2 - Sin alternativa

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Holy reía junto a sus visitas. Ya habían terminado de comer y ahora tomaban té, acompañado de galletas; todo hecho por Holy.

—¡Jotaro! ¡Ven a probar el pastel que trajo Judy, cariño! —gritaba Holy, haciéndole señas a su hijo para que se sentara con ellos. Ya que todo el rato se había quedado en el jardín, inmerso en sus pensamientos.

Jotaro la ignoró, pero después de terminar su segundo cigarrillo, decidió ir, los postres no sonaban nada mal y comenzaba a abrírsele el apetito.

Se acercó a la mesa, observando todo el menú que Holy le ofrecía, tratando de ignorar rotundamente la mirada penetrante de la chica. Judy le sonrió, al igual que su esposo.

—Jotaro, ¿por qué no nos acompañas? Holy nos cuenta que has viajado a muchos lugares con mar y te interesas por esos asuntos —dijo Judy, haciéndole espacio para que se sentara.

Jotaro tomó un pequeño trozo de pastel, pero no contestó, se quedó ahí parado.

—Mi nieto es muy serio, pero es buena persona en el fondo —explicó Joseph, comiendo más galletas.

—Simplemente encuentro muy atractivo lo marino, es todo —explicó Jotaro, comiendo más pastel.

—¡Ya veo! Ojalá puedas ver más sitios marinos —afirmó Judy, asintiendo—. Siempre tuviste interés por esas cosas. ¿Recuerdas, Holy, su pequeño peluche de delfín?

—¿Que qué? —reclamó Jotaro, con un pequeño sonrojo, apenas visible.

—Sí, se veía adorable. Creo fue regalo de cumpleaños de tu pequeña, ¿no? Cuando cumplió cuatro años —continuó Holy, pensando.

La chica bufó, mientras se recargaba en una de sus manos, sin mirar más a Jotaro.

—¡Es cierto! Estaban tan emocionados por esa fiesta, ¡qué recuerdos! —contestó Judy.

Jotaro observó a la chica, y ella le sostuvo la mirada. Ambos se veían con recelo, sin saber muy bien la razón. Ambas madres compartieron una mirada y sonrieron, para que Judy añadiera después:

—¿No recuerdas a mi pequeña, Jotaro?

—No —respondió cortante, comiendo galletas ahora.

—Bueno, pasaron muchos años. Por mi trabajo y el de Tomás tuvimos que movernos a Europa, por eso dejaron de verse, sino seguirían siendo tan amigos como lo eran de pequeños.

—Estoy de acuerdo, Judy —asintió Holy, sin dejar de sonreír—. Jugaban siempre en la escuela y cuando nos veíamos. Fue algo triste la despedida.

—Bastante —contestó Judy, mientras asentía; ambas ignorando la creciente tensión entre ambos jóvenes—. Pero no recordemos momentos tristes, amiga mía, mejor pasemos a un asunto muy importante, el dichoso favor que queremos pedirte.

—Sabes que, por ti, Judy, haré cualquier cosa —respondió Holy, tomando de su té.

—Gracias, Holy, pero ¿tu papá y Jotaro lo saben? —preguntó Judy, observando a Joseph que disfrutaba como un niño pequeño de las galletas.

—No, no estoy enterado y tengo mucha curiosidad —dijo Joseph, limpiándose migajas de la cara, mientras cruzaba sus brazos.

—Bueno, pues verá, señor Joestar —comenzó Judy—, como saben, mi esposo y yo tenemos que viajar bastante por motivos de trabajo. Solíamos llevar con nosotros a nuestra pequeña señorita, pero...

—Ya no quiere viajar más con sus padres —completó su esposo.

Todos observaron a la joven con atención; ella se sonrojó y desvió la mirada, tratando de pasar desapercibida. Pero decidió hablar, después de tomar una galleta:

Mi Mejor Recuerdo. Jotaro Kujo x LectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora