Capítulo II

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El frío de la habitación hacía sentir su cuerpo temblar, que bien había sido arrojado como un costal de papas a los brazos de Morfeo, quejumbrosa se resistía al despertar.

Dos cuerpos separados: uno estaba acompañado de un edredón y almohadas, el otro solo con una fina sabana y un pantalón envuelto como un cilindro haciendo el intento de una pequeña almohada. El dolor de espalda daba los buenos días y la mirada atenta brillosa recién despierta analizaba a su acompañante.

Tenía el ceño fruncido, los labios apretados y podía jurar desde la distancia que tenía la mandíbula tensa. Podía observar aún mejor a Hellen desde los pequeños rayos de luz que lograba escapar de la densa neblina. Su cabello chocolatoso y alborotado caía sobre su frente dándole una pequeña sobra a sus ojos, tenía una capa gruesa de pestañas que parecía tener los ojos maquillados. Analizó la habitación, habían dos cuadros, parecían hechos recientemente, la pintura vibraba y parecía viva, podía sentir el mover de los tonos oscuros en lucha con la claridad. Habían dos puertas, asumió que una de ellas conducía a un baño o una especie de closet, mucha ropa en pequeñas montañitas perfectamente ordenadas, zapatos —más que nada gruesas y oscuras botas— y pudo llegar a contar un centenar de libros, carpetas, lápices y demás.

Muy bien, Hellen adoraba la investigación o solo le gustaba escribir, no quería buscarle mucha explicación porque escuchó el quejido venir de una recién despierta Hellen recuperando su consciencia.

—Dormiste allí. —señaló, movió su cabeza en forma de respuesta y se acomodó para estar sentada.

—No iba a dormir contigo, sería extraño. —le sonrió, con los ojos aún casi cerrados se levantó y el crujir de sus huesos se hizo vibrar por la habitación. Miró su reloj. —Voy a alistarme, salimos dentro de unos minutos.

—¿A donde vamos?

Hellen sonríe y ladea su cabeza. Toma fuerzas y se estira levemente, regresa su mirada a Kiran. —¿Cuestionas la existencia?

Mueca de desagrado. —Aún no sé cómo funciona todo esto, podrías ser un criminal, una persona implicada con mi pasado y quieres asesinarme.

Mientras se enfundaba un suéter y un gorro, soltó una risa. —Lo soy.

—¿Qué?

—Un asesino. —le guiñó el ojo y le tendió un suéter, junto a un gorro. —Vamos, hay que escabullirnos como lo que somos.

—¿Qué somos? —se había ya levantado de la cama, su cuerpo dolía mucho menos que ayer.

—Criminales, potenciales crimínales.

Salió de la habitación, antes de salir, hizo una seña para que le siguiera. Se dirigió al baño y le entregó lo que parecía un mini kit de aseo personal. Apretó su hombro y se retiró del baño para hacer lo suyo, lavar sus dientes y cara, preparar algo rápido y prepararse para lo que esperaba una mala idea bien ejecutada.

Miró su reloj y el sonido de lo que parecía el agua salir del lavamanos del baño le hizo calcular, siempre calculaba, por inercia, como si no hacerlo le causara algún tipo de debilidad mental, como si fuera una especie de máquina, una máquina descodificando cada día.

Dos pequeños toques en la ventana de la cocina le hicieron detener su marcha mental, giró su cuerpo y tomó el pomo de la puerta trasera, el rostro de Ethan saludó, estiró un pendrive, ocultándolo aquellos que quisieran ver, mientras fingió llevar las garrafas de gasolina dentro de la residencia de Hellen.

—Treinta minutos, luces fuera.

Asintió con su cabeza y se dedicó a terminar sus tareas. Ethan se dirigió al garage a través de las puertas internas de la residencia para encargarse del automóvil, lo revisaría, un pequeño artefacto, tan pequeño que cabía en la palma de la mano, emitía ondas de sonido para indicar si había algún artilugio no reconocido dentro del carro, es decir que sí querían perseguirles o investigarles, tenían que hacerlo casi a la antigua.

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