Capítulo IX

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—¿No te duelen los tobillos? —una quejica Kiran, después de cuarenta y cinco minutos de caminata, volvía a su queja principal, el dolor de sus tobillos.

Hellen suelta una risa pesada, estaba cansada y apenas podía conversar, sentía que el aire apenas y le alcanzaba para mantenerse allí de pie, moviendo su cuerpo. Tenían cuarenta y cinco minutos siguiendo a Julia, quien iba a una velocidad baja, claramente si no, hace más de veinte minutos habrían estado en el lugar o eso asumía el par que se separaba y se acercaba según momentos.

—¿Crees que hay una explicación para lo que ocurrió con las piedras? —Kiran curiosa, se atreve a iniciar otro tipo de conversación, esto sí le causaba interés a Hellen o eso creía.

—Supongo que pudiste equilibrar los centros de energía y ocurrió. —le resto importancia, realmente, era algo que ella misma necesitaba responderse de algún modo pero aún no lo conseguía. —Sí hablas mucho, te cansarás más.

Nuevamente un silencio, Kiran se alejó, aún fastidiada por sus intentos fallidos de iniciar una conversación por su consecuencia, Hellen aún mantenía su caminar adolorido y soltaba pequeños quejidos de vez en cuando. La caminata fue así, el silencio incómodo entre el par y Julia unos cuantos metros más allá con Mathis recargado a su espalda.

—¿Cómo es que no te han llevado con ellos? —preguntó Julia.

—No lo sé, quizá colocaron otro dispositivo en mí, lo mejor sería que no siguiera con ustedes.

—Serás imbecil.

—¿Cuanto falta?

—Poco, rodearemos este lugar a esperar supongo. —detuvo la motocicleta un par de metros más adelante, tras un par de árboles que parecían formar un arco.

Bien, en un contexto gráfico de la situación, se encontraban con más de lo mismo, un ambiente verdoso y casi silencioso a pesar del ruido claro de lo que se podría llamar naturaleza —o lo que restaba de ella— Hellen proseguía con su caminar, Kiran daba pasos aun más cortos solo con querer alejarse de la chica. Mientras Mathis y Julia compartían miradas amenazadoras, Julia pensaba en cómo al muchacho no lo habían arrastrado con ellos y por otro lado como era que Kiran no había sido vista, quizá sí lo fue, quizá no era tan relevante como querían suponer.

Mathis estaba nervioso, su corazón agitado y su cuerpo dolía, sentía que cada extremidad le pesaba el triple de lo que ya pesaba, sus ojos estaban cansados y el ardor de su piel no le permitía pensar mucho más allá de lo ocurrido, solo pensaba en los golpes y en las palabras dichas, no más, lo resumía, como un sencillo golpe directo a su cabeza.

—Bien, Mathis es momento de que hagas tu confesión, ¿Qué pasó? —Julia se acercó, se arrodilló a su lado y le miró, una mirada clara, amenazadora.

—No se que quieres escuchar. —su voz era clara de que apenas podía salir.

—No quiero que me digas algo en específico más que la verdad.

—No sé cómo nos encontraron, no lo sé, sé que sabían donde estábamos.

—¿Cómo sigues vivo? —ladeó su cabeza, levantó su ceja, más allá de mostrar curiosidad, autoritariamente quería esa respuesta.

—Realmente no lo sé.

Llanto.

Los brazos de quien parecía ser su madre y el final de una habitación, una habitación bastante cómoda, el sonido de la brisa y de los pájaros cantar, Mathis parpadeaba con dificultad y a su vez su visión estaba plasmada allí, fuera de lo que realmente estaba observando. Sus ojos se tornaron oscuros, Julia le miró con curiosidad, el muchacho estaba pálido y sus ojos se movía de un lado a otro, parecía murmurar algo pero apenas podía escuchar el golpeteo de su respiración.

METANOIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora