XXI

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Cuando Sana cumplió los diez años, le diagnosticaron esquizofrenia paranoide.

A pesar de eso, su madre no sintió que sea necesario comenzar la medicación que su psiquiatra había recomendado, pues el comportamiento de Sana no era nada fuera de lo común. Si, era algo violenta cuando alguna niña se metía con ella, pero por lo general se comportaba bastante bien. Porque era callada.

Pero la primera vez que las cosas se salieron de control fue al mes de ser diagnosticada.

Sana estaba comiendo su almuerzo en el patio central de la escuela, algunos niños a su alrededor corriendo con diversión mientras gritaban chillonamente. Aunque la japonesa odiaba los ruidos fuertes, no podía hacer nada al respecto, así que solo se dedicó a comer despacio mientras tarareaba alguna canción que escuchó en la radio.

—¿Me das de tu sándwich? —una voz chillona habló a su lado, sonriendole ampliamente mientras se balanceaba con sus talones. La japonesa negó con la cabeza mientras continuaba comiendo, dándole una mirada silenciosa desde su lugar al notar que todavía no desaparecía de su vista.

—Te dije que no —contesto con seriedad, mirándola fijamente.

Pero el niño era persistente, porque nunca aceptó la negación y porque estaba acostumbrado a siempre conseguir lo que queria. Así que con molestia, se acercó a la japonesa y tomó con fuerza el sándwich ante la mirada fija de Sana. Con rapidez, el niño se metió el trozo de comida a la boca, mirando con diversión a la japonesa mientras masticaba con dificultad.

Sana no dijo nada, se mantuvo en silencio mientras miraba con seriedad como el pelinegro terminaba de tragarse su sándwich. Se levantó lentamente y se acercó al contrario, tomando uno de sus hombros y arrastrándolo hasta uno de los rincones del patio, desapareciendo por mas de diez minutos. Incluso cuando la campana sonó, ninguno de los dos llegaron a la hora de clases.

Al día siguiente, Sana volvió con dos sándwiches y ese molesto niño no le dirigió la palabra a nadie por unos días.

Con los días, los profesores comenzaron a notar la facilidad con la que Sana era capaz de aislar a todos los niños que la molestaban, algunos de ellos con tanto pánico en sus ojos que terminaban por no ir a la escuela por unos días. Otra cosa que también comenzó a pasar con la japonesa fue que, generalmente en medio de las clases comenzaba a golpear su cabeza contra la mesa mientras murmuraba cosas para si misma.

Gracias a eso, la madre de Sana tuvo que ir a la escuela por la preocupante salud mental de la japonesa.

—No se preocupe, yo hablaré con Sana —contestó con tranquilidad la mayor.

Sana iba en el asiento trasero del auto mientras su madre conducía devuelta a casa, la mayor mirándola por el retrovisor con seriedad mientras la castaña balanceaba sus piernas despreocupadamente.

—¿Qué te dijo la maestra? —preguntó con curiosidad la menor, ladeando su cabeza mientras miraba por la ventana. Sus manos estaban heladas y las restregó contra sus muslos para calentarlas un poco.

Qué eres una puta loca.

Frunció el ceño y miró a su madre por el retrovisor, la mayor con su mirada fija en la carretera. Sana bufó con molestia, porque sabía que quien dijo eso, no había sido ella. El auto se detuvo frente a su casa, su madre bajándose de su asiento con lentitud mientras avanzaba hacia la casa, sin dirigirle la mirada a su hija.

Abrió la puerta con tranquilidad, abriéndose paso por el pasillo mientras escuchaba los pasos de su hija seguirla hasta el salón. Se sentó en el sofá más grande y cruzó sus piernas, una arriba de la otra mientras sus manos reposaban en una de sus rodillas. Sana imitó su gesto, sentadose a su lado mientras la miraba con algo de preocupación. ¿Había hecho algo malo?

Killer ⚖︎  𝘀𝗮𝗵𝘆𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora