

—Hola, Lis —la saludó Arua, sentándose a su lado en el borde de la pileta seca.   

Ella miraba un árbol, también seco y retorcido en el agreste patio frontal. Sus ramas retorcidas se asemejaban a brazos, eso le pareció, que el árbol seco quería darle un abrazo que jamás se concretaría. Le respondió a Arua por monótona cortesía, con la voz apagada.

—Hoy es un día hermoso ¿No te parece?

—La belleza se ha ocultado de mis ojos. Día tras día, todos se van volviendo más oscuros para mí.

—¡No hables así, Lis! No debes darte por vencida.

—¿Aunque mi corazón se haya destrozado? ¿Y mis esperanzas estén tan marchitas como ese árbol?

El corazón incluso le dolía. Y en las grietas habían comenzado a germinar las dudas, la confusión.

—Mientras vivas, habrá esperanza.

La radiante sonrisa de la muchacha terminó por contagiársele. Era una sonrisa tan sincera y hermosa como la de su hermana Daara. Recordarla disminuía la opresión en su pecho, la angustia que le quitaba el aliento. No pudo evitar darle un fuerte abrazo, que en un comienzo sorprendió a la joven, pero que una vez en los brazos de Lis respondió de buen gusto.

—¿Quieres acompañarme a cocinar? —ofreció.

La princesa aceptó con entusiasmo. A veces, cuando estaba aburrida, iba a las cocinas del palacio a observar a las siervas cocinando. Sus intentos por ayudarlas siempre eran rechazados y terminaban corriéndola de allí. Ahora ya no tenía siervos y le iría bien aprender a hacer algunas cosas por su cuenta. Intentaba pelar unas papas sin lastimarse en el proceso. No lo logró. Era una tarea mucho más sencilla cuando veía a las siervas hacerlo. La pequeña herida en su dedo fue rápidamente atendida por la muchacha, que terminó de pelar las papas restantes.

Cuando fue el turno de trozar la gallina, Lis apartó la mirada. La muchacha ya le había sacado las plumas. Eso era lo que había estado haciendo antes de ser interrumpida.

—El señor parece estar mejor de sus heridas —comentó, clavando un gran cuchillo que partió al ave por la mitad, separándole las costillas.

—Ayer mató a un hombre y bebió su sangre —dijo Lis, que ahora se atrevía a ver lo que Arua hacía.

Le pareció que los oscuros y brillantes ojos de la gallina la miraban desde la cabeza cercenada sobre el mesón. La miraban con miedo. Pese a ello, no pudo dejar de verla.

—Eso no significa que sea malvado. Fue él quien me pidió que hablara contigo porque estabas triste. Intenta ser más comprensiva con él.

El encantamiento de la gallina se rompió y miró a Arua con sorpresa, pero nada dijo al respecto.

—Ahora hay que meter todo dentro de la olla, agregar agua, sal, algunas hierbas y poner la olla en el fogón.

Con la mano sin herir, Lis siguió al pie de la letra lo indicado por Arua y un tiempo después, juntas disfrutaron de la deliciosa sopa. La muchacha le habló sobre su vida en la aldea y cómo todo había mejorado desde que el rey Desz regresara. Arua tenía una vida sencilla y humilde, con el rigor de cada día desde el amanecer hasta el atardecer forjando su espíritu. No tenía las comodidades que le facilitaban la vida en la abundancia de su hogar en Arkhamis, pero poseía algo con lo que ella sólo podía soñar: libertad.

El bosque de las sombras I: La ofrendaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora