9 - El dolor pasado

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Hace trece años, en la tierna infancia de Jotaro y Jime, en un día especialmente nublado y gris, a punto de llover y que no auguraba nada positivo...

Jotaro pequeño se encontraba en una fuente, arrojando piedras con furia. Se le veían en el rostro curitas y vendas, cubriendo heridas.

Su abuelo llegó en ese momento.

—¿Jotaro? ¿Estás bien, hijo? —preguntó, hincándose junto a su nieto pequeño—. Te he estado buscando como loco. Tu abuela te mandó un regalo de cumpleaños que sé que te va a encantar.

—Sí, estoy bien, abuelo. Gracias, más tarde iré...

—¿Seguro? Te noto... triste. ¿Todo está bien?

—¡Dije que estoy bien! ¿De acuerdo? —gritó Jotaro con una lagrimita que estaba a punto de salir, luego echó a correr, lejos de su abuelo que trató de detenerlo, pero fue ignorado rotundamente.

Joseph suspiró, exhausto, luego decidió ir hasta su casa. Se encontraba en el parque frente al hogar Kujo.

Al entrar buscó a su hija, que estaba cosiendo un par de calcetines en la sala, mientras escuchaba música y tarareaba alegremente.

—¡Holy! ¡Querida! —saludó, abriéndose de brazos, su hija se levantó y lo abrazó con ganas.

—¡Papá! ¡Bienvenido!

—Holy, quería preguntarte sobre Jotaro —preguntó Joseph, viendo cómo el rostro alegre de Holy se transformaba lentamente a uno de tristeza.

—Mi pequeñito ángel está destrozado, papá...

—¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido? ¿A quién debo golpearle la cara?

—Cálmate, papi, a nadie... ven, te contaré todo —respondió Holy, guiando a su padre hasta el comedor, para tomar té e iniciar una charla.

Mientras tanto en el parque.

Jotaro lloraba oculto en unos arbustos, abrazando sus rodillas. No quería que nadie lo viera en ese estado.

Desde muy pequeño entendió que la vida no era justa y la felicidad era efímera.

Cuando uno es pequeño le es difícil procesar ciertas circunstancias que pasan a su alrededor; un ejemplo: las decisiones de los adultos. Jotaro no lo entendía y no quería que pasara, pero tampoco sabía cómo evitarlo...

Jime se iría. La alejarían de su lado para siempre.

Su única amiga, la única que lo entendía y compartía aficiones con él... se iría a otro país, uno muy lejano; sabía que no era Nueva York, si ese fuera el caso, podría verla, poco, pero habría posibilidad, gracias a sus abuelos y su estancia allá. Pero no. Jime se iría con sus padres.

Sollozó un rato más, tratando de desahogar la pena que lo embargaba. Entonces un grito de una niña pequeña lo sobresaltó: «¡Jotaro! ¿Dónde estás?».

Esa voz la conocía muy bien, y como no se manejaba muy bien emocionalmente (de hecho, a la fecha no lo hace) decidió huir, no quería verla, estaba enojado y confundido; por lo que corrió en dirección contraria, escondiéndose en arbustos y árboles, hasta llegar a uno especialmente alto, el cual trepó, sentándose en sus gruesas ramas.

—¡Jotaro! ¡Por favor! ¡Quiero verte! —gritaba Jime entre sollozos, buscando en el parque con desesperación—. Sé que estás aquí, ya no te escondas de mí, no es mi culpa —terminó, agachándose en el suelo y llorando con más fuerza, mientras tallaba sus ojitos, hinchados de tanto llorar.

Jotaro se aferró al árbol, cerrando sus ojos, mientras trataba de no escuchar. No quería sentir ni enterarse de nada, pero el llanto de Jime llegaba con más fuerza, era imposible no escucharlo, y en el fondo le dolía, no soportaba verla u oírla llorar.

Mi Mejor Recuerdo. Jotaro Kujo x LectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora