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La noche comienza a caer a la par del frío. Las luces de la ciudad se encienden como árbol de navidad y el murmullo de la multitud se escucha a los lejos. En estas épocas, Seúl adquiere una belleza inigualable, en comparación con el resto de Corea del Sur; la cuidad suele cautivar por sus grandes edificios iluminados, siendo reflejados en el río Han que lo cruza justo por en medio.

Por las calles transitadas de Seúl, justo por donde la muchedumbre es escasa y las luces son cada vez más distantes, se encuentra él.
Min Yoongi se cuelga el trapo manchado de grasa y sudor en su hombro, mientras toma un par de bolsas negras de residuos a fin de tirarlas al contenedor. El frío lo toma por sorpresa y no puede evitar temblar en el lugar. Mira en su reloj de muñeca la hora, solo quince minutos para irse. Toma del bolsillo de su delantal negro una cajita de cigarrillos, enciende uno y siente como el humo mentolado recorre su pecho y sale por su nariz. Se afirma contra la pared echando su cabeza hacia atrás con los ojos cerrados.
Se cumple exactamente un año desde el accidente que terminó con la vida de Chan, desde que se fue sin despedirse, sin dejar en claro qué pasó, cómo sucedió, porqué.

—¡Maldita sea!

Yoongi no puede evitar golpear su cabeza contra el duro cemento y tirar la cabeza vencido, calando, otra vez. La aflicción recorre su cuerpo desde los pies, hasta retorcer sus entrañas con pesadez. Recuerdos desordenados y borrosos recorren su frágil memoria, como una vieja y rota película que no fue reproducida en años, y le asusta tanto como para dejar que un escalofrío lo golpee con fuerza. 

Su celular suena, lo toma con pereza sabiendo muy bien de quién se trata.


«A las nueve te esperamos en el almacén. No llegues tarde.

-Namjoon».


—Púdrete —masculla.

Lanza la colilla del cigarrillo lo más lejos posible, gira sobre su propio eje y vuelve al restaurante para terminar su jornada e ir a casa a cambiarse.

No hay mucho que hacer, los clientes se fueron hace menos de media hora y ya limpió la estancia. Su jefe se encuentra detrás de la caja revisando sus ganancias, con una amplia sonrisa en su rostro, como si fuera él mismo quien toma los pedidos y se hace cargo de toda la clientela desordenada, mal educada y grosera; pero no es algo que él pueda decir en voz alta, al menos no frente a ese hombre y aunque así pudiera, darse el lujo de perder unas cuantas miserables horas de trabajo, no está en su abanico de posibilidades.

Finalmente, cuando muerde su lengua, con la advertencia de su posible despido si llegase a decir algo, Yoongi se despide con educación y sale, siendo recibido otra vez por una ola de frío que cala desde la parte inferior de sus desgastados pantalones negros, y sube hasta su cintura.

Se cubre a sí mismo y mete sus manos en los bolsillos delanteros de su pantalón, para así partir a su hogar. El camino del restaurante a su casa, es corto, demasiado para ser preciso. La única razón de aquello, es la alta sociedad que invade como plaga el centro de Seúl. Para un chico de veintitantos años, con lo suficiente para sobrevivir, no le es fácil encajar en los lujos que conlleva ser parte de aquella reducida parte de la enorme cuidad; en realidad, es eso y la vergüenza que siente a diario de cosas que ni siquiera es capaz de pensar. Por ese motivo, no teme caminar con la cabeza en alto, por las calles desoladas de los suburbios, con una lámpara en cada esquina, y el sonido de los gatos maullando por aquí y por allá. Da una gran bocanada de aire al sentir sus músculos tensos, es un día especial, es un día malo para recordar su triste y patética vida.

𝙴𝚏𝚎𝚌𝚝𝚘 𝙳𝚘𝚖𝚒𝚗ó © » ᴹⁱⁿ ʸᵒᵒⁿᵍⁱ; BTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora