XVI

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Era temprano por la mañana y pequeñas gotas de agua habían comenzado a caer hace algunos minutos, el sonido de la lluvia mezclándose con la respiración irregular de Eunha.

En algún momento de su vida, su madre le había dicho que la persona que sea merecedora de su corazón, será la más afortunada del mundo. Bueno, después de todo, no estaba tan equivocada.

Sana era hermosa, atenta cuando quería e incluso había sido el soporte de su propia vida luego de que su madre se suicidara a causa del encarcelamiento de su marido. Eunbi no era del tipo de persona vengativa, pero ver una sonrisa en los labios de Jihyo mientras se lo llevaban a la comisaría la había hecho desarrollar un lado que ni ella sabía que existía.

Uno vengativo.

Con el pasar de los días, Sana comenzó a estar cada vez más cerca suyo, casi pareciendo a propósito que la japonesa se encontraba en cualquier lugar al que la pelinegra fuera. Pero no fue hasta la fiesta del segundo semestre cuando las cosas entre ellas comenzaron a cambiar.

Tres años atrás.

La respiración de Eunha estaba acelerada, sintiendo que su corazón saldría de su pecho en cualquier momento. Sus manos, extendidas sobre el colchón se mantenían tensas mientras sentía la respiración del contrario sobre su cuello.

Las manos de un chico que conoció en la fiesta se paseaban con vehemencia sobre sus muslos y sus dientes mordían con fuerza la zona expuesta de su cuello. Estaba mareada, tanto que de vez en cuando sentía que había olvidado su propio nombre y solo lograba recordarlo cuando el hombre sobre ella lo murmuraba por lo bajo mientras le quitaba la ropa.

No recordaba muy bien en que momento la había arrastrado hasta las habitaciones del segundo piso, pero si sabia que desde que aquel pelinegro le ofreció esa bebida, había comenzado a sentirse mareada.

Estaba drogada.

Cuando finalmente quedó en ropa interior, sus parpados ya estaban comenzando a pesar y sus brazos ya no parecían tan fuertes como antes. Aún así, cuando lograba recobrar algo de fuerzas, trataba de alejar un poco al contrario, demasiado abrumada como para permitirse acostarse con él. En algún momento pareció murmurar algo sobre "dejarlo hasta ahí" pero el pelinegro solo hacia oídos sordos ante sus palabras, logrando poner en alerta a la más baja, quien aún sin demasiadas fuerzas a causa de su mareo, trataba de alejarse del más alto.

Pero a pesar de todos los intentos de Eunbi por detener esa situación, el pelinegro continuó con su labor, con la contraria ya en ropa interior y él con ambas manos sobre su miembro mientras trataba de ponerse el condón. Sus párpados comenzaron a pesar y al hundir su cabeza en la almohada, lo último que recuerda fue el sonido retumbante de la puerta y las manos del pelinegro desapareciendo de su cuerpo.

Cuando despertó, el dolor de cabeza no tardó en llegar y tuvo que cerrar sus ojos nuevamente para tratar de calmarlo. Abrió los ojos y comenzó a mirar a su alrededor, notando rápidamente que no estaba en donde ella suponía. Quitó las sábanas de su cuerpo, tensándose levemente al verse a si misma con solo ropa interior y una camiseta sobre su torso, preguntándose como había llegado ahí y el porqué llevaba tan poca ropa.

Las imágenes de la noche pasada eran borrosas y todavía no lograba unir los recuerdos que todavía quedaban en su cabeza. En su intento de ir al baño, terminó mirando los adornos de aquella habitación, de repente encontrándose demasiado concentrada con uno de los dibujos pegados en una de las paredes. Tomó la hoja entre sus manos y con uno de sus dedos, trazó las lineas del dibujo suavemente.

—¿estas bien? —una voz rasposa a sus espaldas la hizo sobresaltarse y por el susto casi arranca el dibujo de la pared. Se dio la vuelta y sus labios se separaron con sorpresa al darse cuenta que la chica frente a ella era Hayashi Akane. Aclaró su garganta con nerviosismo y estiró el borde de su camisa para intentar tapar algo de sus piernas.

—¿Qué hago aquí? —preguntó finalmente, mirando a su alrededor y terminando por enfocar su mirada en la japonesa.

—¿No recuerdas nada? —esta vez su voz salio con más seriedad, y al notar que la pelinegra negó con la cabeza, tomó su muñeca con suavidad, murmurando un "acompáñame" y llevándola hasta abajo donde se encontraba aquella puerta escondida justo debajo de las escaleras del primer piso.

Miró brevemente a la menor y con sus ojos todavía fijos en ella, abrió la puerta lentamente, endureciendo su agarre sobre la muñeca de la pelinegra y bajando las escaleras. Gracias a la escasez de ropa sobre el cuerpo de Eunbi, un escalofrio recorrió su espalda al sentir el frio de aquel sótano chocar contra sus piernas desnudas, por lo que con incomodidad estiró más la tela de la camisa para tapar un poco la piel desnuda.

Cuando finalmente llegaron abajo, la coreana no pudo evitar ampliar los parpados al encontrarse de frente con la imagen de Kim Seokjin tirado en el piso con un hilo de sangre brotando de su sien. De repente, pequeños flashes de la noche anterior golpeando su mente y casi logrando hacerla caer de rodillas. Casi, porque a pesar del asco que estaba sufriendo gracias al pelinegro frente a ella tirado en el piso, algo más fuerte había logrado apoderarse de ella, como cuando su padre narraba durante el almuerzo lo enfadado que estaba por ser traicionado por uno de sus socios.

El impacto de la situación no la había hecho darse cuenta de que la rubia todavía sostenía su agarre en su muñeca, mirándola de reojo esperando que diga o haga algo. Pero cuando la pelinegra se giro para enfocar su mirada en la japonesa, no había nada de preocupación en su expresión, sino más bien diversión adornada con una amplia sonrisa que había logrado darle el penúltimo escalofrio de ese día.

El último fue cuando, soltando su mano y girándose hacia el cuerpo del pelinegro frente a ella tirado en el piso, la japonesa soltó esa pregunta que no podría quitar de su memoria en mucho tiempo, por mas que lo intentara.

—¿Qué quieres hacer con él?

Killer ⚖︎  𝘀𝗮𝗵𝘆𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora