Capítulo 1

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¡Pérdida irreparable!

Otra vez, otra vez su marido le había sido infiel, daba igual la discusiones que tuvieran, daba igual que el estuviera con ella, a él todo le daba igual, él era el rey y podía hacer todo lo que quisiera.

Pero ya se canso, Hera ya se canso de tener que lidiar con estos problemas, ya se canso de confiar en un hombre que lo único que le daría serían disgustos. La palabra odio se quedaba corta con lo que ella sentía.

Sabía que había hecho cosas malas y se arrepentía de ellas, una fue Hefesto, el haber sido tan superficial para tirarlo del Olimpo por ser feo. Ella ahora trataría de acercarse a el, de volver a ser su madre pero el daño ya estaba hecho y ella sabía.

Todo en el Olimpo se le hacía cansado, ver los templos de hijos bastardos de su marido, tener que aguantar cabreos tontos, comentarios pertinentes y personas que les daba igual todo. Por favor, Hera era la diosa protectora del matrimonio y no era capaz ni siquiera de proteger el suyo propio.

Su hermana mayor Hestia intentaba comprenderla y consolarla pero no era suficiente. Tenía que alejarse del Olimpo, tenía que distanciarse por un tiempo, pero, ¿A dónde ir?, ¿Qué hacer?

En una de muchas reuniones que habían tenido, había escuchado a Apolo hablar sobre Japón, decía que era alucinante, que era tranquilo, con increíble vegetación, relajante y algo sobre haikus.

Solo avisando a Hestia, Hera bajo al mundo humano en su forma mortal hacia Japón, tendría que vigilar sus dominios pero se podría decir que serían unas vacaciones e intentar alejarse de todo aquello.

Su forma mortal podía rivalizar incluso con la belleza de Afrodita, su pelo rojo carmesí, ojos violetas grisáceos, piel blanca y una figura de reloj de arena la hacían verse como una auténtica diosa.

Cuando llegó tuvo que admitir que Apolo no se equivocaba, los paisajes eran increíblemente verdes con árboles de sakura, vegetación colorida y lagos cristalinos que reflejaban los peces Koi de diferentes colores que brillaban ante la luz del sol.

Hera se podría quedar allí por años, la relajación que le proporcionaba nunca la había sentido, se dejó caer sobre la hierba verde y cerro sus ojos llevándose por el canto de los pájaros y chapoteo de los peces

Todos era perfecto, pudo estar sentada en la misma posición durante horas y para ella serían segundos. El tiempo pasó y su cuerpo empezó a sentir frío, abrió un poco los ojos y vio que lo que antes era de día y caluroso ahora estaba atardeciendo y el viento se abría paso por el prado.

Su cuerpo se tensó de repente, sintió como alguien colocaba sobre ella una prenda, se giro enseguida para encontrarse con la sonrisa más deslumbrante que podría rivalizar con la de Apolo.

Delante de ella había un hombre joven de entre 20 y 25 años mirándola, tenía el pelo amarillo bañado por el sol y sus ojos azules eléctricos que la miraban y la creaban un sentimiento que solo su hermana mayor la había dado, calor, un calor acogedor.

Viendo bien al hombre se dio cuenta de algo, el era un semidiós, lo podía sentir pero le había costado, su poder era diminuto, como si nunca hubiera despertado, miro devuelta sus ojos, ese azul eléctrico que se le hacían tan parecidos a los de Zeus, pero era imposible, ningún hijo de Zeus podría tener esos ojos acogedores y menos la sonrisa. Debía ser un hijo de Apolo que había tenido durante sus años pasados de travesías por Japón.

NARUTO HIJO DE LA REINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora