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Mientras las manos de Sana subían por los muslos de su novia, la contraria no podía hacer más que ahogar sus gemidos contra la almohada. Estaba boca abajo y sus manos estaban atadas en el respaldo de la cama, sus pies, aunque libres, se retorcían firmemente mientras la mayor presionaba su dedo índice sobre su centro.

—Cierra la puta boca —gruñó por lo bajó la rubia, quitando sus manos del cuerpo de la menor y cerrando los ojos con fuerza. Imágenes que en ese momento no quería que invadiesen su mente, lo hicieron de todas formas. Eunbi pareció querer incorporarse, pero un fuerte golpe en el principio de su columna la obligó a volver a recostarse—. Te dije quieta.

A la pelinegra no le gustaba en lo absoluto esa tendencia violenta de su novia, aún sabiendo a lo que se dedicaba y todo eso. Soltó un quejido de dolor cuando la más alta agarró su cabello con fuerza, obligándola a alzar el rostro, mordiendo con fuerza el lóbulo de su oreja y sonriendo con notoria entretención.

Un espejo medianamente grande frente a ella le mostraba las horribles marcas en su rostro, cuello y hombros. Aunque no descartaba el hecho de que el resto de su cuerpo también se encuentre de esa forma. Una de las manos de la más alta presionó alrededor de su cuello manteniendo su mirada en alto, y la otra se adentraba entre sus piernas para penetrarla sin cuidado.

Una sonrisa divertida brotó de los labios de la mayor cuando ligeras lagrimas comenzaron a recorrer las mejillas de la pelinegra. Abruptamente, Sana se alejó del cuerpo de su novia y se sentó a los pies de la cama mientras la observaba a través del espejo. Luego, con una mueca de disgusto, desató las firmes mordazas en las muñecas de la contraria y caminó lejos de la cama. Se acercó a un rincón de la habitación donde un montón de ropa se encontraba apilada despreocupadamente, tomando entre sus manos una camisa grande aleatoria y lanzandosela a la menor para luego abandonar la habitación con su bata todavía puesta.

A la mañana siguiente, luego de que la pelinegra haya dormido toda la noche sola en la cama matrimonial, Sana finalmente apareció en la cocina. Lamentablemente, no fue con un café entre las manos y una sonrisa deslumbrante, de esas que le había brindado la primera vez que se toparon el los pasillos de la universidad.

Nada de eso. El café era reemplazado por un bate de béisbol totalmente ensangrentado y la sonrisa en su rostro no era deslumbrante, sino siniestra. Eunbi se paralizó unos segundos en el umbral de la cocina y lentamente, con el pasar de los segundos, sus hombros se relajaron y su vista se desvió de la sonrisa de su novia hacia el bate en sus manos.

—Adivina —habló por fin la más alta, dando un paso hacia delante y dejando el bate sobre la mesa. Sana solía hacer eso cuando notaba el miedo en la mirada de su novia, algo que comenzó a suceder más seguido de lo que a la pelinegra le hubiese gustado. La menor tragó con dureza el nudo en su garganta y el olor a sangre inundó sus fosas nasales.

—Sana... —susurró con un hilo de voz, acercando sus manos a las mejillas ensangrentadas de su novia. La rubia cerró los ojos, dejando que la contraria acaricie sus facciones y limpiara la sangre de su rostro.

Sana abrió los ojos y miró fijamente a la más baja, apartando las manos de su novia de su rostro. Caminó hacia el sótano a sabiendas de que la más baja la seguiría y bajó las escaleras rápidamente, sonriéndole a la pelinegra cuando al llegar abajo miró con terror el cuerpo inconsciente de Han Eunji.

Con fuerza, Sana agarró la muñeca de su novia y la llevó más cerca de la chica tendida en el piso, tirándola al suelo causando que el rostro de la pelinegra quede a centímetros del de Eunji.

—No, Sana —trató de levantarse pero la más alta le pateó la espalda, su rostro chocando contra el pecho de la chica en el piso. No había notado la cantidad de sangre que estaba brotando de la cabeza de aquella desconocida, manchando de piso y parte de su propia ropa.

—Dijiste que morirías por mi, amor —susurró en su oído mientras acariciaba los hombros de la menor, escondiendo su rostro en su cuello y aspirando el olor al perfume de la más baja—. Pero ¿matarías por mi?

El mango de un cuchillo fue depositado en su mano izquierda y tuvo que sostenerlo con fuerza para no dejarlo caer. La rubia se alejó lentamente de ella y se sentó en el penúltimo escalón de la escalera, apoyando su cabeza sobre sus rodillas y esperando pacientemente la reacción de la pelinegra.

Eunbi se incorporó levemente, empuñando el cuchillo y dándole una rápida mirada a su novia, esperando que en algún momento la más alta le arrebate el arma blanca y le pida abandonar el sótano para dejarla a solas con el cuerpo. Pero en vez de eso, solo recibió una sonrisa aun más amplia y tuvo que tragar en seco para poder decir algo.

No puedo, amor —murmuró con notorio pánico en su voz, dando un paso hacia atrás. Sana bufo con fastidio y tomó la mano de su novia, envolviendo la suya propia en ese sector para ayudarla a empuñar el arma.

—¿Y que harás cuando me atrape un policía y tengas que salvarme? —el agarre sobre la mano de la pelinegra se endureció y Eunbi fue obligada a dar un paso al frente, casi tocando los pies de la chica en el piso. Un quejido de dolor brotó de los labios de Eunji y la pelinegra soltó un jadeo de sorpresa cuando la chica pareció querer levantarse.

—Por favor no —suplico la pelimorada mientras se arrastraba por el piso débilmente. Eunbi quiso acercarse pero su novia la detuvo con su mano libre, apegandola a su cuerpo y apoyando su mentón en su hombro.

Ella es policía, bebé —sus ojos se abrieron con sorpresa y agarró con más fuerza el cuchillo, sintiendo sus piernas moverse solas y la punta del arma elevándose rápidamente—. Casi me mata terminó de susurrar la rubia, dejando que el resto del trabajo lo haga su novia, quien con furia en su mirada clavó el cuchillo en el pecho de la joven chica. Un chillido de dolor brotó de los labios de la contraria pero a Eunbi no pareció importarle, porque otra apuñalada se encajo rápidamente en su cuello, sangre saliendo a borbotones y sus ojos cerrándose con lentitud mientras Eunbi todavía encajaba el cuchillo algunas veces más antes de caer al piso cansada.

Dejó caer el cuchillo al piso, apoyó su espalda en el suelo de cemento y miró sus manos, temblorosas y llenas de sangre, restregándolas en su ropa para quitar el liquido rojo que le estaba comenzando a dar nauseas.

Pero a quien iba a engañar, una sonrisa victoriosa se escapó de sus labios mientras observaba desde el piso el cuerpo sin vida de aquella pelimorada mientras su corazón aun iba a mil por hora. Se incorporó sin muchas ganas y cruzó sus piernas, escuchando el sonido de los pasos de Sana alejándose por las escaleras, para luego volver con unas toallas y ropa limpia.

Vamos al baño, amor —le sonrió ampliamente, como aquellas sonrisas que le dedicaba en la universidad y que habían logrado ganarse su corazón. Y quizás algo más que eso—. Vamos a limpiarte eso.

Killer ⚖︎  𝘀𝗮𝗵𝘆𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora