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Voy en el tren camino a mi trabajo y por suerte conseguí un asiento porque desde que el futuro dijo lo que dijo, siento un cansancio eterno y hasta estar parada me cuesta. Además, así me resulta más fácil pensar porque esa es otra cosa que me pasa: pienso todo el tiempo. Salvo cuando estoy con él, que le digo lo que pensé antes. Cuando salgo al hospital a la mañana, cuando voy para el trabajo, cuando vuelvo al hospital a la tarde, cuando me quedo a dormir allí o cuando vuelvo a mi casa, pienso. Por ejemplo, ahora estoy pensando que dije "mi casa" y la verdad que no sé, como decía ese poema que leí una vez, si yo sigo siendo yo y si mi casa sigue siendo mi casa. Creo que soy como un caracol, que anda con su techo a cuestas. Y mi mejor techo está al lado de una cama de hospital, con un chiquito al que tengo que enseñarle el camino de vuelta. El resto del mundo me parece una enorme intemperie, con lluvia y frío, aunque haya sol y calor. Mi único lugar cobijado es esa cama. Tampoco sé si los demás siguen siendo tanto "los demas". Están, claro, y hasta me llevan por delante cuando bajamos del tren y me piden cosas en el trabajo y yo les doy direcciones en los taxis, pero son como extras en mi película. Tal vez también los médicos tengan alguna existencia más... no sé cómo decirlo, más real. Pero eso porque son los que me informan cómo sigue esta película mía. Son los que me escriben parte del libreto. El resto abunda.

Menos mal que entre la estación y mi trabajo hay apenas cinco cuadras. Caminar las me gusta, porque hay muchos árboles, poco tránsito y puedo seguir pensando. Pensar otra cosa ahora. Pensar en un camino que nunca recorrí, pero que tengo que averiguar cómo es para decirle a alguien como se vuelve. Pensar en aprender de los senderos que se meten en bosques oscuros o en montañas altísimas y pasan por abismos impenetrables, para contarle a un chiquito como tiene que ir por esos lugares, qué pasos tiene que dar para no perderse, para no tener miedo en la oscuridad, para no correr riesgo de trastabillar y caer en algún precipicio.
O pensar en sonreír ahora unos centímetros por qué mi jefe, que es un buen tipo, me saluda lindo siempre y me dice:
-Hola, Moni, ¿cómo anda todo hoy?-
Y yo tengo que hacer como que escucho a este extra de mi película que ni siquiera libretista es y decirle:
-Bien, Carlos, gracias. Sin grandes novedades.- Y asegurarle -:Cuando pase algo gordo vas a ser de los primeros en saberlo-. Entonces me siento al escritorio y me pongo a hacer mi trabajo y los extras circulan a mi alrededor y solo caminan en un universo que está lleno de otros que abundan, algunos libretistas y dos que existen.

Se que estoy solo. Lo porque no siento ninguna mano sobre mi frente y ninguna cosquilla en la oreja y además nadie me habla. Eso es bueno. Un poco de Soledad de vez en cuando también me gusta. ¿Y, grandecita? Sigo haciendo bromas con la historia y vos no me decís nada. Te cuesta reconocer que así te tape la boca con eso de que soy chiquito, ¿eh?, te cuesta. Bueno, tampoco me decís nada porque ahora no estás, así que lo mío es otra vez bastante pavo. Así que Síndrome de Melas. Mirá vos. Melas... vas a pagar cuando te agarre. Gracioso el nombre del sueño este que me cayó de golpe. Lástima que solamente sirva para sacarme. Como en los partidos, cuando el profe me sacaba y hacía entrar a otro que estaba afuera. Yo no quería salir pero el me explicaba que todos tenían que jugar. A me daba rabia pero, yo qué sé, así eran las cosas. Todos tenían que jugar y yo nunca fui de los mejores. Ahora el profesor Melas me hizo lo mismo. Me dijo que todos tienen que jugar y me sacó de la cancha. ¿Quien habrá entrado en mi lugar? Y, además, ¿tan mal estaba jugando? Cuando venga mamá se lo voy a preguntar. No, no me volví loco. Ya sé que no puede escucharme. Pero eso no tiene nada que ver. Yo puedo preguntar lo que se me ocurra. Algún día me enteraré de las respuestas. O no. No sé.
Tiempo tengo.
Sí, miedo también tengo.

Es tan difícil volver a Ítaca {Terminada}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora